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Columna
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La Cataluña postautonómica

Josep Ramoneda

"La sentencia del Estatuto es el fin de la descentralización". Lo dijo Zapatero. El Estado autonómico queda cerrado. Los límites de lo posible han sido perfectamente definidos. Primera conclusión: no hay sitio para el federalismo. El PSC que se queda sin bandera. Después, el presidente saltarín ha querido matizar sus palabras. E incluso ha hablado de la posibilidad de completar parte de los recortes estatutarios por otras vías legales. Para ello, los socialistas han inventado el argumento de que el Constitucional avala el 95% del Estatuto y solo recorta el 5%. No sé de dónde sacan esta proporción que no se corresponde ni con el número de artículos modificados ni con la doctrina que emana de la sentencia. El problema no es de porcentajes. El problema es que el auto del Constitucional va en una sola dirección: la niveladora. Elimina sistemáticamente las frases que atribuían mayor poder a Cataluña, ya sea en el terreno económico, judicial o directamente político. Es la lógica del Estado de las autonomías: "muy descentralizado económicamente pero muy poco políticamente" (la frase es de Zapatero).

Hay dos caminos: o sumar fuerzas y forzar el pacto con España, que parece imposible, o buscar sin rodeos el camino de Europa

Se cierra un ciclo de 30 años. Estamos en la Cataluña postautonómica. Tanto en Madrid como en Cataluña hay mucha gente que piensa que la solución es el retorno de CiU al poder. Algunos -como el profesor José Luis Álvarez- anuncian ya las bodas de Artur Mas y de Mariano Rajoy. Parte del PSOE y del PP coinciden en una esperanza: una vez que el nacionalismo conservador vuelva a estar al mando, bajará el soufflé reivindicativo y el orden volverá a reinar. Yo prefiero creer el mensaje de Artur Mas: "A los catalanes nos toca hacer nuestra propia transición hacia el derecho a decidir". Y espero que explique su plan de ruta durante la campaña y que lo cumpla si llega al poder.

Paradójicamente, los siete años de gobierno tripartito han contribuido más a la creación de un espacio político catalán (del proceso de construcción nacional, si se prefiere decirlo así) que los 20 anteriores. La incorporación al Gobierno de nuevas fuerzas políticas e incluso de nuevos sectores sociales ha permitido redondear una nación catalana sin exclusiones. Se acabaron los tiempos en que el país estaba dividido entre nacionalistas (los buenos) y no nacionalistas y españolistas (los malos). Al desplazar la política hacia el eje derecha/izquierda como en cualquier país, la pertenencia ha dejado de ser motivo de confrontación. Y sería deseable que no volviéramos atrás. Para ello es decisiva la evolución del PSC. La insólita declaración de la ministra Carmen Chacón dando por bueno un auto que el propio presidente de la Generalitat ha rechazado es un indicio del conflicto que puede darse en el seno del PSC en cuanto empiece a perder cuotas de poder. En cualquier caso, este partido debe decidir si su prioridad es gobernar Cataluña o España y obrar en consecuencia. Porque una cosa es contribuir a que la derecha no gane en España -muchos catalanes se lo agradecen regularmente con su voto- y otra muy distinta subordinar los intereses de Cataluña a este objetivo. El paripé que organizaron Montilla y Chacón el pasado domingo puede entenderse desde la necesidad que los grandes partidos tienen de dar satisfacción a sectores sociales diversos. Pero no es un buen augurio sobre la capacidad de resistencia prometida por el presidente Montilla.

Se habla mucho de unidad. La unidad no se consigue poniendo trabas al vecino, aunque este sea el presidente de la Generalitat que pide desfilar en la manifestación que él mismo anunció detrás de la "senyera". La unidad debe partir de un plan para la Cataluña de los próximos años. Y este plan tiene que ser debatido y compartido. Los partidos catalanes tienen que llegar a la campaña electoral con los deberes hechos: con el temario común de una solidaridad catalana claramente definido. Y con el compromiso de utilizar todos sus recursos -empezando por los parlamentarios en Madrid- para conseguir los objetivos comunes. El que no quiera participar que explique abiertamente su relato alternativo, si lo tiene.

Desde luego, no hay que dejarse llevar por fogonazos emocionales que sólo generan frustraciones. Pero tampoco cabe optar por la acomodación: volver al oasis de los ochenta y noventa, como si nada hubiera ocurrido. Sencillamente, hay que hacer política. El recurso cínico de envolverse con la bandera para legitimar el inmovilismo ya no sirve. Hay dos caminos: o sumar fuerzas para forzar el pacto con España, que parece imposible, o buscar el camino de Europa directamente, sin rodeos. Para que la ciudadanía pueda escoger, es exigible que los partidos no se escondan en sus ambigüedades.

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