Kennedy y Marilyn, en la bañera
Ella, una adicta a las pastillas que se lavaba poco. Él, un hombre sin moral que se 'acostó' con medio Hollywood. Así retrata François Forestier la relación entre el presidente y la 'sex symbol'
Diciembre de 1962. John Fitzgerald Kennedy se toma el domingo libre y acude a casa de su cuñado, Peter Lawford, que, además de cuñado y actor, es su celestino, el que le procura todas sus amantes. Allí le espera Marilyn.
JFK tiene problemas de espalda, lleva un corsé, pero se lo quita para entrar en la bañera de agua caliente junto a su amada. Marilyn monta sobre The Prez, que así es como llama en la intimidad al presidente de los Estados Unidos de América. Al cabo de un rato, Peter Lawford entreabre la puerta y toma unas fotos con su cámara Polaroid. El presidente sonríe, Marilyn hace muecas. Mientras los dos amantes intercambian confidencias en la habitación, los hombres de Hoover, el todopoderoso jefe del FBI, escuchan las conversaciones con sus auriculares mientras comen pizza. Hay micrófonos instalados por todas partes.
La casa de Marilyn estaba ll FBI, la CIA, DiMaggio, la Mafia; todos la espiaban
Los Kennedy se encargaron de borrar todas las pistas de esa relación, según cuenta François Forestier
Joe Kennedy, el patriarca de la familia, pagó 75.000 dólares para que su hijo saliera en la portada de 'Time'
"Kennedy era un niño rico, con la arrogancia del niño rico que piensa que no le puede pasar nada", dice el autor
Éste es uno de los múltiples encuentros secretos que el periodista francés François Forestier narra en Marilyn y JFK (Aguilar), obra que recrea la relación entre la gran sex symbol del siglo XX y el mítico presidente. "Es un libro que cuenta una historia", dice por teléfono desde París el periodista del semanario Le Nouvel Observateur, "no es una obra periodística, ni un libro de historia". Eso sí, asegura que no hay una sola línea de ficción. Que todo lo que cuenta está respaldado por documentos desclasificados del FBI y la CIA, por la abundante bibliografía relacionada con el tema, por archivos que están a disposición de cualquiera que quiera verlos y por las entrevistas con testigos directos que él ha realizado a lo largo de años. El periodista francés, especializado en cine, cuenta que la historia de esa Polaroid de Peter Lawford se conoció gracias al vecino de J. Edgar Hoover. El todopoderoso jefe del FBI guardaba en su casa documentos comprometedores de algunos de los espiados por su red de informadores. Entre otros, la foto de Kennedy y Marilyn en la bañera. Al morir Hoover, su vecino la encontró en la basura. Allí estaba la prueba de aquel encuentro. "Esas fotos existen. Circulan", dice Forestier.
Son pocas las imágenes que se conocen de la pareja, que, según Forestier, mantuvo una relación intermitente a lo largo de años. Los servicios secretos y los propios Kennedy se encargaron de borrar las pistas de esa relación. "Lo eliminaron todo para mantener el mito viviente, los Kennedy eran intocables", sostiene Forestier. La imagen que acompaña a este reportaje es una de las pocas que se conocen. Es el resto de un carrete que fue eliminado. En la instantánea aparecen John y Bobby Kennedy, con quien también se enrolló Monroe, según cuenta el libro. Fue tomada en casa de Arthur Krim, tesorero del Partido Demócrata, pocas horas después de la más lasciva demostración en público de su relación, el irrepetible Happy birthday, Mr. President.
Forestier habló con algunos de los que estuvieron entre bastidores aquella mítica noche en el Madison Square Garden, la de la celebración del 45 cumpleaños del presidente. Cuenta que a Marilyn se le rompió el vestido y que los allí presentes apreciaron que no llevaba ropa interior. Le habían remendado el vestido -de 12.000 dólares- en el camerino, pero éste no tardó en resquebrajarse mientras Marilyn cantaba a su Mr. President.
Conseguir que la estrella subiese al escenario aquella noche fue costoso. Tuvo que secuestrarla Peter Lawford del rodaje de Something's got to give -la película que no llegó a terminar- presentándose con un helicóptero. La llamada de Bobby Kennedy al jefazo de la Fox, Milton S. Gould, pidiendo que dejara escapar a la actriz "por una cuestión de Estado" no fue suficiente. Y JFK tenía claro que esa noche Marilyn era su regalo de cumpleaños.
Jacqueline Kennedy, la primera dama, harta ya de la historia de Marilyn, y sin ninguna gana de ser humillada ante 15.000 espectadores, se largó a pasar la noche de cumpleaños de su marido a Glen Ora, la residencia de fin de semana. A montar a caballo.
