¿Gana Al Capone?
Se ha descabezado la lucha antifraude. Y la pregunta es: ¿por qué?
Al Capone va ganando en España en el caso más grave de corrupción. Por lo menos, si no me engaño en las cuentas, tres a cero. Al Capone no cayó en desgracia por sus fechorías como gánster, para las que siempre encontró coartadas y testigos serviciales, sino cuando se demostró un delito continuado de evasión de impuestos. A pesar de sus tapaderas, lo que lo hundió fue el trabajo meticuloso, zurciendo sombras en los papeles, de agentes fiscales. Parte esencial en la regeneración que supuso el New Deal fueron las medidas para prevenir la corrupción rampante que arrastró al crash de 1929. Hay un detalle simbólico. Cuando empezó la guerra, los servicios de seguridad de la Casa Blanca dispusieron que el presidente Franklin Roosevelt debería viajar en un vehículo de carrocería y cristales blindados. Y encontraron uno, ¡inexpugnable! El Cadillac Town Sedan incautado a Al Capone. Todo esto viene a cuento por una inquietud patriótica. Defiendo el patriotismo fiscal. Ya ven, hay gente para todo. Es más, creo incompatible la condición de patriota y la de evasor de impuestos, por lo que me divierte mucho el tronante españolismo de que hacen gala los filibusteros del escaqueo fiscal. Lo que ya divierte menos es este esperpento de ver como Al Capone parece ir ganando en España, en lo que se considera el caso más grave de corrupción parapolítica. Primero, fulminaron al juez que levantó la liebre. Luego, destinados al limbo algunos de los mandos policiales que dirigieron las operaciones. Y ahora, en nuestro peculiar Departamento del Tesoro, se descabeza la ONIF, la Oficina de Investigación del Fraude de la Agencia Tributaria. Tal vez la herramienta más eficaz de los servicios públicos en los últimos años. Atajando de verdad el fraude, próximo a los cien mil millones, no tendríamos que estar hablando de recortes en escuelas y hospitales. Pero se ha descabezado la lucha antifraude. Y la pregunta es: ¿por qué?
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