El primer gran gol de España
La selección de Zarra, Ramallets y Basora llegó en el Mundial de Brasil al cuarto puesto tras una liguilla final - El torneo, tras la II Guerra Mundial, solo lo disputaron 13 países
Birmania, Indonesia, Filipinas, India. Los ríos de tinta habrían coloreado un Mundial en estos tiempos como las líneas que agotaron selecciones exóticas como Corea del Norte o la oceánica Nueva Zelanda. Fue en el Mundial de 1950, construido en Río de Janeiro, sobre los escombros de la II Guerra Mundial; sobre el accidente del Torino, cuando a las 16.02 del 4 de mayo de 1949 se estrelló en el Superga contra la colina de un monasterio despedazando el emblema de un país y a la selección italiana, que, en principio, partía como favorita.
Birmania, Indonesia, Filipinas e India dijeron que no, esta última incluso con los billetes pagados. Y dijeron que no Francia, Argentina, Austria, Bélgica, Ecuador y Perú. Alemania estaba excluida por razones obvias. Turquía, clasificada, también renunció. El caso más curioso fue el de India, excluida porque sus futbolistas querían jugar sin botines y la FIFA se negó. ¿Fundamentalismo futbolístico o excusa ocasional?
Puchades se trajo de Río un televisor a pilas, el primero de su pueblo
Fue el campeonato del 'maracanazo', el del histórico tanto de Gigghia
Lo cierto es que el Mundial del 50, tras los escombros bélicos, demostró el potencial del fútbol, empeñado en reconstruir la Copa del Mundo, rebautizada Jules Rimet, y dejó dos hechos para la historia; el gol de Zarra a Inglaterra y el maracanazo de Gigghia.
En la historia de España ha habido tres goles para su intrahistoria. El primero, el de Zarra a la pérfida Albión; el segundo, el de Marcelino a la soviética y judeomasónica URSS; el tercero, el de Torres a Alemania en 2008.
Cuando España ganó la última Eurocopa, a la generación de Iribar se le hizo un nudo en la garganta. Primero, por la emoción del éxito; segundo, por la incomprensión. "Parece que España nunca había ganado una Eurocopa. Nadie se acordaba de lo que hicimos en 1964", le asomaba en la punta de la lengua. Ahora el acceso a las semifinales del Mundial parece ocultar aquella grandeza del 50 que a Puchades le permitió traerse "un televisor a pilas", el primero de su pueblo (Sueca), y a Ramallets le dejó una deuda de 35.000 pesetas por parte de la federación como todo reconocimiento del éxito.
Zarra nunca supo con qué marcó el gol a su amigo Williams. "No sé si fue con la caña o con la rodilla", repetía cada vez que le preguntaban por aquella gesta; "sé que fue gol". Aquella era una selección magnífica de futbolistas que fue capaz de doblegar a una imperial Inglaterra. Se cuenta que sir Stanley Matthews se enfrentó a su seleccionador, Walter Winterbottom, porque pensaba que un internacional inglés con su pedigrí debía tener libertad para jugar donde quisiera. Los futbolistas no han cambiado tanto. Una actitud que contravenía la altivez escocesa, cuya selección renunció al Mundial porque condicionó su presencia a quedar primera en el torneo británico (tras regresar al redil de la FIFA). No lo quedó y no fue. En aquel equipo inglés jugaban afamados futbolistas como el interior Mortensen o el extremo Finney, que a punto estuvo de jubilar a Matthews, que disputó el Mundial con 35 años y una cierta desgana.
España fue cuarta en el Mundial, con una liguilla final, tras una magnífica primera fase de grupos y una dura segunda fase (entonces no había eliminatorias previas, imposible con 13 participantes). La España de Basora, Zarra, Gainza, Puchades, Ramallets y com pañía aguantó lo que pudo y sucumbió.
Basora y Zarra se encargaron de liquidar a los rivales en la primera fase (Estados Unidos, Chile e Inglaterra). La segunda fue un suplicio. Hasta ahí no llegaba España, aunque tuvo el honor de empatar (2-2) con Uruguay, a la postre autora del maracanazo, antes de sucumbir por goleada con Brasil (6-1) y con Suecia (3-1).
Ramallets cree que España llegó muy cansada a pesar de viajar en avión con tres escalas. Lo de Italia fue peor. Agobiada por el accidente del Torino, decidió viajar en barco y llegó muerta.
Fue el tiempo de Schiaffino y Ghiggia, en Uruguay, o de Ademir (no confundir con el que jugó en el Celta) o de Zizinho (no confundir con el que jugó en el Madrid), en Brasil, que se repite con éxito. Y era su Mundial. Europa, sumida en los desastres de la guerra; América, expectante con Estados Unidos necesitado de reconvenciones urgentes. Era el tiempo de Brasil. Así lo acordó la FIFA, que ofreció el torneo a la intocable Suiza, que renunció, y encontró después el acuerdo de Brasil, apoyado por Juan Domingo Perón, aunque Argentina, al final, no participó.
Fue el Mundial de Gigghia y Zarra. Gigghia batió a Brasil en Maracaná (189.000 espectadores). "La gente iba con pistolas al vestuario de Uruguay", recordaba Puchades. Fue la primera semifinal española. La que todo el mundo ha olvidado, pero fue el gol de oro de Zarra, aunque, en realidad, viniera a ser casi de bronce. El primero que se recuerda en la historia de España.
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