Marilyn y JFK cuenta una historia de espías. Porque si algo había en casa de Marilyn -y en los lugares que más frecuentaba- era micrófonos ocultos. Si alguna vida fue escudriñada, ésa fue la de la protagonista de la inolvidable Con faldas y a lo loco. El FBI, la CIA, la Mafia; el jefe del sindicato de transportes, James Hoffa; su marido celoso, DiMaggio. Amigos y enemigos de Kennedy la espiaban. Y el carismático presidente tenía muchos enemigos. Tal como cuenta Forestier, llegó al poder aupado por su padre, Joe Kennedy, que prometió favores a la Cosa Nostra cuando su hijo llegara a presidente. La Cosa Nostra comprobaría poco más tarde cómo el hermano pequeño, Bobby, cimentaba su carrera a base de hostigar a los mafiosos. Se sintió engañada. Empezó a trabajar.
El libro de Forestier hace un retrato absolutamente desmitificador de sus dos protagonistas. Marilyn es presentada como una mujer desequilibrada y drogadicta que no cuida nada su higiene personal y, además, es frígida. Kennedy, como un tipo sin ninguna moral, un niño pijo acostumbrado a que nadie le diga nunca que no, un egoísta recalcitrante que desprecia los sentimientos ajenos. Se acuesta con medio Hollywood, cuenta el libro. Y sufre eyaculación precoz. Angie Dickinson, una de sus múltiples amantes, recuerda su intercambio de fluidos con JFK como veinte inolvidables segundos.
La noticia del aborto de Jackie Kennedy ante la que John ni se despeina, prosiguiendo sus vacaciones en barco con un cargamento de chicas; el pago de 75.000 dólares a la revista Time por parte de Joe Kennedy, el patriarca de la familia, para lanzar la carrera de su hijo hacia la presidencia; el consumo de LSD por parte de Kennedy poco antes de la invasión de Bahía de Cochinos; la violación que Marilyn sufre, borracha y abotargada de pastillas, por parte del mafioso Mooney Giancana. El libro recorre sin cortapisas los episodios más escabrosos de la biografía de ambos mitos. "Soy partidario del espíritu de James Ellroy", explica Forestier, "hay que mirar detrás de los mitos. Hollywood es un mundo corrupto, sin moral. La política, también. Con Marilyn y JFK, estos dos mundos sucios se encuentran".
Forestier asegura que su libro no incluye grandes revelaciones. Que prácticamente todo lo que narra ya había sido contado, a trocitos, en los múltiples libros que han abordado de forma tangencial el tema. Faltaba que alguien articulara el gran relato, dice. "Nadie ha contado esta historia", sostiene sin asomo de dudas. Atribuye esta circunstancia al pacto de silencio que durante años suscribieron los medios, que tuvieron material publicable entre sus manos, pero renunciaron a hacerlo. Y a la eliminación de grabaciones, fotos y documentos a la que los propios Kennedy contribuyeron. Así fue en una primera etapa. Pasados los años, dice, todo el mundo dio por hecho que su historia ya estaba contada.
François Forestier escribe críticas e informaciones de cine para el semanario Le Nouvel Observateur. A sus 62 años, es un hombre fascinado por el Hollywood clásico. "No por el de Scarlett Johansson", matiza. Se ha tirado media vida entrevistando a los grandes del cine. Muchos de ellos, como John Huston, le fueron contando historias de Marilyn que empezaron a germinar en su cabeza. Autor de autobiografías de Howard Hugues, Aristóteles Onassis y Martin Luther King, además de novelista, declara su fascinación por esta historia entre dos niños egocéntricos, entre una mujer, tal y como la describe, vacía y un hombre sin moral. "Kennedy era un niño rico, con la arrogancia del niño rico que piensa que no le puede pasar nada. Pensaba que aunque se descubrieran las partes más oscuras de su biografía, nunca pasaría nada".
Marilyn conoció a Kennedy en 1954, en una fiesta en casa del productor Charlie Feldman. Una fiesta a la que acudió con su marido Joe DiMaggio, en la que bailó acaramelada con su admirado Clark Gable y en la que deslizó un papel con su número de teléfono en la chaqueta del entonces joven senador norteamericano.
Durante ocho años se sucedieron los encuentros entre ambos. El 24 de mayo de 1962, Monroe recibe la llamada del celestino Peter Lawford.
-Se acabó, Marilyn. No debes intentar ponerte en contacto de nuevo con el presidente. No debes volver a verlo, ni llamarlo por teléfono.
Ante las lágrimas de la estrella, Lawford zanja la cuestión.
-Marilyn, sólo has sido un polvo para Jack.
