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Columna
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Los muertos

David Trueba

El programa de Telecinco Más allá de la vida cuenta con un aliciente para derrotar a sus competidores más directos. Participan en él los muertos. Todo gracias a la médium Anne Germaine, reputada vidente internacional con la que se pueden contratar citas para que te transmita mensajes positivos del más allá. Es importante lo de los mensajes positivos, porque uno recurre a ella con la tranquilidad de que tus seres queridos ya fallecidos no te van a mandar al carajo por persona interpuesta. Acostumbrados a las tertulias entre vivos, conectar con los muertos en la televisión es un logro. Seguramente los críticos de televisión sepultarán al programa bajo un alud de descalificaciones, resaltando su goce necrófilo, el afán morboso y la peligrosa frontera con el fraude. Pero yo me rindo al espectáculo.

La noche pasada, el programa invitó a la madre de Rocío Wanninkof, la joven asesinada en uno de los casos más espeluznantes de nuestra historia criminal reciente. La médium, con un físico de manzana entrañable y ojos de puro azul, transmitió a la madre mensajes cariñosos desde el más allá y detalles emotivos. El anfitrión, Jordi González, hace su trabajo con maestría, logra que la invitada se sienta serena y confiada, reconfortándola en el llanto. Mide la intensidad de cada momento y si cierto detalle se desvirtúa o resulta inapropiado, él lo reconduce con habilidad. Es un programa infalible, que puede llegar a fracasar de puro perfecto. Nunca hay que desdeñar el fallo y la imperfección como camino al éxito popular; a veces lo impoluto asusta.

Los vivos cumplen con creces las expectativas. La única pega reside en el papel de los muertos. Sus mensajes desde el más allá no trascienden el tópico confortable, lo previsible. Te quiero mucho, besos a la familia, cuídate, estoy feliz, nada sorprendente ni discordante. Puede que el muerto esté mal pagado o desganado, pero su implicación con el programa es demasiado liviana. Quizá las preguntas que se le proponen son muy planas, sin filo. ¿Quién te mató?, ¿existe Dios?, ¿se ve Telecinco en el Más Allá?, preguntas que todos nos hacemos, quedan sin plantear. Pero eso no desluce la intensidad, la emoción y la efectividad de un programa que hay que ver para creer.

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