Prisioneras
Centro Penitenciario de brieva (Ávila). "María, llena eres de desgracia". Así define su suerte Margarita Molina, madrileña de 36 años, 14 de condena por robo con violencia y detención ilegal, y por "un error común" (no volver de un permiso), que ya lleva más de nueve cumplidos "a pelo", lo que quiere decir uno tras otro sin restar na. "Desde jovencita me conozco Carabanchel, Soto, Alcalá...", informa en plan turístico ella, que es gitana sólida y reincidente; de entorno pobre y desestructurado; sin estudios, pero de verbo ágil, de las de venta ambulante y energía sinfín... pero a ratos toda consumida por la droga. "Que antes un gramo de heroína costaba las seis mil pesetas...", dice, raya muy negra en el ojo, pelo teñido, manos ajadas. Cuesta imaginarla atracando un banco, aquí sentada ahora, en la biblioteca de la penitenciaría abulense, esperando a otras cuatro internas para charlar de su condición presa.
"La cárcel te roba mucho, el amor de los tuyos; te impide también darlo, verlos crecer, envejecer e incluso morir"
"Que la justicia se ponga las pilas, que el mío es delito feo, el de trata, pero me ha caído más condena que a una asesina"
Margarita es una de las 17 internas que aparecen citadas en este texto; una de las 5.950 reclusas en España; una de las 950 que habitan en prisiones de mujeres -existen cuatro: ésta de Ávila, en Brieva; las de Alcalá de Guadaira (Sevilla) y Alcalá de Henares (Madrid). La cuarta, el CP de Mujeres de Barcelona, en Cataluña, única comunidad con competencias cedidas-. El resto vive en 49 módulos de los 87 centros penitenciarios totales. Según Instituciones Penitenciarias (II PP) están hoy recluidos, entre preventivos y penados, 67.608 hombres y 5.950 mujeres en España. Es decir, 92%, ellos; 8%, ellas. La desproporción es asombrosa. Siglos atrás hubo quien la atribuyó a cuestiones biológicas, a regresiones a estadios evolutivos anteriores, a masculinización y anomalías; había quien visualizaba patrones antropométricos. La explicación consolidada hoy es otra, más social, más educativa. Lo intuye Margarita: "¿Por qué hay más presos? La agresividad del hombre está más a la vista. El hombre tiene que usar la fuerza para conseguir las cosas; las mujeres tenemos más estrategias, nuestro cuerpo si hace falta". En el tipo de crimen cometido también hay distingos. El 80% de ellas están encerradas por delitos contra la salud pública y socioeconómicos. Son 274 las encarcelas por homicidio y lesiones; los hombres, 4.985.
La inmensa galería central de Brieva es un golpe de luz en tonos cremas... Las celdas, a los lados y en lo alto. Módulos por colores. Las presas etarras que salen del gimnasio. Alguien en la cocina que escribe los menús en el tablón ("Siete sin cerdo para las musulmanas, 18 vegetarianos...), los talleres a toda marcha (de paraguas, de costura; el de aluminio, que cierra porque se lo lleva la crisis...). Directa de aislamiento surge Elisabeth Gutiérrez, de 29 años, madrileña de Manoteras, presa por agresión, desarraigada, de ademanes tajantes, con ganas de hablar reprimidas de semanas... Ha llegado hace nada de Madrid I, en Alcalá, donde se encerró en el chabolo y agredió a una funcionaria: "Se había ahorcado una compañera de celda y yo la encontré tiesa. No podía soportarlo, me quería ir y no me mudaban". Aparece Inmaculada Sánchez, de 24 años, gaditana, con currículo de maltrato y mucho centro de menores andaluz desde los 15: "Salí peor que entré, con más rebeldía. Te chapan en un cuarto y siendo una cría... qué menos que haya terapias... Pues ni enfermería; sólo palizas se oían. En la escuela, ni sumar ni restar; si querías, ibas; si no, no. Y yo, familia como si no, sólo abuela y tía. Mis padres pasaron de mí y al morir (mi abuela) fue el fin". Así sigue, apasionada, jovencísima, maquillada. "Muy desesperada estuve. Espero ya el segundo grado. Nunca he tenido permisos". Enganchada, apenas sin visitas, extravertida, con una hija y ese tono agresivo de réplica siempre en la voz que indica una herida fiera bien dentro.
