Si no fuera...
Mariano Rajoy sigue sacando pecho por unos aciertos que no ven nadie más que él y su ministro de Hacienda

Si no fuera porque me ha subido los impuestos precisamente por haberlos pagado siempre. Si no fuera porque los que nunca han pagado pueden blanquear ahora su dinero por un mísero 10%, hasta si proviene del proxenetismo o del narcotráfico. Si no fuera porque su gobierno se ha cargado los servicios públicos con el pretexto de una ineluctable austeridad que, mira por dónde, no va a impedirle recapitalizar la banca con el dinero de todos. Si no fuera porque el curso avanzado de demagogia aplicada que ofrece Cospedal en cada rueda de prensa me inspira más pasmo que vergüenza. Si no fuera porque la ineptitud del equipo económico que sabía cómo devolvernos a la opulencia de 1996, alcanza a diario cotas astronómicas. Si no fuera porque lo que nos cuenta se parece cada día más al timo de la estampita, ese mismo que ha logrado engañar una vez más a los griegos, convenciéndoles de que, aunque los bancos se dediquen a prestar dinero con interés, iba a apaciguarles más un gobierno dispuesto a pagar lo que le pidieran que otro que dijera: señores, hasta aquí hemos llegado y vamos a negociar lo que pagamos o no pagamos nada. Si no fuera porque, después de haberse volcado en este y otros timos, españoles y europeos, sigue sacando pecho por unos aciertos que no ven absolutamente nadie más que él y su ministro de Hacienda, les confieso que Mariano Rajoy me inspiraría auténtica piedad, una compasión sincera.
Lo único que faltaba ya fue que en Río+20, la cumbre de la ONU sobre el desarrollo sostenible, anunciaran al primer ministro de las Islas Salomón y apareciera él, pisando fuerte, con una sonrisa de oreja a oreja, dispuesto a compartir su sabiduría con el mundo.
No sé lo que pensarían ustedes, pero yo sentí lo mismo que cuando Massiel ganó Eurovisión. ¡Sabino, pásame el pelotón, que los arrollo! Qué pena de país, qué lastimita...
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