Érase una vez el PCI
Hace 20 años se disolvió el Partido Comunista Italiano, el más grande de Europa
"Lo que yo hice aquí, es como si el Papa, asomado a su ventana, dijera a los fieles que María no es virgen". Achille Occhetto, el hombre que cambió símbolo, nombre y destino al Partido Comunista más grande de Europa, utiliza esta metáfora para recordar la mañana de noviembre de hace 20 años, en que la izquierda italiana cortó el cordón umbilical con la tradición comunista internacional.
Entonces empezó a andar sola, con el paso tambaleante que la sigue caracterizando, a pesar de haber sido la primera en autocuestionarse y renovarse, apenas tres días después de que cayera el muro de Berlín. El principio del fin del PCI se selló en el barrio de la Bolognina, zona popular de Bolonia, corazón rojo de una ciudad roja. Occhetto, entonces secretario general del PCI, pensaba en un nuevo partido de izquierdas, que estuviera cómodo en la internacional socialista y que pudiera por fin gobernar el país tras 40 años de oposición. Un partido que tenía que liberarse de la incómoda simbología comunista. Nuevo nombre y nuevo icono. Había que "evitar que los ladrillos del Muro nos sepultaran", explica Occhetto 20 años después, en Bolonia. "Había que meter a salvo nuestro empuje reformista, moviéndolo de los residuos del totalitarismo hacia el terreno de la libertad y de la democracia".
La formación llegó a tener el 34% de los votos en las elecciones de 1976
Hacía tiempo que la vía italiana al comunismo se estaba distanciando de la madre patria y de sus derivaciones totalitarias. Botteghe Oscure, la histórica sede de Roma, ya había condenado el estalinismo, la invasión de Budapest en 1956 y la de Praga 12 años más tarde. Faltaba dar el último, definitivo, paso hacia delante. "Había que apartarnos de los fracasos del comunismo internacional de manera clara", dice Piero Fassino, que entonces estaba en la directiva del PCI y apoyó el cambio.
"Aquel 12 de noviembre volví a casa anonadado. ¿Será posible?, me repetía. En diez minutos lo había perdido todo. Las luchas, el sindicato, el orgullo. No sabía quién era". Evaristo Pizzirani, 79 años, es el afiliado más anciano del círculo de la Bolognina. Infla el pecho y se ajusta los tirantes: "Decidí mantenerme fiel al grueso del Partido. Y nunca lo abandoné. Cogí mi primer carné a los 18 años y lo renové cada año. Tengo 60 en casa".
La Bolognina marcó el fin del partido fundado en 1921 por Antonio Gramsci, que unió sus fuerzas a los católicos y a los socialistas para derrumbar el régimen fascista y reconstruir la democracia. Un partido que fue la segunda fuerza del país con una media de 10 millones de votos, entre el 26% y el 34% del total (en 1976). El debate interno laceró el PCI. El ala izquierdista se desenganchó y fundó Rifondazione Comunista.
Mientras las investigaciones de Manos Limpias decretaban la muerte de la Democracia Cristiana, lo que fuera el PCI seguía presa de secesiones y cambios continuos. En 2007, la última, con la fundación del Partido Democrático juntos a grupos de ex democristianos. "El PD es el resultado de los últimos 20 años. Da sentido a la Bolognina, porque crea una gran fuerza reformista italiana", dice Fassino. "De momento no deja de ser una fusión en frío de dos historias y dos culturas", observa Occhetto. Lo cierto es que, abandonada la casa paterna del comunismo, los muchos hijos del PCI fatigan a encontrar su identidad y fortuna electoral. Rifondazione Comunista ni siquiera tiene representación parlamentaria.
"Mis antiguos compañeros de sindicato me dicen que de rojo me he vuelto blanco, porque voto PD. Yo les respondo que no tienen ni un diputado. Es triste. Deberíamos estar unidos. Como contra el fascismo. Necesitamos un país donde todos somos iguales. No este horror", cierra el puño Raffaele Bussolari, militante de 73 años.
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