"Son de primer grado. A ver cómo se comportan", avisa el director al dejarlas. Fuera hay visita de un grupo. Y conversación. "El sistema penitenciario es perverso...", se oye. Asienten. El director: "Estas mujeres han vivido demasiadas cosas demasiado deprisa. ¿Qué habría sido de nosotros con lo mismo?". Un funcionario replica: "Todas vuelven. Una cosa es el deseo; otra, la realidad". Nadie tiene la llave maestra. Castigar. Pagar. Enmendarse. Reinsertarse. Volver a la normalidad. ¿Cuántas lo consiguen? Se estima que la reincidencia es en ellas del 40%; en ellos, del 60%. Y Elisabeth e Inmaculada se comportan primorosamente.
De segundo grado son la valenciana Raquel Teruel (34 años, a punto de casarse con una colombiana a la que conoció aquí y de salir) y Concepción Sanz (39 años, en programa de autoayuda), que pasó en su momento, en 1987, hasta por Yeserías, siempre con la metadona a cuestas, de la que dice estar harta, pero con apoyo familiar y permisos. Aquí están las cinco, todas españolas, deseosas de contar y contar lo suyo... aunque sólo sea por salir de la monotonía de esta vida cercada y de "interior": "Que aquí el patio casi no se puede usar y el verano en Ávila dura na", Margarita dixit. Y el de estas mujeres es modelo, patrón puro.
Un estudio europeo, el proyecto MIP (Mujeres, Integración y Prisión, que muestra la realidad de las presas europeas, su vida tras la prisión y la eficacia de las políticas sociales y penitenciarias para promover su integración social y laboral), realizado en 2005 por la fundación catalana SURT, y fuentes de II PP desvelan el perfil de mujer encarcelada: joven (la media en 2008 en España es de 36), de salud precaria por sus malas condiciones de vida (maltratos, hábitos de consumo y sexuales de riesgo); con bajo nivel educativo; gran parte desempleadas, en precario o sin cualificación. Además, la mayoría no tiene pareja, son solteras, separadas, viudas... Y con hijos. Es decir, familia monoparental. Situación de hiperriesgo: hacerse cargo solas de todo es determinante para la comisión del delito. También es alta la drogodependencia: en las cárceles catalanas, por ejemplo, en 2005 la mitad de las presas eran consumidoras. Y la proporción de extranjeras (40% en España, mayoría de colombianas y rumanas), en general por delitos de drogas. O gitanas; un 30% aquí, cuando son un 2% de la población.
Las cinco de Brieva hablan de amores dentro ("Amor taleguero, amor verdadero, ¿o será pasajero") y de planes fuera. "Estoy en vías de desarrollar la voluntad para superar la droga", sigue Margarita, que conoce frases hechas a miles y cuando menos te lo esperas te suelta un "es que yo mundialmente no quiero salir en fotografía" o "las duchas aquí son colectivas, con cortinita íntima, señorita". Ella, madre de tres hijos adolescentes, de las que se sienten culpables en la distancia (es decir, todas), dice no saber de hombre desde hace lustros ("en mi historial no consta comunicación"), desde que a su marido se lo llevó un tren por delante sin querer un mal día.
Las otras (las diecisiete) lo confirman: que el cuerpo se adapta a todo, y la mente, también. Que se aletarga ante la rutina y la falta de tantas cosas. Que pasar por la cárcel, por esto, te deja el cuerpo sin emociones; te quita el gusto por el sexo, anula lo erótico; te vuelve desconfiada y huraña. Que luego te da miedo salir, cruzar una calle; te roba el amor de otros y te impide darlo, ver crecer y envejecer a los tuyos e incluso morir; te deja un poso de miedo a que te abandone y te olviden; te culpa por el sufrimiento que les ocasionas; te aísla de la vida real, te impide el gesto cotidiano: hacer la compra, conducir al trabajo, salir al balcón; te provoca rechazo de otros, sientes que pierdes la vida... Y te da paciencia, orden, tiempo para crecer, si quieres, meditar, constancia... Sobre todo, comprensión hacia los errores de los demás. "Todos podemos caer".
