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Crítica:XIV FESTIVAL DE JEREZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La danza se impone al teatro

Encomiable esfuerzo el del bailarín y coreógrafo Fernando Romero para llevar al terreno del teatro-danza Historia del soldado, de Stravinsky. Principalmente, porque todo apunta a un proyecto artístico muy personalizado, por más que el creador se haya hecho acompañar de colaboradores de lujo. Ello solamente contribuye a que la obra tenga puntuales momentos destacados de uno u otro artista, cuadros más o menos acertados, pero no evita que el espectáculo en su conjunto se ofrezca con demasiadas carencias.

Principalmente, se echa en falta una mayor cohesión escénica, que unifique el discurso conjunto frente al de las individualidades, y ya que estamos hablando de teatro-danza, una dramaturgia que otorgue un mayor sentido a la narración.

HISTORIA DE UN SOLDADO

Compañía: Fernando Romero. Soldado: Fernando Romero. Diablo: Manolo Marín. Narradores y cante: Juan José Amador, Miguel Ortega. Princesa: Isabel Bayón (colaboración especial). Proyecto artístico y coreografía: Fernando Romero. Música: Igor Stravinsky (suite Historia del soldado).

Teatro Villamarta, 10 de marzo.

El diablo está personificado por el maestro sevillano Manolo Marín

En la concepción de la obra parecen un hallazgo las figuras de los narradores, los cantaores Juan José Amador y Miguel Ortega, quienes además ejercen de guitarristas con sorprendente solvencia. Pero -¡ay dolor!- las más de las veces su narración y su cante apenas se escuchan, ocultos tras la cortina sonora de una música máquina que viene y va, machacona y reiterativamente, sin que uno termine de encontrarle su función.

Por el contrario, los extractos de la suite original compuesta por Igor Stravinsky resultan escasos. Cuando se recurre a ellos, el baile de Fernando Romero, elegante y siempre de buena planta, despliega todo un amplio abanico expresivo que va desde el clásico español al flamenco pasando por unos guiños al musical americano: el claque y el zapateado flamenco fundidos en la figura del protagonista (un Fred Astaire que también podía ser un Charlot) atravesando su momento de opulencia.

Ése es uno de los momentos del relato tradicional del soldado que, en su regreso a casa tras la guerra, se las tiene que ver con el diablo, quien, después de unos cuantos tiras y aflojas, termina quedándose con su alma. Y el diablo está personificado nada más y nada menos que por el sevillano Manolo Marín, el maestro de tantos artistas, entre ellos del creador y protagonista de la obra.

Sus aportaciones de baile son incuestionables, pero su actuación en general abusa del trazo grueso con digresiones que no siempre cuadran, por más que hagan reír. Un momento brillante de interacción entre el maestro-diablo y el discípulo-soldado ocurre cuando se juegan el alma del segundo, simbolizada por una guitarra, en una partida de cartas que resulta ser un duelo de bailes. Aunque bastante menor, es de reseñar la intervención de Isabel Bayón, tan elegante y sutil como nos tiene acostumbrados. Pero su presencia escénica queda un tanto diluida en el tramo final de la narración.

La obra en su conjunto deja, pues, sensaciones dispares, pero prevalece la percepción de algo deslavazado, que precisa de un esfuerzo de cohesión para que los buenos elementos que la componen adquieran el sentido y la brillantez que merecen.

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