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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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El vampiro

"Se celebran cien años de la muerte de Bram Stoker. Deberíamos atrevernos a pronunciar que ‘Drácula’ es más importante, certera y directa que ‘Madame Bovary’ y que incluso todo Proust"

Boris Izaguirre
El príncipe rumano del siglo XV Vlad III Dracula inspiró el legendario personaje de Bram Stoker. 
El príncipe rumano del siglo XV Vlad III Dracula inspiró el legendario personaje de Bram Stoker. GETTY

No existe animal mitológico más fascinante que el vampiro. Y aprovechando que este fin de semana se celebran cien años de la muerte de Bram Stoker, el autor de Drácula, conviene dedicarle unas líneas. Después de todo, es un centenario en peligro de pasar desapercibido, empeñados como estamos en solo querer reflotar el hundimiento del Titanic. ¿Por qué esa antipatía hacia el vampiro, si en realidad es un bicho que representa cada vez mejor muchas de las cosas en lo que nos hemos convertido?

Será por su afiliación al mal, probablemente, cuando en realidad el vampiro, llámese Drácula o como cualquiera de los personajes de Crepúsculo, es un ser profundamente romántico. En primer lugar, está absolutamente seguro de sí mismo, aunque creamos lo contrario; jamás pierde los papeles, posee esa innata elegancia que seguramente tiene mucho que ver con su inmortalidad porque, irónicamente, tanto la una como la otra chupan del propio vampiro para hacerlo más vampiro. Y es que esa es la clave del éxito del vampiro en nuestra sociedad: que todos chupamos de algo o de alguien. Que incluso el amor, cualquiera que sea, de clase baja o de clase alta, necesita vampirizar para sobrevivir en nuestros días.

Es increíble que tanta información y visión cupieran en una sola novela. Es increíble también cómo Drácula tuvo a su propio autor, el ahora llorado Stoker, como su primera víctima. No es que se tratase de una maldición sobre el que escribiera esas páginas, sino de una realidad: Stoker es recordado siglo tras siglo por Drácula, nada de lo que hizo antes ni después consigue atraparnos tanto como ese titulo y ese personaje. Con motivo del centenario del fallecimiento del escritor, se escriben decenas de artículos matizando características de la novela. Que si el personaje principal solo abarca unas 15 páginas completas de la novela de casi 600. Que si se trata en realidad de una obra menor, comercial indiscutiblemente, que podría encerrar una obra maestra. Que si Stoker abusa de distintos modelos cotidianos de narración porque no tenía mejor idea. Todo eso es ridículo. Drácula es la novela contemporánea más contemporánea que existe. Y debería escribirse esto muchas más veces, atreverse a pronunciar que es más importante, certera y directa que Madame Bovary y que incluso todo Proust. Y no es cierto que se apropie de elementos cotidianos de narración; lo que hace es convertirlos en mecanismos brillantes, inéditos, portentosos para la construcción de la narrativa más moderna. La novela arranca con un diario, el que Jonathan Harker medio escribe mientras está encerrado en el castillo del conde Drácu­la, al que ha ido a visitar para finalizar la compra de una abadía abandonada en las afueras de Londres. De ese diario pasamos a la correspondencia agobiada de Mina, la prometida de Jonathan, que insiste en escribirle sobre las bondades de la campiña inglesa mientras su novio está descendiendo hacia lo prohibido. A esta correspondencia se suman los diarios y cartas de los otros personajes de la historia: Lucy, la mejor amiga de Mina, así como el cuaderno de observación de los médicos de un manicomio infecto, donde uno de sus internos saborea moscas, y también las visitas extrasensoriales del conde. No podemos olvidar el extraordinario y aterrador relato del cuaderno de bitácora del Demeter, donde el capitán cuenta cómo su tripulación y él mismo mueren por el ataque de una fuerza desconocida. Y por último, el sonido de las grabaciones del profesor Van Helsing a su gramófono, explicándonos quién es el vampiro, cómo ataca y lo letal de su presencia, porque significa que el mal es indetenible.

Afirmar, cien años después de la muerte de Stoker, que estos hallazgos fueron azarosos, casuales, es sostener ese empeño en mediocrizar a los auténticos genios. Es imposible que Stoker no haya meditado, sufrido, agonizado acerca de estas fórmulas de narración. Es imposible que el mensaje latente entre los pliegues de la capa de Drácula sea producto de una noche agitada. Stoker entendió que el verdadero mensaje de su obra no es el terror, ni el miedo agazapado en las esquinas de la gran urbe. No, el mensaje es que necesitamos devorarnos para existir. El hecho mismo de creer en un ser superior es una prueba de que necesitamos algo o alguien que nos fagocite para realizarnos. En ese sentido, Drácula no es el opuesto de Dios, es también Dios. Y al igual que Él, otorga, quita, ama y dispone. El vampirismo es por ello un concepto que se extiende en nuestra sociedad así seamos privilegiados como abandonados a nuestra suerte. Así seamos seres humanos o animales. Hombres o mujeres, de una sexualidad u otra. Así amemos u odiemos. Pero por encima de todas estas emociones, en Drácula conviven las cenizas del amor y las llamas del deseo, una ecuación que sobre todo la mujer moderna lucha por también unir. Amar y desear al mismo tiempo. Así es como el vampiro consigue colarse en todas nuestras casas, sea cual sea el medio y la reencarnación, hasta este mismo día. Por eso, en el fondo aceptamos a los vampiros de Crepúsculo, porque, pese a provenir de una mente muy religiosa y puritana, consiguen ellos mismos socavar el espíritu de su propia creadora y, lejos de asustarnos, nos seducen, nos incitan a ser como ellos. Porque la verdad es que ya somos todos vampiros.

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