Los buenos momentos del artista Jordi Benito
Ha muerto Jordi Benito. Al artista, nacido en 1951 en Granollers, lo encontraron el martes en su casa de Barcelona sin que se conozca aún la causa exacta del fallecimiento. La noticia corrió de móvil en móvil y, aunque era conocida su escasa salud, el impacto ha sido considerable.
Creo que para muchos de los que hemos seguido muy de cerca el desarrollo del arte catalán de los últimos tiempos, cuando nos referimos a las aportaciones de Jordi Benito, además de valorar que fue uno de los nombres más significativos en España el ámbito del arte povera y del body art, no podemos dejar de esgrimir una cierta sonrisa al recordar algunas de sus performances.
Sonrisa al evocar las dificultades que el artista planteaba para quienes organizábamos el evento, al solicitar requerimientos complejos que hacían saltar todas las alarmas de la seguridad. Recuerdo con entusiasmo y a la vez con suma inquietud, la presentación de su performance Epifania apoteòtica del Megalomàrtir Sant Jordi, en el contexto de la exposición Bèstia!, que tuvo lugar en el Palau March de Barcelona en 1984. Después de superar todas las dificultades de montaje, llegada la hora de la acción, todos retuvimos la respiración para que se produjera sin incidentes. Finalizado el espectáculo y con la euforia del reto superado, los comisarios de la muestra Vicenç Altaió y yo misma, así como el entonces delegado de Artes Plásticas, Daniel Giralt Miracle, nos dedicamos rápidamente a retornarle al palau su aspecto más institucional después de que la sangre animal hubiera corrido libremente por su patio central.
Sin embargo, a pesar de que el riesgo fuera una de sus bazas primordiales, no hay que olvidar que también fue un artista cuyas instalaciones y acciones estaban dotadas de un intenso componente estético. Supo elegir espacios magníficos en donde realizar sus rituales, como pequeñas iglesias románicas, pero también importantes museos como la Fundació Joan Miró y el Macba. En estos casos, el tesón que suele acompañar a los buenos artistas lo llevaba hasta límites insospechados, puesto que sus rituales siempre trataban de subvertir las condiciones habituales de exhibición y seguridad que conllevan los espacios museísticos.
A pesar de que su actividad artística se había reducido sensiblemente en los últimos años, sus acciones llevadas a cabo en la década de los setenta y los ochenta adquirieron una importancia capital en el arte de nuestro país. Retomando aportaciones internacionales, como las de Hermann Nitsch y el grupo de los accionistas vieneses, supo hallar un lenguaje propio, al incorporar aspectos provinientes de nuestra cultura, como el toreo. Ver en un solar de Mataró a Jordi Benito, vestido con trajes de luces y tratando de mantener un caballo suspendido por unas cinchas a gran altura es una imagen que todos los que nos dedicamos al arte difícilmente podremos olvidar.
Glòria Picazo es directora del centro de arte La Panera de Lleida.
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