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Tribuna
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El alma alemana y el ‘Volksgeist’ italiano

Los países del Norte prefieren antes condenarse que sufragar la pereza ajena

A la vertiente romántica del alma alemana siempre le ha encantado el Volksgeist [espíritu del pueblo] italiano. Como Goethe, los norteños siempre han intentando escapar, aunque solo sea en vacaciones temporales, de una prudencia y una disciplina implacables, en busca de la encantadora ineficiencia y la sensualidad de los climas y la cultura mediterráneos.

La moneda única europea y las cargas del Estado del bienestar inventado por Bismarck, que se enfrenta a su desaparición por razones demográficas y a la competencia de los países emergentes del mundo, han puesto fin a esta agradable complementariedad.

Ahora todos estamos ligados a un solo destino continental, obligados a responder al mismo vínculo mercantil global, armonizando los diversos temperamentos y ritmos a la melodía protestante de la productividad, la competitividad y la responsabilidad fiscal.

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Como cabía esperar, todas las partes tienen sus dudas, lo cual deja el proyecto de integración europeo en una especie de purgatorio, a medio camino entre el antiguo Estado-nación y una completa unión política europea. Un clamoroso giro histórico ha hecho que el problema tenga de nuevo que ver con las indulgencias. La Reforma protestante nació de una rebeldía: Lutero se negaba a que los campesinos pobres alemanes, para escapar al purgatorio, tuvieran que comprar indulgencias al acaudalado clero romano. Hoy en día, los acaudalados descendientes de Lutero se niegan a mostrar indulgencia con los italianos y con otros sureños, más pobres y fiscalmente relajados, por mor de una futura utopía europea común.

Puede que los metafóricos habitantes de la austera cabaña de Heidegger sigan anhelando las soleadas piedras florentinas, pero antes prefieren condenarse que sufragar la pereza ajena.

Si Europa no resuelve la crisis de la eurozona, la prosperidad se reducirá y habrá una fragmentación extremista

¿Pero adónde nos lleva todo esto? Si Europa no se organiza para solucionar la crisis de la eurozona, la prosperidad se reducirá y sufriremos una peligrosa fragmentación política extremista (como ya ocurrió, trágicamente, en el siglo XX). Si Europa, en un competitivo mundo global, logra converger en los severos patrones germanos, ¿qué pasará con las afables culturas meridionales?

Sí, los trenes deben ser puntuales y hay que recaudar impuestos. Pero, ¿adónde nos conduce finalmente la lógica de la armonización? A medida que la Europa de la convergencia se abra a los vientos de la competencia en todo el mercado único, ¿acaso las tiendas de toda la vida se convertirán en Walmarts, las cafeterías en Starbucks, las pensiones en Holiday Inns y las innumerables trattorias en homogéneas cadenas de restaurantes?

Para hacernos una idea del futuro, echemos un vistazo a Silincon Valley, el lugar más productivo del planeta, pero también el más estéril, el menos encantador y afable. Dejando de lado los logotipos de diseño de Yahoo!, Intel u Oracle, los edificios que albergan la revolución de las tecnologías de la información son bloques anodinos, rodeados de extensiones de césped impoluto, surcadas por amplios bulevares. No hay singularidad arquitectónica. Aunque la conectividad sea lo primordial, aparte de algún que otro corredor, aquí no hay ni un solo transeúnte. Hace poco, en una visita a Santa Clara, el único indicio de afabilidad que vi fue una pandilla de ingenieros informáticos indios, que, solos y lejos de casa, atiborrándose de cervezas en Pedro's, un sucedáneo de cantina mexicana.

Poco después de visitar Santa Clara, paseaba por la neoclásica plaza romana del Popolo, concebida por Giuseppe Valadier a comienzos del siglo XIX. En medio, los adolescentes se iban concentrando espontáneamente en torno a la fuente que hay debajo del obelisco egipcio de Seti I. Alrededor, los cafés rebosaban de clientes fumando y charlando. De camino a la Via del Corso, hordas de transeúntes pasaban junto a las dos iglesias de Santa María de los Milagros y Santa María de Montesanto, finalizadas por Bernini.

¿Quién cambiaría una cosa por otra? Evidentemente, en la vida no todo debe ser blanco ni negro. Y Alemania sigue estando bastante lejos de los Estados Unidos modelados por las grandes empresas. Pero, al tratar de armonizar las identidades plurales actuales, mutuamente independientes, debemos tener cuidado con nuestros deseos.

Sería reaccionario lamentar el futuro. Pero, cuidado con acabar con lo que hace que la vida valga la pena, cronometrando las horas. Los propios alemanes lo saben, por eso peregrina regularmente al Sur para descansar de la eficiencia.

Nathan Gardels es redactor jefe del NPQ y del Global Viewpoint Network de Tribune Media Services. También es asesor destacado del Berggruen Institute. Próximamente aparecerá su libro Intelligent Governance for the 21st Century: a Middle Way Between West and East [Una gobernanza inteligente para el siglo XX: a medio camino entre Occidente y Oriente], del que también es autor Nicolas Berggruen.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo

© Global Viewpoint Network; distributed by Tribune Media Service.

 

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