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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ciudadano 7.000

El riesgo de colapso no es la superpoblación mundial, sino el modelo de desarrollo en vigor

En busca de un momento histórico, de una efemérides, la ONU ha echado mano de la estadística y ha llegado a la conclusión simbólica de que mañana lunes nacerá en algún lugar del mundo el bebé que complete la cifra redonda de los 7.000 millones de habitantes. Hace solo 40 años, la población mundial era de 4.000, pero el temor a la bomba demográfica de entonces, con predicciones que no han llegado a cumplirse, ha desaparecido. El ritmo de crecimiento demográfico se desacelera gracias a la extensión de la planificación familiar, la escasez de alimentos en términos globales ha dejado de ser una amenaza y por primera vez el Fondo para la Población de Naciones Unidas contempla la posibilidad de que en poco más de 30 años la población mundial comience a declinar.

La previsión que más puede aproximarse a la realidad es, sin embargo, la de alcanzar los 9.000 millones de habitantes -gran parte de ellos concentrados en las ciudades- en el año 2050. Y el problema no reside tanto en el elevado número de personas concentradas en el planeta como en el modelo de desarrollo en vigor. Es verdad que son justamente la reducción de la pobreza y la desigualdad las que han posibilitado y posibilitarán la desaceleración del crecimiento demográfico. Tales desigualdades se han reducido especialmente en América Latina y Asia, pero el modelo económico predominante, con su gran capacidad de generar riqueza, resulta extremadamente endeble a la hora de rescatar de la pobreza a África y a las 900 millones de personas que todavía hoy sufren de malnutrición. La creciente concentración de riqueza en manos de un número cada vez mayor de multimillonarios es un espectáculo difícilmente tolerable en un mundo globalizado en el que el conocimiento de tales excesos acrecienta el malestar.

Especialmente preocupante es también la inacción de los Gobiernos para frenar el cambio climático. Es una inacción arropada por una ola de negacionismo que pone en riesgo el planeta y, por tanto, la supervivencia de millones de personas en los países más castigados por el calentamiento global. Solo una correcta política energética puede sortear el desastre. De otro modo, se daría la paradoja de permitir el colapso cuando la humanidad tiene en su mano los mejores medios y los más avanzados conocimientos para evitarlo.

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