Hablan en Brieva de razones para estar aquí. Raquel: "Mi madre, para que no viéramos cómo la maltrataba el quincallero con el que se juntó, nos echaba a la calle. Pero nunca nadie se drogó en mi casa y yo estoy aquí por robo, no mezcles. La he perdonado, nunca me ha fallado; tengo suerte de tenerla". Concha: "En la mía tampoco se vio droga. Caí al morir mi marido; me casé con 14 años con un gitano, se murió de cáncer, me deprimí, me metí... Ahora tengo tres hijos, dos nietos...". Confiesan que aquí lo difícil es mantener el ánimo, tener planes, permanecer activa. Y lo fácil que es quitarse la vida. Ahorcándose, por ejemplo. "Echas el peso para atrás y ya está. Así". Y lo muestran. Y Raquel: "Yo... por frustración, por amor, por este régimen de vida... me agredí a mí misma mucho". Y enseña los brazos marcados con cicatrices. Los enseña Inmaculada. Autocastigarse. Dice Elisabeth que para ella la muerte de su hermana fue un palo... "Murió abrasada, abrazada a un hombre la encontraron. Fue noticia hace siete años. Sé quiénes fueron, les busqué en Las Barranquillas: yo no consumía, pero ese día empecé, quise fumar, ver el ambiente de mi hermana, saber". "Pero qué principios humanos", suelta Margarita.
Cada rostro, un mapa de ruta.
Mirarlo, mirarlas, es como visualizar el recorrido: pobreza, violencia, desamor, maltrato, abuso sexual, rechazo, drogas...
"La exclusión social es el factor determinante de la inmersión de la mujer en el mundo delictivo actual... Antaño, su incidencia era muy escasa, por el poco peso de su papel social y el fuerte control de las estructuras sociales y familiares", afirma Maribel Cabello, directora en Alcalá de Guadaira. Lo cuenta también Concha Yagüe (psicóloga, antaño directora de dicha cárcel que es modelo a seguir, y hoy subdirectora general de tratamiento de II PP, una de las voces imprescindibles a la hora de mostrar la situación de las condenadas) en su libro Madres en prisión. Historia de las cárceles de mujeres a través de su vertiente maternal, de 2007. "La encarcelada ha ocupado siempre posición muy secundaria por su menor entidad numérica y su falta de conflictividad". Aun así, la tasa española es de las más altas de Europa. Yagüe aboga por un diseño de las políticas sociales y penitenciarias desde una perspectiva de género que tenga en cuenta el mayor sufrimiento que padecen, el conocimiento de sus peculiaridades y la atención a sus necesidades. "Y buscar alternativas al encarcelamiento de una mujer embarazada o con hijos".
El proyecto MIP citado relaciona la situación de exclusión social de muchas, el hecho de sufrir violencia de género y la comisión del delito. Lo cuenta Mar Camarasa, miembro de SURT. "Éste es uno de los colectivos más invisibles; antes de entrar a prisión ya se ve afectado por desventajas sociales, políticas, económicas y culturales que condicionan sus trayectorias vitales... y que las sitúa en una clara posición de vulnerabilidad o exclusión social; un colectivo cuyo paso por prisión (...) con frecuencia se convierte en factor de exclusión añadido".
Cuenta Jesús Martín, director de la prisión de Brieva -localidad con más presas (casi 300) que habitantes, mucho campo cercado, mucha vaca, y un viento gélido que se cuela por los pasillos cuando se abren las rejas-, que ahora lo que prima es la latinoamericana cargada vía Barajas. Y que hay una reclusa con depresión extrema: "Vino de burro para pagar una operación a uno de sus cuatro hijos, la pillaron, la cría murió y los otros andan en manos de vecinos, ni sabe... Una pena". Martín dirige esta cárcel desde que la abrieron hace 20 años. "Fue la última de este estilo; luego todas ya se construyeron en edificios tipo". Un intento puramente funcional de igualar las condiciones entre hombres y mujeres.
