"La historia del arte está cerrada"
"Los humanos somos aquello que de nosotros dicen nuestras imágenes". La frase, una de las muchas citas de antología que casi obligan al subrayado, explica en cierta manera de qué va la maravilla de Autobiografía sin vida (Mondadori), el último libro de Félix de Azúa. En este lúcido y casi poético ensayo, este escritor y profesor de Estética recién jubilado ("para trabajar sin otras distracciones", dice) va recorriendo las imágenes que han marcado su vida, la de su generación y, en cierta manera, la de todo el arte occidental. Desde los caballos rupestres de la cueva de Chauvet hasta la última performance, póstuma como el arte mismo, de James Lee Byars. Este paseo vital le lleva por la cruz ("desde niños veíamos esta barbaridad colgada, ¡lo que debió traumatizarnos esta imagen!"), la escultura clásica ("todos hemos sido griegos en la adolescencia"), las catedrales góticas, la pintura flamenca, La muerte de Marat, de David, los Desastres, de Goya, o el suicidio de Rothko. Y en cada fase constata cómo el arte ha ido desgastando la vida, robándole su magia, para convertirla en la sombra de lo que fue, en pura representación, hasta su aniquilación.
"Los humanos somos aquello que de nosotros dicen nuestras imágenes"
"Es dificilísimo trabajar en este momento sobre cuestiones artísticas"
"Hay un momento final. A partir de Hiroshima, los humanos nos damos cuenta de que podemos autodestruirnos hasta desaparecer del cosmos. Se produce entonces una grieta gigantesca con el pasado y comienza una nueva era. Es como el paso del paleolítico al neolítico. Y el arte de esta nueva era está empezando aún. Por eso nos parece rarísimo, desconcertante, porque viene a decir 'he muerto', pero esto es la obra de arte. Presenta como obra de arte su propia desaparición. Es difícilísimo en este momento trabajar sobre cuestiones artísticas. Creo que hay que ser filósofo, vaya, y en el sentido técnico de haber estudiado la carrera. Estamos en el puro vacío, en la representación artística de la muerte del arte, que ha alcanzado la fase hegeliana de la autoconsciencia. Esto le lleva a la autodestrucción pese a que, simultáneamente, esta destrucción es artística. Es una contradicción muy interesante para los que nos dedicamos a la teoría, pero, claro, a la gente le desconcierta mucho. Es todo complicadísimo y al mismo tiempo es nuestra representación. Llevamos una vida así de complicada".
Pese a que el libro rezuma vida y ganas de vivirla, Azúa está convencido de que "habitamos un mundo ya destruido por la bomba atómica". Asegura que el terror nuclear que atenazó a su generación se ha dulcificado porque "es imposible mantener la tensión de la muerte tanto tiempo", pero ya está interiorizado de tal manera que sólo lo percibimos en el reflejo de este arte complejo y duro que nos desorienta.
"La historia del arte, con mayúsculas, está cerrada. Va a ser muy difícil que se mantengan los grandes discursos antiguos". ¿Qué vendrá? "No tengo ni idea. Lo que está claro es que el arte así como se ha concebido en los últimos 30.000 años se ha acabado. Pero también sé que no podemos prescindir del arte, como no podemos hacerlo de la religión o la ciencia". La magia, ese punto de simpatía o comunión con la vida o el cosmos, es una pulsión, dice, que no desaparecerá. "Suele decirse que lo propio de los artistas es mantener viva esta magia, pero cualquiera, por muy alejado que esté de las cuestiones estéticas, sabe de qué hablamos. También un hincha de fútbol en plena euforia etílica puede tener este momento artístico. Y no hace falta exagerar tanto, esta comunión con el cosmos se le da a todo el mundo en el momento en que se enamora. Enamorarse no es otra cosa". Arte.
Babelia
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