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Reportaje:

Prótesis que ayudan a vivir

La única Unidad de Anaplastología de España está en el hospital Ramón y Cajal

Un apretón de manos y, ya sentado, lo primero que hace Héctor de Jesús Calle es llevarse la mano derecha a la cabeza, hacer un ligero movimiento, como de palanca, y quitarse una oreja. Así, tal cual. "Es de silicona, ¿ves? Yo mismo me las quito y me las pongo". A simple vista, la prótesis es perfecta. De no ser porque ahora la sostiene sobre su mano, uno jamás dudaría de que esa oreja es su oreja. Incluso a él se le olvida a veces. "Me acostumbré tanto a ellas que digo que son mías. La mayoría de gente no se da cuenta", explica este colombiano de 39 años, que se ha acercado al hospital Ramón y Cajal para un pequeño arreglo.

"De vez en cuando tenemos que dar retoques", explica el cirujano José María Díaz Torres, responsable de la Unidad de Anaplastología. Así es como se llama la especialidad que reconstruye partes de la cara perdidas por malformaciones congénitas, accidentes laborales o de tráfico, quemaduras, cirugía oncológica... La anaplastología busca la perfección. En su defecto, la verosimilitud. "En verano, las prótesis no se ponen morenas", ilustra. No hay problema: ellos les dan otra capa de color. Colocan cejas, pestañas; hacen pruebas y más pruebas para que la expresión de una mirada de silicona sea clavada a la del otro ojo; incluso pintan barbas y pecas. Porque de esos detalles depende todo. "Tiene que ser hiperrealista; no puede notarse", subraya, muy serio, Díaz Torres.

Esta especialidad busca la perfección: los implantes no pueden notarse
El doctor Díaz Torres se jubila pronto y no tiene reemplazo

Hay algo a lo que Héctor no se acostumbra: "Me las quito para dormir. Y para ducharme. Es la ventaja que tengo yo sobre los demás, que me puedo quitar las orejas". Sonríe. Y se saca de la cartera una foto de carné. Es de antes del accidente laboral que, en 2001, cuando apenas llevaba un año en España, le llevó a un rosario de operaciones -"si me pongo a hacer cuentas me pierdo", confiesa- que aún no ha terminado. Trabajaban con gasolina en un edificio en construcción. Hubo una explosión. "Me quemé el 75% del cuerpo". Pasó casi año y medio en el hospital. En 2007 conoció a Díaz Torres, que le explicó cómo le iba a poner un tornillo dentro para poder anclar la prótesis. "Fue doloroso. Pero valió la pena". Vuelve a sonreír.

En su caso, fueron las orejas. Pero Díaz Torres y el anaplastólogo Enrique Damborenea pueden hacer mucho más. Narices, órbitas oculares, combinaciones de las anteriores y hasta una prótesis de la cara entera. Lo hacen con implantes de titanio que anclan en el hueso. "Como una alcayata; la prótesis sería el cuadro", explica Díaz Torres. Se toma una impresión de la cara del paciente, que se vacía en escayola. Entonces, sobre el hueco que hay que reconstruir se empieza a trabajar en cera. Lo más complicado, asegura Damborenea, es dar expresión a los ojos. En el molde final se mezcla silicona transparente y pigmentos para imitar el color de la piel. En las mesas del laboratorio se apilan narices y orejas de todos los tamaños y colores. Son las pruebas desechadas. "Al final no tienes que ver una prótesis", asegura Damborenea.

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Díaz Torres, un afamado cirujano plástico, presume de contar con la única Unidad de Anaplastología de la sanidad pública española. Le llegan pacientes de todas partes. Se formó en Estocolmo, en el Instituto Karolinska, donde hizo la residencia. En aquella época pintaba. "Tú que eres un artista, ¿por qué no te dedicas a una cosa que se llama cirugía plástica?", cuenta que le preguntó su tutor. Le hizo caso y acabó escribiendo la tesis Escultura aplicada a la medicina para conseguir la reinserción de los enfermos con mutilaciones en la cara. Cuando llegó al hospital Ramón y Cajal, en 1979, encontró un laboratorio generosamente dotado, pensado para prótesis dentales. Y cerrado a cal y canto. "De esto no habían oído hablar de Copenhague hacia abajo. Al principio no me hacían ni caso", cuenta. Pero se hizo con el laboratorio.

Hoy la unidad es él y él es la unidad. Se jubila en menos de dos años y no tiene residentes que quieran seguir donde él lo deje. En su despacho cuelga la foto de una niña en el día de su comunión. Hay que fijarse, pero se aprecia que una de las órbitas es una prótesis que Díaz Torres ha ido adaptándole a medida que crecía. La niña insistió tanto que acabó yendo a su comunión, en Hellín (Albacete). Se acuerda también de Antonio, un músico de Huelva. En la primera visita le contó, entre lágrimas, que había ido a tomarse un café a la cafetería del Talgo que le llevaba a Madrid. Estaba lleno, pero fue entrar él y despejarse. Ya con la prótesis cubriéndole el hueco de la cara que le había dejado la enfermedad, volvió a esa cafetería. Nadie se dio cuenta. "Cuando me lo contó fui yo el que lloré de la emoción".

La prótesis de silicona puede ser temporal, no excluye una reconstrucción quirúrgica posterior. Entre llevarla y no llevarla, dice Díaz Torres, hay un mundo. "De no salir de su casa o estar aislados en un rincón, los pacientes salen con normalidad a comprar el pan, a tomar un café...", explica. "Con esto no les curamos, pero les ayudamos".

Tras un accidente o una malformación congénita grave, las personas afectadas sufren problemas de identidad que suelen interferir en sus relaciones sociales y vida personal. El equipo médico del hospital público Ramón y Cajal (Madrid) está especializado en recrear la imagen anterior al accidente.
Tras un accidente o una malformación congénita grave, las personas afectadas sufren problemas de identidad que suelen interferir en sus relaciones sociales y vida personal. El equipo médico del hospital público Ramón y Cajal (Madrid) está especializado en recrear la imagen anterior al accidente.LUIS SEVILLANO

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