cP Alcalá de GuadairA (sevilla). Un edificio pequeño, desgastado, antes prisión militar sin uso, en medio del campo, tranquilo, con capacidad para 220 internas. Aquí hay penadas y preventivas, 140 en segundo grado, módulo de madres, y hasta 24 niños (el 5,3% se encontraba en octubre de 2008 en situación de embarazo o maternidad en convivencia con los menores; hay 227 menores con sus madres en España), desde bebés en la guardería hasta otros que salen cada día a la escuela. "Pasad a verlo", cuenta Maribel Cabello, la directora, orgullosa de los programas y proyectos que aquí se han puesto en marcha con éxito. Lo vemos. Como vemos a las de tercer grado barrer el patio luminoso o recoger sus habitaciones de dos camas. Carteles por las paredes ("Vamos a llevarnos bien". "Prohibido dar de comer a las palomas"...), azulejos, flores en el jardín, puertas metálicas que casi no se notan y otras que sí. El ambiente es distendido, en la peluquería, en los talleres, en el economato por donde pasa una presa que dejó morir a su bebé... y aquí todas lo saben, pero de las cosas de sangre no se habla...
Quien sí cuenta es Luisa M., que no quiere fotos porque va a salir libre ya. Llegó aquí remitida de EE UU, donde la pillaron cargada "de cosas". Dos años pasó en Houston. "No fue por dinero. Nunca había viajado. Creí que no me perjudicaría", dice. Aventura, juego, "una tontería" fue para Hoda, francesa, de 26 años, de familia bien, pillada in fraganti con hachís en Algeciras; mamá reciente, que al llegar era incapaz de aceptar nada y ahora es otra. La prisión ha sido positiva para ella, reconoce. Cuestión de dinero sí fue para Nara M., brasileña, de 41 años, buena trayectoria, destino en cocina, que pedirá el traslado a su país, se comprará una casa y publicará un libro de cuentos dedicado a su hija. O para Valle Moreno, gitana portentosa, de 59, de trayectoria larga y marginal, con hijos toxicómanos, uno muerto... Sale en tercer grado y todo son disgustos. En su casa no quedan ni marcos en las puertas. "Menos mal que están mis 20 nietos y mi bisnieto".
Extranjeras y españolas. Habla Ana Martínez de lo que la motiva la lucha por recuperar a sus hijos menores de los servicios sociales; Rocío Aguilera, cuerpo adolescente, rostro desgastado por cuatro retoños, que salió en tercer grado, se evadió y aquí está de nuevo, en segundo grado, arrepentida, con su hijo pequeño. Se diría que en la calle, sin apoyos, se pierde. Y Rocío Blaya, de 20 años, tan alegre, 3,5 años por robo, de buena disposición y malos amigos, que sabe ya mucho de la soledad y cuenta cómo aquí dentro una carta es un mundo. Que hay mucho carteo porque no hay otra, salvo el teléfono, nada de Internet, ni saben qué es Google. "Por eso se casa tanta gente dentro. Por el vis a vis...". "Aquí la que puede se compra una tele. Las de otras", dicen y lo decían también en Brieva. Y allí estaba Margarita, contextualizando: "Claro, porque si te trasladan, ¿adónde vas con la tele, alma de Dios?".
Para el psicólogo Juan Matamoros, subdirector de tratamiento de este centro, que ha trabajado en cárceles de ambos sexos, cuando una mujer ingresa "quiere llevarlo bien, salir pronto; quiere reencontrarse con la situación familiar que ha dejado atrás. Esto marca la diferencia en la forma de estar dentro, entre ellas hay menos pandillas, menos grupos, van a trabajar, a hacer sus destinos y actividades, a demostrar pronto que se han equivocado y que se quieren ir. No quieren problemas y no los buscan, y los problemas regimentales son más de tipo verbal: descalificaciones, insultos. La agresividad física se da en contadas ocasiones".
CP Madrid I. alcalá de Henares (Madrid). Es esta ciudad de mucha historia carcelaria: de la Casa Galera (correccional) y el reglamento penitenciario moderno, de los ecos reformistas de Concepción Arenal por la igualdad y los derechos de las reclusas y sus hijos, y los primeros parvularios... Arenal protagonizó una revolución que continuó luego Victoria Kent. Y tras la dictadura y la represión, otros muchos profesionales, dentro y fuera, pelearon por modernizar el sistema... hasta llegar a la Ley Orgánica General Penitenciaria de 1979. "Lástima que esta reforma, entre las ingentes mejoras que propone, careciera de esa percepción especial hacia la cuestión femenina que impulsaran Arenal y Kent", escribe Yagüe.
