_
_
_
_
Reportaje:

25 años tendiendo la mano

La asociación Gizarterako ha apoyado a centenares de prostitutas en Vitoria - Las necesidades han pasado de las guarderías a las clases de castellano

Desde mediados de la década de los ochenta, cientos de mujeres que ejercen la prostitución en Vitoria han encontrado apoyo económico y moral en la asociación Gizarterako. Tras varias horas en el humilde bajo que ocupa su sede en la céntrica calle de Cuchillería, escuchando los relatos de unas voluntarias que se empeñan en que las personas atrapadas en ese mundo sientan que la sociedad no obvia su sufrimiento, uno no puede más que tomar nota atentamente del diagnóstico de su presidenta, Chelo Ordejón: "¿Es erradicable la prostitución? Se suele decir que va de la mano de la necesidad económica, pero va más allá. Mientras el hombre no cambie su forma de pensar y considere a la mujer como un igual, seguirá existiendo".

"Si el hombre no ve a la mujer como un igual, esto existirá", dice su presidenta

"¿Cómo le sentaría a un hombre que un amigo suyo tropezara con su hija en un club? No me creo eso de que haya una necesidad fisiológica. Depende de las fantasías que tenga uno y de cuánto se caliente la cabeza", añade. En parte, viene a decir Ordejón, todo el mundo es culpables, hasta quien nunca ha pisado un prostíbulo, pero se ríe cuando algún amigo cuenta sus experiencias con meretrices sin reprobarle. La liberación que disoció el sexo de la reproducción sirvió de poco, abunda Ordejón.

¿Tal vez perseguir al cliente, como en Suecia, sea la solucíón? "Más que perseguirle hay que convencerle", responde. En su opinión, regular implica que las prostitutas disfruten de unas condiciones sociosanitarias dignas, pero no ve el interés de crear un registro oficial. "Para mí eso no es un trabajo. Tal vez haya algunas que estén encantadas y quieran cotizar, pero todas las que conozco quieren dejarlo".

La asociación cumple este mes 25 años de su constitución. Impulsada por entidades como Cáritas o las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, pronto optó por hacerse laica. Socorro Soto, una de la docena de fundadores -había también hombres-, recuerda perfectamente esas primeras visitas a los clubes de la ciudad para conocer a las chicas y ver en qué podían ayudarlas. "Era duro en el Casco Viejo. Mira cómo son las cosas, tenía yo más vergüenza de encontrarme a alguien conocido que los propios clientes", indica.

En los ochenta, cuando casi todas las prostitutas que trabajaban en Vitoria eran españolas, el principal problema era el cuidado de sus hijos. Así que la asocición montó una guardería para atender a los niños mientras sus madres dormían tras trabajar por la noche. "Fue malinterpretado entonces", rememora Ordejón.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Las mujeres también pedían alguna tarea para ocupar las tardes. Así que empezaron a organizar talleres de manualidades e incluso la asociación conseguía para ellas trabajos sumergidos muy mal pagados -limar piezas industriales defectuosas, por ejemplo-, hasta que las instituciones les avisaron de que por ahí no podían seguir.

Mientras Gizarterako peleaba para que pudieran acceder también a las ayudas sociales, fue abriendo el abanico para que las trabajadoras del sexo pudieran lograr el Graduado Escolar o acceder a otra formación.

En paralelo, el miedo al sida propició una revolución que hizo que se asumiera el condón como una necesidad. El problema de los niños fue desapareciendo mientras que una nueva realidad, la inmigración clandestina vinculada a la prostitución, creaba nuevas dificultades. La figura de los proxenetas fue siendo reemplazada a su vez por mafias internacionales que convierten a sus víctimas en auténticas esclavas contemporáneas.

Ahora Gizarterako dedica gran parte de su tiempo a conseguir a las mujeres alojamientos con contrato, imprescindibles para regularizar su situación, clases de castellano por las que a menudo cobran por asistir o cursos sobre habilidades sociales y violencia sexista, entre otros. Ordejón destaca que, pese a la ardua tarea, "recibes más de lo que das". "Cada vez que conseguimos que una chica lo deje, consiga una vida normal con su familia y cierre esta etapa de su vida, tienes la satisfacción del trabajo bien hecho. Y eso le da sentido a todo", concluye.

El caso de las africanas

Primero llegaron las mujeres latinoamericanas, con las que el idioma común facilitaba las cosas. Hoy, las jóvenes africanas suponen un desafío mayúsculo para el cual asociación Gizarterako reconoce tener más preguntas que respuestas. El desfase educativo y cultural dificulta buscarles salidas laborales. "Son más bruscas. La travesía del desierto para llegar aquí las marca muchísimo. Se las van comprando unos a otros, cada cual peor. Y terminan odiando todos los hombres", explica la presidenta de la asociación, Chelo Ordejón. Ello condiciona que desconfíen de cualquier acto de bondad, acostumbradas a que la venganza y el odio sean las únicas monedas de cambio en las relaciones humanas.

Tampoco ayuda la delicada situación económica al bajar las subvenciones públicas. El Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación alavesa no renovaron sus respectivos convenios el pasado año debido a la crisis, precisa Ordejón. La entidad tuvo que despedir a las tres personas que tenía contratadas y desde entonces funciona solo con una docena de voluntarios. Joana Arias, una de las que fueron despedidas, sigue colaborando porque "dignificar a la mujer es tarea de todos".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_