Antonio Caeiro estrena un documental sobre la vida de 13 niños en la Guerra Civil
Niños en silencio en una estación de metro para resguardarse de las bombas, engañando al estómago a base de lentejas cocinadas "con mucha agua y poco aceite", infancias sin juegos ni colegio. No son escenas de Libia ni de Afganistán ni de cualquier otro conflicto olvidado sino de la Guerra Civil española y aparecen recogidas en el documental Arde Madrid, del cineasta gallego Antonio Caeiro, que se estrenó en Nigrán el pasado jueves, aniversario de la proclamación de la II República.
A través del testimonio de 13 supervivientes que a la altura de 193 tenían entre 6 y 22 años, la cinta narra sus vivencias durante el conflicto, sus miedos y su hambre, sobre todo su hambre, agudizada a partir de 1937, cuando Madrid se quedó aislada por las tropas franquistas. "El hambre me lo quité en la mili, en el año 51", dice uno de los entrevistados. Varios de ellos cuentan cómo, a escondidas de sus madres, comían directamente del puchero en el que se cocían las lentejas. Les llamaban "las píldoras de la resistencia" porque, junto al arroz, eran la base alimenticia del mal suministrado bando republicano, como recuerda Eduardo Haro Tecglen, uno de los protagonistas. Otro rememora la alegría de ingerir algunos pedazos de pan duro, después de meses sin probarlo.
La película, que se presentó en la lonja de Nigrán, empezó a rodarse en 2005
El documental, que comenzó a rodarse en 2005, refleja la interrupción abrupta de la infancia. Así, los testigos relatan con naturalidad cómo en los primeros días tras el golpe se encontraban con cadáveres de paseados falangistas por las calles. Dormían vestidos para poder escapar rápidamente a los refugios en cuanto silbaban los obuses. No jugaban, porque debían ayudar en casa, viajando a los pueblos de los alrededores para cambiar ropa por alimentos. Tampoco fueron al colegio, como mucho uno o dos años. "Toda nuestra vida nos la han robado, yo [el dolor] lo llevo dentro", resume una mujer.
Los recuerdos de los protagonistas se entretejen con imágenes de archivo y con el viaje en el metro actual de una de ellas, desde su casa hasta el cementerio del Este, donde están enterrados muchos fallecidos de la contienda. "Es un viaje hacia la muerte", indica el director, pero también a aquellos días de bombardeos, puesto que las estaciones subterráneas eran lugar habitual de refugio. En la de Gran Vía, la más profunda, se agolpaba la gente, "pero no se oía ni una palabra, los niños estaban callados", esperando a que cesase el ruido de las bombas.
A lo largo de la cinta se aprecia un problema de sonido con las declaraciones de Haro Tecglen. Caeiro explica que detectó el fallo a la vuelta de su primer viaje a Madrid para las entrevistas. Pensaba regrabarla en su siguiente estancia en la capital, pero Haro falleció antes. Pese a ello, quiso mantener sus palabras, como homenaje póstumo.
El estreno estuvo rodeado de simbología, además de por la fecha elegida. Tuvo lugar en la lonja de Panxón, construida en 1942, ya bajo la dictadura franquista, a unos metros del muelle en el que desembarcaron decenas de marineros a los que el golpe cogió en la mar. Los que eran sindicalistas y militantes políticos tuvieron la oportunidad de arrojar por la borda sus carnets y salvar la vida.
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