Madrid I -650 mujeres, un 55% de extranjeras- es un mundo frente a Madrid II, más de 1.500 hombres allí encerrados. Cuatro internas esperan. Todas extranjeras. Dos de ellas pagan por falsificación de documentos o estafa; las otras dos, por trata de mujeres. Tres rumanas y una cubana. Tres, con estudios de bachillerato: Michelle, Silvia G. T. y R. Talaba. Mónica no. Mónica, jovencísima, de 21 años, vitalista y parlanchina, panadera en la prisión y según va contando ("Me dio por largarme de mi casa por amor...") se va ahogando de llanto al visualizar los diez años que le quedan: "Trabajo, no tengo ni un parte... y no puede ser, que me ha caído más que a una asesina y con sólo 18 años que tenía entonces". Vino a España y su chico se dedicaba a traer mujeres de Rumania: "Nadie me obligó, era fácil. Nos detuvieron mientras dormíamos y no sabían quién era quién, y yo caí, y aunque era la primera vez, dio igual... Trece años y una día. Sé que peno por un delito visto feo, pero si pagas, no debes salir luego como una canalla. Puedes cambiar". "Es infalible, te echan 30 de entrada", ironiza R. Talaba, "y ya no delinquirás más. No te da tiempo". Creen que la falta de libertad se convierte en revulsivo. "Son demasiados años. Te entra rabia, desesperación, ganas de cometer más delitos". "Ejemplarizante: lo dijeron en mi juicio", recuerda R. Talaba, costurera, mujer rubia, eslava de piel clara y rostro duro, desconfiada, no se deja fotografiar. "Las chicas te denuncian para conseguir papeles. Las traes, te gastas un dinero, luego lo devuelven... Una costaba 1.500 y devolvía el doble, depende del papeleo. Las traía a clubes, no a la calle, a sitios de nivel en Málaga, allí no hay polvo por menos de 50 euros. Dicen que vienen engañadas, y no digo que no habrá alguna, pero no abundan. En Rumania se dedican a lo mismo, por eso quieren venir... Seis me denunciaron, me cayeron 12 años. Llevo la mitad. Sin visitas. Acabo de tener mi primer permiso".
Su voz parece retumbar por megafonía en este salón de actos vacío. Como si pasaran la película de sus vidas. Michelle: "A mí, por estafa y falsificación de moneda... total, 13 años, es que nadie se lo cree; seis éramos. Nos cogieron en la calle. A todos. Están presos en Valdemoro y aquí al lado... yo rechacé las cartas, cada uno debe ser responsable de su parte". Dicen que echan de menos su país, su gente. ¿Qué harían si salieran ahora mismo? Rápida R. Talaba: "Llamar a Armani para que me coja para coserle los trajes".
Opinión común es que el Código Penal no discrimina, sino que, al contrario que en otros países, aquí se penaliza mucho el delito contra la salud pública. Para el psicólogo Matamoros, "a nosotros no nos toca juzgar la dureza de las penas, pero sí criticar que la falta de medidas alternativas a la cárcel lleva a la misma a mujeres que podrían estar cumpliendo condena en otras condiciones, dada la escasa alarma social de algunos de estos delitos... Habría que buscar opción a las prisiones, ya de por sí muy saturadas".
Juntas, estas 17 internas acumulan 140 años de privación de libertad. Casi siglo y medio. Tanto, que pensarlo ahoga. ¿Compensa? Respuesta de Margarita: "Con los malos frutos que he recogido... Si viviera de nuevo, cambiaría de cosecha, ésta no renta". Y eso que ahora está feliz: ha salido con permiso para la boda de su hija. "Estamos pendientes de los análisis... si está limpia se planteará la libertad condicional", dirá luego el director de Brieva. Quizá sea esta vez -para ella, para todas- la última y la vencida.