Extracto de 'Marilyn y JFK', de François Forestier (Editorial Aguilar)
Marilyn baila. En su casa, con una música latina, pone en práctica las lecciones de su coreógrafo Jack Cole durante el rodaje de El multimillonario. Estuvo ensayando durante semanas las ondulaciones, los movimientos de hombros, de caderas que tenía que ejecutar para Yves Montand y que le salen con naturalidad. Ante su amiga Jeanne Carmen, una actriz de décima categoría, Marilyn parece estar de fiesta. Se sube a los sillones, empieza una danza del vientre y canturrea al compás:
-First lady! First lady! [¡Primera dama! ¡Primera dama!].
Hay algo patético y conmovedor en esta rumba solitaria, en esta alegría fabricada. ¿Piensa Marilyn en realidad que va a ocupar el lugar de Jackie Kennedy? Jeanne Carmen es testigo de esta ilusión: Marilyn tiene cada vez menos contacto con la realidad. Vive en un mundo de fantasía, de sueño. Tiene una vaga conciencia de la imposibilidad de sus esperanzas, pero también conoce la fuerza del deseo que despierta. Para ella no hay nada imposible. Nada. ¡Es Marilyn!
Confusamente, es consciente de que va cuesta abajo. El punto álgido de su carrera ha pasado, tiene 35 años. Sólo le queda esperar a los 40, la edad fatal en aquellos años para una actriz. Son pocas las que superan este límite, salvo para encontrar papeles de malvada, mujer engañada, arpía, seductora de gigolós. Marilyn no quiere ser Bette Davis.
Quiere ser first lady, eso es todo. Desfilar junto al presidente. Agitar los brazos ante filas de cadetes uniformados. Entrar en la Casa Blanca ante los soldados en posición de firmes.
El problema es que Kennedy empieza a ser consciente de los rumores que corren: Marilyn es incontrolable, borderline, esquizofrénica, según Greenson -su psiquiatra-. Por ahora, su compañía es agradable, pero ¿quién sabe? Cuando llegue el momento habrá que actuar con tacto para anunciar la separación. Marilyn tiene tendencia a llamar por teléfono con demasiada frecuencia, como si fuera algo evidente. Envía poemas de amor a la Casa Blanca, incluso un día llegó a hablar con Jackie por teléfono. Se disculpó y colgó. Jackie, que reconoció su voz, sus balbuceos pueriles, está furiosa. Lo hace saber. Su marido comprende: Marilyn trata de colocarse en el papel que más le gusta, el de víctima infantil. Bajo esta máscara, JFK lo sabe bien, puede haber una mujer dura y odiosa. JFK no está acostumbrado a estas cosas. Cuando abandona a una chica, simplemente deja de verla. Se vuelve transparente para él. En el caso de Miss Monroe es difícil.
Marilyn baila y alrededor hay quince frascos de pastillas desparramados por la moqueta.
Está previsto que el rodaje de Something's got to give comience el 9 de abril. Todo va mal: George Cukor, el director, aterrorizado por tener que trabajar una vez más con Marilyn, se hace el sueco. Conoce los problemas que le esperan y odia el desorden que crea Marilyn, las dificultades que plantea, la falta de respeto que manifiesta hacia todo el equipo. Quiere tener un guión más o menos coherente y pide algunos retoques. La Fox, por su parte, está totalmente colapsada por el desastre de Cleopatra. Los decorados se vienen abajo, los escándalos se suceden, Liz Taylor está enamorada, Liz Taylor abandona a su marido Eddie Fisher... En Los Ángeles circulan los rumores, los equipos que vuelven de Roma hablan. Marilyn no se pierde un rumor. JFK tampoco, pues le encantan los chismes. (...)
La 20th Century Fox exige la presencia de Marilyn. El tono sube. Los productores están rabiosos. La fecha del rodaje se vuelve a retrasar. El actor principal, Dean Martin, trata de tomárselo con paciencia. Cyd Charisse, la actriz sublime de La bella de Moscú, que tiene el segundo papel, hace pruebas de vestuario. Marilyn interviene: su rival no puede estar más sexy que ella. Tendrá que usar ropa muy seria. ¿Deseará realmente Marilyn hacer esta película?
De momento, se larga.
Primero, Florida, donde Joe DiMaggio sigue el entrenamiento de su equipo favorito, los New York Yankees. Luego visita a Isadore Miller, el padre de Arthur, un anciano con quien ha establecido vínculos afectivos.
El 6 de febrero, Marilyn llega a Miami y se dirige al Fontainebleau Hotel, el palace favorito de los políticos, de los actores y de los gánsteres. Allí, en una suite del último piso, con vistas al mar, la espera The Prez.
Cae en sus brazos.
En su cabeza resuena "First lady! First lady!" con ritmo de rumba.
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