Catherine Ashton, ese error
A los tres meses de hacerse cargo de la política exterior de la Unión Europea, los Estados ya se plantean limitar los daños de su trabajo y reconducir la situación
La humillación sufrida por la UE a mediados de diciembre en al cumbre del Cambio Climático de Copenhague convirtió en auténticos psicodramas las siguientes reuniones comunitarias de alto nivel, con preguntas del tipo quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Cómo era posible que teniendo el mejor, más riguroso y más ambicioso programa de lucha contra el calentamiento de la atmósfera, la UE se hubiese convertido en mero espectador de lo que decidían otros. Fue un traumático choque con la realidad a tres semanas escasas de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el instrumento concebido para dar a Europa una voz fuerte y creíble en la escena global. La agonía sobre qué queremos y qué podemos hacer vuelve ahora de la mano de Catherine Ashton, elegida para encarnar esa Europa que dice ambicionar protagonismo en el mundo. A los tres meses de estar al frente de la política exterior europea, la británica ha decepcionado las expectativas y comienza a inquietar a los Gobiernos. "Hay preocupación intensa y se está en compás de espera, para ver cómo se limitan los daños", comenta una fuente recién salida de un sanedrín en un Gobierno de los Veintisiete.
Su ausencia en actos importantes de la UE ha suscitado críticas e ironías en privado
"Lo malo es que no sabe nada; lo bueno, que puede aprender", asegura un experto
"Su elección fue un tremendo error de casting", comenta otra fuente, que repite dos veces la expresión, como si todavía no se creyera lo ocurrido. La fuente, conocedora a fondo del funcionamiento de la política exterior comunitaria, lamenta que después de tantos años de experiencia y de dejar perfectamente definido el perfil a que debía ajustarse el nuevo Alto Representante de la Unión, los líderes europeos acabaran por escoger a alguien que no cumple los requisitos. "Tomaron la decisión en función de la ideología y se ha visto que fue un error", concluye.
Ashton era una perfecta desconocida. Un jefe de Gobierno tuvo que consultar con su comisario sobre la candidata a timonear la política exterior comunitaria, que había ocupado durante algo más de un año la cartera de Comercio en el Ejecutivo comunitario. "Es seria, capaz y trabajadora", vino el aval.
La inesperada Ashton fue el quinto plato servido por Gordon Brown a los Veintisiete. El primer ministro británico reclamaba la presidencia del Consejo Europeo para Tony Blair y cuando hubo de renunciar a la persona y a la posición se volcó en la figura del Alto Representante, de mucho más calado. La idea de tener un británico al frente de la nueva diplomacia europea reforzada por Lisboa era aceptable y deseable, dada la vitola del Reino Unido como uno de los escasísimos socios comunitarios con visión global del mundo. David Miliband, el secretario del Foreing Office, también se cayó, por razones de política interna, de esta segunda carrera y al final fueron presentados tres nuevos candidatos: Peter Mandelson, antiguo comisario de Comercio, brillante, pero con excesiva soberbia intelectual; el sólido Geoff Hoon, ministro de Defensa en la hora de la cuestionada invasión de Irak, y Ashton. Si los dos varones tenían méritos sobrados para ser rechazados, la neutra Ashton aportaba un valor crucial: era mujer.
En la Europa del siglo XXI era inaceptable que todos los cargos de más relevancia y visibilidad de la UE fueran ocupados por hombres. Las europarlamentarias habían amenazado con un muy difícil paso por el Parlamento de la nueva Comisión si no había al menos un tercio de comisarias. Con Lisboa, el Alto Representante es también vicepresidente de la Comisión. Ashton cuadraba idealmente con los equilibrios políticos, geográficos, ideológicos y de género.
Pero el puesto de Alto Representante es extraordinariamente exigente, con viajes constantes y continuas alertas; reclama liderazgo y exige conocimiento de los temas. "Por lo que hemos visto hasta ahora, la Alta Representante no cumple con esos requisitos", comenta otra fuente, con el valor añadido de que es mujer. "Quienes dicen que las críticas que recibe Ashton son machistas se equivocan. No hay sexismo en este asunto". La informante, que reclama el anonimato, llega a decir que "los muy pesimistas temen que en otros tres meses Ashton acabe con la política europea de seguridad y defensa".
Es una exageración porque ya se han puesto en marcha mecanismo para limitar daños y este fin de semana en Córdoba todos los ministros de Exteriores de la UE se han conjurado para reconducir la situación y enmendar el entuerto de una selección de personal inadecuada. Pero está claro que Ashton no es sensible a esa faceta de la política exterior tan querida y potenciada por Javier Solana y que ha servido para poner la bandera de la Unión en una veintena larga de misiones en todo el mundo, para mantener el rescoldo de una ambición global europea mientras se esperaban mejores instrumentos, como el Tratado de Lisboa, cuya puesta en marcha es un auténtido quebradero de cabeza. En su comparecencia en la Eurocámara, Ashton dijo no ver la necesidad de un cuartel general europeo, en perfecta sintonía con el modo de pensar de un Londres siempre receloso de una autonomía europea con respecto a la OTAN. Su ausencia la semana pasada en la reunión de ministro de Defensa de Palma de Mallorca además de ser lamentada en público suscitó acerbas ironías en privado. Era la segunda vez que en tres meses Ashton probaba su desinterés con la vertiente militar de la construcción europea.
