Más enemigos
No hay respeto. Es verdad. No hay ningún respeto hacia esos que llamamos pueblo. Hacia la gente. Los populistas que adulan a la gente corriente y su sentido común, se enfurecen cuando hay gente común que no les sigue la corriente. Los elitistas que en discursos y tesis se llenan la boca y deleitan con la idea de la sociedad civil, se enojan mucho cuando se encuentran de frente a esa dama, Sociedad Civil, que de repente les parece fea e intratable, y que mejor estaría en Laponia, haciendo la colada en el hotel Santa Claus. Estos días, desde distintas pero altas instancias, se difunde una amonestación general. Hay que acatar y respetar, dice la consigna. Según el diccionario de la RAE, esa respetable autoridad, acatar tiene el sentido de sumisión. Ahí tenemos la palabra clave en el adoctrinamiento: la sumisión. En una democracia, las leyes parlamentarias y las sentencias judiciales se deben cumplir. Utilizar aquí el término acatar es una bobada, dispensando. Salvo que se intente someter. No criticar ni protestar para no ser marcado con el estigma de “enemigo”. Las palabras no son inocentes, y menos los lapsus. Dudo que el desbocado jefe de policía de Valencia sea un discípulo de Carl Schmitt, el cerebro jurista nazi que encontró cobijo en España, e inspiró a la jurisprudencia franquista. Es el polen del ambiente. Hay otros que si lo son, en sus cavernas camufladas como decorosas corporaciones o fundaciones. Han contagiado ese polen sectario, que divide a la sociedad entre amigos y enemigos. Quien no se somete, ese es el enemigo. Y no habrá respeto para él. Ni para los niños que denuncian que el emperador está desnudo. Ni para los trabajadores a quienes se devuelve al siglo XIX. Al juez enemigo lo expulsan el 23-F, qué delicadeza. Pronto vendrán los días de McCarthy. Ya están señalando a los informativos de la televisión pública. Son los mejores: ¡el enemigo!
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