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Columna
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El clavo ardiendo

Nadie sabe lo que está pasando. Y eso, lamentablemente, es lo que está pasando. El Gobierno está tan preocupado por conseguir retrasar la edad de jubilación hasta los 67 años que parece olvidar que para jubilarse hay que tener antes un trabajo. El mercado no está pidiendo una reforma para crear empleo, sino medidas para que los pocos que queden trabajando lo hagan durante más tiempo. Es como acometer una reforma de la sanidad pública que se olvida de las listas de espera, pero mantiene más tiempo a los enfermos ya intervenidos en los hospitales; o una ley de educación que no tiene en cuenta el abandono y el fracaso escolar, pero opta por alargar varios años la enseñanza obligatoria de los que ya están estudiando.

El debate sobre la jubilación está tapando un debate anterior: el de tener un empleo. Y así llevan varios meses el Gobierno, Bruselas y los mercados, pidiendo una reforma de la edad de jubilación para un país con más de cuatro millones de personas que no tienen trabajo alguno con el que poderse jubilar. El paro empieza a ser un problema al que solo se le presta atención un día al mes, la mañana en la que se publican las estadísticas del desempleo. Durante esa jornada salen en procesión por las calles de España y Andalucía la Cofradía del Clavo Ardiendo y la Hermandad del Santo Reproche. Cada una con su estandarte y para dirigirse, en comitiva mediática, a ese batallón de ciudadanos que se encuentran en lista de espera para ingresar en el selecto club del empleo.

Los integrantes de la Cofradía del Clavo Ardiendo están en el Gobierno de turno y tienen una habilidad especial para localizar en las estadísticas del paro cualquier señal, por pequeña que sea, de optimismo. Dirigentes capaces de localizar un brote verde en un páramo de porcentajes negativos, o de encontrar una luz al final del túnel, aunque sea el resplandor del sol ante el precipicio. Personas dispuestas a vislumbrar afiliaciones a la Seguridad Social donde los demás solo ven contratos precarios. E incluso adivinar "síntomas claros de cambio a mejor" en una cifra que eleva a más de un 20% el número de desempleados.

Por su parte, la Hermandad del Santo Reproche suele estar en la oposición. La integran especialista en advertir de grandes catástrofes y que considera que cuanto peor mejor. Se trata de creadores de problemas para los que dicen tener soluciones que nunca explican. Dirigentes capaces de confundir los porcentajes del paro con el de los votos escrutados y de descubrir un nítido paralelismo en las líneas que marcan el aumento del desempleo y el incremento de sus opciones para gobernar.

Los datos del paro son un drama de tal calibre que empieza a ser un quinario escuchar todos los meses los cantos de sirena de ambas cofradías. Y sobre todo conocer, que una vez acabada la procesión, volvemos a lo mismo: a la edad de jubilación, a la bolsa, a los bancos, a las reformas..., cuando nadie ha demostrado, de momento, que algunas de estas medidas hayan logrado paralizar la sangría del paro. No sé cuánto tiempo más vamos a tardar en darnos cuenta que una sociedad con más de cuatro millones y medio de parados, uno de cada cuatro de ellos en Andalucía, está ya al borde del fracaso. Y que el paro, es de lejos, el problema más acuciante que tiene este país. Por ello, resulta coherente que los sindicatos no tengan intención alguna de discutir una reforma de las pensiones al margen de un acuerdo social y político que plantee como principal referente la creación de empleo.

En época de atolladero político o económico todo el mundo reclama un pacto. Hace falta, por lo tanto, un pacto. No entre los partidos, sino un pacto con la realidad. Y para ello se necesita, sobre todo, coherencia. Coherencia ideológica a la hora de exigir esfuerzos. Una cualidad muy apreciada en los personajes públicos. Por su manifiesta escasez.

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