Ashton llegó a intentar parar la operación europea para formar soldados somalíes, pero acabó por ser convencida de lo contrario cuando se le explicó la necesidad de ir a la raíz del problema (la seguridad en tierra) si se quiere acabar con su ramificación en el mar (la piratería). Tampoco sabía nada de los Balcanes y tras una reunión demostró haber comprendido el laberinto. "Lo malo que tiene Ashton es que no sabe nada; lo bueno, que puede aprender", comenta otro experto en asuntos comunitarios, que califica de "terrible error" el que la Alta Representante haya mantenido el grueso de su Gabinete como comisaria de Comercio, desconectado de la política exterior, sólo ligeramente reforzado para la nueva función de Exteriores. "No es un equipo de primera división", resume alguien que lo pone en contraste con la solvencia y la experiencia del equipo apoya a Herman Van Rompuy, el presidente estable del Consejo Europeo, con una definición del cargo en el Tratado de Lisboa menos trascendente para la UE que el de Alto Representante y Vicepresidente de la Comisión.
En esto primeros tiempos de aplicación de Lisboa, la UE da impresión de estar desorientada, pero los politólogos encuentran un explicación. "Es injusto y revela desconocimiento pretender que la instituciones creadas por el Tratado de Lisboa iban a ser la panacea inmediata", apunta Thomas Klau, el alemán responsable de la oficina en París de Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. "Todo es nuevo y esperar que funcione de inmediato no es realista". Subraya Klau que en Estados Unidos se tarda del orden de seis meses en cubrir los puestos "y eso con un sistema constitucional con más de dos siglos de vida".
El principal reto de Ashton es poner en pie el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), un cuerpo diplomático europeo de nueva planta con unos 5.000 efectivos para gestionar del orden de 140 representanciones de la UE en todo el mundo. Es la gran innovación del Tratado de Lisboa y un complicado encaje de bolillos en que ella debe acomodar las ambiciones de las instituciones comunitarias y los intereses de los Veintisiete. La Alta Representante presentará su propuesta el próximo mes de abril, pero ya ha habido choques que prueban los delicado del ejercicio.
El más estridente fue el nombramiento como 'embajador' en Washington de Joao Vale de Almeida, un eurócrata mano derecha del presidente de la Comisión, Jose Manuel Durao Barroso. La operación subterránea y de robar la cartera por parte de la Comisión a los Estados en este nombramiento, sobre la que Ashton asumió la responsabilidad en público, ha hecho las delicias de los expertos en los arcanos comunitarios, con interpretaciones para todos los gustos sobre lo realmente ocurrido entre bambalinas. Lo realmente ocurrido después es que Ashton fue llamada a capítulo por los ministros de Exteriores y quedó claro que ya no habrá más nombramientos unilaterales. "Los ministros de Exteriores no se la toman en serio", apunta un informante.
Los Veintisiete estaban considerando que en Washington, Moscú y Pekín los embajadores fueran políticos, siguiendo el innovador y satisfactorio ejemplo del ex primer ministro irlandés John Bruton, cuyo relevo tomará Almeida. Esa decisión respondía al deseo de probar a los otros grandes y al mundo, que la Unión tiene ambiciones globales pese a las muy razonables dudas que suscita concertar los heterogéneos intereses de 27 socios. "A Ashton habrá que juzgarla por el modo en que elige y coloca a los responsables del SEAE. Es muy pronto para juzgar. Si pone en marcha instituciones efectivas habrá hecho su trabajo", dice Antonio Missiroli, politólogo del European Policy Centre, un centro de estudios bruselense. "Quien la suceda tendrá una base para operar en el mundo".
Suena a epitafio y con razón. Klau aventura que si la aplicación efectiva de Tratado de Lisboa queda empantanada en cuestiones de personalidad, bastará con cambiar a Ashton dentro de cinco años, al concluir su mandato, aunque hay quienes especulan con una vida política muchísimo más corta para la baronesa británica. Si al cabo de otro lustro, Europa sigue sin funcionar, habrá que plantearse hacer cirugía mayor. "Habrá que acabar con el tabú de que ya está bien de tratados y volver cambiar dentro de 10 años", se atreve a decir Klau. Demasiada agonía. Mientras la UE sigue mirándose el ombligo, el mundo avanza y cada vez más deprisa. "Es el riesgo del ensimismamiento", advierte Missiroli. "Mientras estábamos para arriba y para abajo con el tratado, en Copenhague otros estaban decidiendo por nosotros".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.