Reclusas de tres cárceles de mujeres
Michele Grossman Nacida en Rumania hace 30 años, condenada a 13 años por falsificación y estafa. Lleva encerrada tres y medio. No ecibe visitas. "Cada uno debe pagar lo suyo. Pero no tanto. Tanta condena la primera vez no tiene sentido. Es más destrucción que reinserción"
Elisabeth Gutiérrez Madrileña, de 29 años, tres años y medio por robo con violencia. Entró en abril de 2008. Aislada en primer grado. "Mi hermana murió abrasada, abrazada a un hombre. Quise ver por qué, fui a su mundo a buscar culpables y probé"
Ana Martínez (Derecha)Malagueña, de 41 años, siete de condena por droga. Tiene ocho hijos (la mayor, de 26), dos en servicios sociales. Espera ya el tercer grado. "La cárcel me ha quitado tiempo con mis hijos. A ellos les digo que nose fíen, no se metan en líos"
Raquel Teruel Valenciana, de 34 años. Condenada a cinco años por robo, lleva desde 2005 en prisión. Saldrá en libertad en breve. "Aquí es fácil deprimirse, y hasta matarse; yo lo intenté, por frustración, por amor, por esta vida. Me agredí a mí misma"
Valle Moreno (Derecha) Sevillana, de 59 años. Cumplió ya una condena y ahora pena por otra de siete por tráfico de drogas. "Mi marido está alcoholizado, no trabaja, tengo nueve hijos y 20 nietos, algunos a mi cargo... y no tenía para comer, la verdad"
Nara M. Brasileña, de 41 años. Condenada a nueve años por delito contra la salud pública, lleva cumplidos casi tres."Un amigo me propuso el viaje. ¿No será trata de mujeres?", le pregunté. No quise saber más. Yo necesitaba dinero, mi hija tenía dos años y aún me pregunto cómo pude hacerlo y dejarla allí sola"
Mónica Manda (Izquierda) Rumana, de 21 años. Condenada a 13 años por trata de mujeres. Trabaja en la panadería del centro. i>La cárcel te cambia, soy más sensata. Antes veía la vida rosada. Ahora veo lo que es no tener, lo que importa la familia
Silvia G. T.Cubana, de 33 años, una hija y embarazada; tres años y medio por falsificación. Seis años tardó en salir su juicio. "Esa espera de años... un sinvivir. Rehaces tu vida y un día... te llaman. Yo vine voluntaria a la cárcel. Quizá eso cuenta"
Concepción Sanz (Izquierda) Madrileña, de 39 años, ocho años interna. Conseguirá pronto la condicional al superar su drogodependencia. "Yo no consumía, hasta que me deprimí cuando mi marido murió. Quedé sola con tres hijos, yo no podía, aunque quería"
Tabita Peruman De Malaisia. 29 años, tres hijos; uno, aquí. Encontraron droga en su maleta y fue condenada a siete años en 2007. "Me engañaron, me prometieron trabajo al llegar y... mis hijos están allí y yo aquí, que sólo me visita el pastor padrino de mi niño"
Rocío Aguilera Es de Nerja (Málaga), tiente 30 años y cuatro hijos, el pequeño convive con ella en la prisión. Ocho años de condena por drogas. "Tengo comunicaciones con mi marido, sí, una vez al mes. Él, creo que se va satisfecho, pero yo nunca acabo de disfrutarlo del todo, porque oigo los ruidos, la funcionaria con las llaves por el pasillo, y sé que estoy aquí"
Margarita Molina Madrileña, de 36 años, tres hijos. Condena de 14 años por robo con violencia y detención ilegal. Lleva nueve en prisión. A mí me empujó la droga a delinquir. Por mi dosis mañanera estoy aquí. Ahora estoy saliendo con mucha voluntad
Hoda Francesa, de 26 años, familia de clase media de origen marroquí, madre de una niña que vive con ella. Cumple seis años por tráfico de droga. "En un momento cometí una locura. Y no quiero extradición a Francia; quiero cumplir aquí, salir limpia, que este tiempo malo quede atrás y allí empezar de cero con mi hija"
Inmaculada Sánchez Nacida en Cádiz hace 24 años. Dos condenas por robo con intimidación la mantienen en prisión por ocho años y seis meses. Saldrá pronto del primer grado. "Llevo en centro de menores desde los 15 años, de esos que ahora"
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