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Restos humanos de la batalla del Ebro

Residentes de la zona del Delta han entregado a la Generalitat 600 huesos hallados en campos y caminos

Que del suelo broten restos humanos de muertos durante la Guerra Civil es casi una rutina en los municipios que sufrieron la batalla del Ebro. "Lo asumimos como una normalidad", explica Carme Pelejà, alcaldesa de la Fatarella (Tarragona), pueblo pegado a los terrenos machacados por la aviación y la artillería franquistas en 1938. "Aquí tropezar con restos humanos siempre ha sido bastante habitual", detalla. Tropezar, literalmente. Porque en estos suelos los fallecidos ni se apilaron en fosas, ni fueron trasladados a cementerios cercanos por una población reducida que quedó diezmada y sin medios durante décadas.

Es tan común hallar huesos humanos que, desde la aprobación de la Ley de Fosas catalana, hace un año y medio, la Generalitat ha recibido de vecinos y visitantes 600 restos pertenecientes a un mínimo de 63 combatientes.

"Cuando arabas o ibas a jugar, siempre encontrabas uno", explica una mujer

Todos los hallazgos han surgido en superficie. Los muertos en esta ribera del Ebro quedaron tirados en los senderos, en los campos, removidos y semienterrados por nuevos proyectiles de origen alemán o italiano que impactaban sobre los ya caídos. La lluvia, la siembra o una excursión suelen ser anticipo de un nuevo hallazgo. "Cuando arabas el campo o salías a jugar siempre te encontrabas un hueso", recuerda Francisca Álvarez, vecina de Corbera d'Ebre, de 71 años. "Los tocábamos con una rama, de lejos, porque los padres nos decían que eran peligrosos. Claro, como iban a decirnos que eran un brazo humano, una pierna".

"Estos terrenos apenas estaban poblados y murieron unos 30.000 combatientes", detalla el historiador Xavier Hernández. "La mayoría quedaron en la superficie, pudriéndose al sol. Todavía hoy quedan muchísimos cuerpos a su suerte. Muchos furtivos aficionados, coleccionistas de material de guerra, se los han llevado. Venían con su detector de metal e iban desenterrándolos", lamenta Hernández.

La mayoría han ido siendo recogidos por payeses que, en bolsas de plástico, los llevaban al ayuntamiento sin idea de qué hacer con ellos o los conservaban a modo de homenaje. "Me quedaba mirándola horas y horas, pensando qué habría ocurrido", reflexiona Rosa Altavill sobre la calavera que accidentalmente descubrió el tractor de su marido en Gandesa. Altavill la dejó sobre una piedra, en un margen de la masía en la que, comenta, todavía brotan huesos a cada cultivo. "La miraba mucho pero nunca me atreví a tocarla", recuerda. La calavera la acompañó durante casi 30 años hasta que, un día, cuando ya estaba casi decidida a llevarla al Ayuntamiento, desapareció. "Se la llevó alguien o regresó a la tierra", comenta la mujer.

Desde la aprobación de la Ley de Fosas catalana los hallazgos ya tienen un destino. "La Generalitat asume la responsabilidad de dignificar, señalizar, y recuperar las fosas", explicó ayer el consejero de Interior, Joan Saura. El Gobierno catalán ha localizado también 69 nuevas fosas, en las que mayoritariamente había enterrados hombres de entre 21 y 45 años. Tras tratar los huesos y clasificarlos, cada individuo es enterrado con un código que permitiría exhumar el cadáver si hubiera posibilidad de identificación. Los restos de los combatientes del Ebro, erosionados tras más de setenta años semienterrados entre el polvo de los caminos, pasan a reposar en la cala Fatarella, en el Memorial de Los Camposines.

Restos humanos en Campusines (Tarragona).
Restos humanos en Campusines (Tarragona).JOSEP LLUÍS SELLART

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