Un reloj de Napoleón y un mapa de carreteras
Unas imágenes de la reapertura del Museo Napoleónico en La Habana parecen sacadas de Fellini. La Princesa Napoleón asiste a la ceremonia desde una poltrona. A su lado, el Historiador de la Ciudad, con al menos dos órdenes francesas colgadas en su traje, habla ante un micrófono. Ondean las dos banderas nacionales. A la entrada del museo, funcionarios en guayabera, el embajador de Francia, un cardenal: puro Fellini.
Julio Lobo, magnate azucarero, reunió los objetos y libros que forman el grueso de la colección. Orestes Ferrara se hizo construir ese palacio de inspiración florentina. Ambos, colección y palacio, fueron expropiados en los primeros años de gestión revolucionaria. Para la reapertura del museo, Raúl Castro ha donado un reloj perteneciente a Bonaparte y recibido por él como regalo de bodas.
Los Castro resucitan en provecho propio la Cuba de los cincuenta: golf, pesca deportiva, bridge...
Con esta donación, se coloca junto a Lobo y Ferrara. Suele vestir ahora de guayabera, no de uniforme militar. Ni él ni los personajes enguayaberados a la entrada del museo recuerdan a los únicos que vestían esa prenda hace una o dos décadas -agentes de Seguridad del Estado, esbirros y gorilas-, sino a los abuelos y bisabuelos republicanos. Señal de los nuevos tiempos: los altos funcionarios se confunden con magnates más o menos olvidados. Las imágenes que incluyen a un cardenal y una princesa podrían haber aparecido en la crónica social de un diario habanero anterior a 1959.
De aquellos años tuve un mapa de carreteras (yo era niño y me parecía tan precioso como el reloj de bolsillo de un emperador) editado por una petrolera estadounidense. Al desdoblarlo, la isla cobraba una alegría inencontrable en los mapas de la escuela. Mi padre y mis abuelos lo habían consultado por rumbos y destinos, a mí me entretenían sus pequeñas imágenes. Emblemas que, en cartografías más antiguas, habrían equivalido a los eolos y ballenas y leones y hombres de las antípodas. Un pez aguja saltaba junto a un yate, un jugador de golf se aprestaba a dar golpe, bailaba una pareja, los bañistas esperaban una ola... A juzgar por noticias recientes, Cuba está decidida a parecerse al país de aquel mapa. Enumero algunos datos.
El Ministerio de Turismo anuncia la construcción de más de una docena de campos de golf. (En el primer año de Gobierno revolucionario hubo ocasiones en que los jóvenes comandantes jugaron al golf. Quedan fotografías. De esas prácticas salió la determinación de levantar, sobre los buenos prados, escuelas de arte). Una empresa canadiense construye el primero. El Ministerio de Educación Superior ha otorgado su premio anual a un sistema de regadío para campos de golf.
Celebrado desde 1950, el Torneo Hemingway de Pesca de la Aguja sirvió este año para hacer reclamaciones políticas al Gobierno de Obama. Los organizadores cubanos lamentaron que Washington negara licencia de viaje a una veintena de yates estadounidenses. Y no solo faltaron las embarcaciones, sino también los grandes bichos. Hace seis décadas surcaban esas aguas entre abril y junio, pero sus costumbres parecen haber cambiado tanto como el clima del mundo. Un instituto con sede en Mónaco y Estados Unidos podrá encargarse de los estudios al respecto. El Club Náutico de La Habana ha firmado con él un acuerdo de colaboración. Los campos de golf han de estar bien regados. Y los mares, surtidos de peces.
Una última noticia, casi salida del mapa de mi infancia, atañe a una hermana de Raúl Castro. Residente en México desde 1960 y bien relacionada con toda la familia, Emma Castro ha decidido impulsar la práctica del bridge dentro de Cuba. Logró que hoteles de La Habana y Varadero sirvieran de sede al campeonato centroamericano y caribeño. Logró que cubanos compitieran por primera vez en ese campeonato. El bridge cuenta ya con una asociación nacional que ella preside. (Ha de ser la única con sede en el país y presidencia en el exilio).
Emma Castro hace por los jugadores de bridge lo que Mariela, hija de Raúl Castro, por los homosexuales y travestis. Ambas legitiman una pulsión, lúdica o sexual. Hace algún tiempo, el único heredero visible de la familia era Fidel Castro Díaz-Balart, hijo de Fidel Castro a cargo del programa electronuclear del país. Hoy apenas se oye hablar de él y resulta más visible un medio hermano suyo, Antonio Castro Soto del Valle, vicepresidente de la Federación Internacional de Béisbol. En lugar de pesadeces como la física nuclear, la familia se inclina últimamente por rubros más leves: bridge, béisbol, travestismo. (En 2009, Fidel Castro Díaz-Balart personificó a su padre en la caravana que conmemoraba el cincuentenario de la entrada de los guerrilleros en La Habana. Otra heredera, Aleida Guevara, participó en los carnavales de Florianápolis de este año a bordo de una carroza con forma de tanque de guerra. Junto a ella, un bailarín personificaba al comandante Ernesto Guevara).
La donación de un reloj napoleónico parece marcar la hora del cambio. Dejadas atrás las campañas imperiales, es tiempo de que la dinastía se fortalezca. Se trata de una hora balzaciana, o del Proust que narró a Mathilde Bonaparte en una escaramuza de salón. Lo napoleónico es una princesa apoltronada ante un palacio habanero, el regalo de bodas que el presidente dona. Un nuevo mapa de Cuba, con sus campos de golf y sus torneos de bridge, procura restaurar ciertas delicias republicanas y ocultar la tremenda miseria del país.
Antonio José Ponte es vicedirector de Diario de Cuba.
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