La ciudad que inventó el Campari
Colas para ver 'La Última Cena' de Leonardo por culpa de 'El código da Vinci'. Y entre iglesias y palacios, un café en la gran sede de Armani. Milán: belleza y caos en el epicentro italiano del diseño
Daría algo por poder visitar Milán antes de que fuese asolada por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Con Roma declarada città aperta y privilegiada por el respeto de los aliados, y la nula condición de ciudades estratégicas ostentada por Florencia y Venecia, Milán se convirtió en blanco de los proyectiles. Buena parte de las joyas arquitectónicas de la ciudad fue víctima de los explosivos, pero otras sobrevivieron a la suerte y a la historia. Por eso, cuando uno pasea por Milán, es conveniente estar alerta: en cualquier esquina, en cualquier calle, se yerguen edificios fastuosos entre horrores arquitectónicos fruto de la prisa y la desidia. Eso es Milán: una mezcla de belleza y caos, de pasado y presente, de mal gusto y diseño exquisito. Un día en la ciudad, no basta para verlo todo; sólo para aproximarse a una urbe complicada que merece sucesivas visitas. Conviene empezar temprano el recorrido.
8.00 Capillas matutinas
Desayuno en el Café della Pusterla (1) (Via de Amicis, 24), muy popular entre los milaneses. La bollería es excelente, y no resulta caro. Desde allí, en unos minutos de paseo, estaremos en la iglesia de San Lorenzo Maggiore (2), con las soberbias columnas corintias de los siglos II y III que dan paso a la basílica, del siglo IV. Luego nos dirigiremos a la cercana iglesia de San Ambrosio
(3). De camino, en la Via Lanzone, puede verse la fachada del palacio de los Visconti. En San Ambrosio, hay que fijarse en el atrio de Ansperto y sus columnas decoradas con capiteles, y en la bellísima capilla de San Vittore del Cielo de Oro, cuya bóveda está decorada con un mosaico de teselas doradas que datan del siglo V.
10.00 Dos cuadros
Pondremos rumbo al Corso Magenta, donde nos llamará la atención la fachada del Palazzo Litta - (4). Desde allí, en dos minutos estaremos en la iglesia de Santa Maria delle Grazie (5), que guarda el cuadro La Última Cena, de Leonardo da Vinci. Es imprescindible comprar las entradas con al menos 15 días de antelación: los libros de Dan Brown y compañía han multiplicado el interés de los turistas. Un consejo: que el cuadro de Leonardo no le haga pasar por alto el vecino fresco de La crucifixión, de Montorfano.
11.30 Hojaldres deliciosos camino al castillo
Una parada en la pastelería Marchesi (6) (Via Santa María alla Porta, 11). En su pequeña barra sirven té helado, cafés y cualquiera de los dulces que también venden para llevar. Los hojaldres son deliciosos. Y, tras un paseo por la alegre Via Dante, llegaremos al Castello Sforzesco (7) (0039 02 88 46 37 00; www.milanocastello.it; abre de 7.00 a 18.00; en verano, hasta las 19.00; entrada a los museos, tres euros). Su construcción fue iniciada por la familia Visconti en 1328, y rematada por los Sforza en la época del Renacimiento. El conjunto merece una visita de varias horas, pero el viajero con tiempo justo se conformará con pasear por los patios y admirar la sobriedad de los muros y las torres de esta fortaleza que encierra tesoros como la Sala delle Asse, decorada por Miguel Ángel, o los Musei Civici.
13.30
Escuchar las campanas
Llegaremos a la plaza del Duomo -
(8), siempre animada por la presencia de turistas y milaneses que frecuentan la zona comercial. Es una buena idea subir al bar PIU, en la séptima planta de los grandes almacenes Rinascente, y hacer allí un almuerzo ligero mientras se contempla una inigualable perspectiva de la catedral, que casi puede tocarse con la mano. Es caro, pero merece la pena.
Después es el momento de visitar el Duomo y subir a sus tejados, donde podremos vagar a nuestras anchas por entre las más de 3.000 estatuas que coronan esta joya cuya construcción se inició en 1386. A las tres de la tarde sonarán las campanas de la catedral: escucharlas desde la terraza es toda una experiencia.
15.30 Un Campari y un paseo
Daremos un paseo por la zona: las fachadas del Palazzo Reale y el Palazzo della Ragione suelen ser objetivo de las cámaras, igual que la plaza y el teatro de la Scala. Las famosísimas galerías Vittorio Emmanuelle
(9) son lugar de paso. Las terrazas interiores (en especial, la de Zucca, donde se inventó el Campari) suelen estar abarrotadas.
16.30 Mirar y comprar
Tomaremos la Via Alessandro Manzonni para dirigirnos al paraíso del lujo: el llamado Cuadrado de Oro, donde tienen su sede las principales firmas de moda. Recomiendo reservar un poco de tiempo para visitar brevemente el Museo Poldi Pezzoli (10), que alberga una interesante colección de pinturas y objetos decorativos atesorados durante siglos por la familia que da nombre al palacio. Luego pasearemos frente a los escaparates: de Dolce & Gabbana a Versace, de Gucci a Valentino, pasando por Giorgio Armani y su gigantesca sede. Allí podemos encontrar las etiquetas de la marca, una tienda de chocolates (Armani Dolci) y un café restaurante que no es tan caro como temíamos. Puede hacerse una parada allí o en la bonita pastelería Cova (11) (Via Montenapoleone, 8). En el número 26 de la misma calle está el outlet D Magazine. Tienen prendas de primeras marcas con un descuento del 50%. A veces se encuentran gangas. El comprador compulsivo puede detener la visita a Milán, tomar un taxi y zambullirse -bajo su propia responsabilidad- en el Outlet Salvagente (Via Fratelli Bronzetti, 16).
18.30 El barrio de Brera
A las 18.30 se admite el último turno de visitas para la pinacoteca de Brera
(12) (Via Brera, 28; 0039 02 722 63; www.brera.beniculturali.it; de martes a domingo, de 8.30 a 19.15; cinco euros). La escasa hora de la que disponemos nos permitirá hacernos una idea aproximada de la colección, pero no hay que perderse el Cristo yacente de Mantegna.
A las 19.30, la happy hour: los milaneses tienen costumbre de tomar un aperitivo largo antes de cenar. En cualquier local, la consumición da acceso a un bufé de picoteo variado. El barrio de Brera (13) ofrece decenas de alternativas. En Largo la Foppa, la barra del Radezky tiene buen ambiente. Si queremos algo más sofisticado, tomemos un taxi al hotel Sheraton (Viale Piave, 42): en su terraza encontraremos a modelos, fotógrafos y elegantes huéspedes dando cuenta de ensaladas, pastas y fiambres. La copa ronda los 12 euros.
21.00 El plan nocturno
Es el momento de un paseo por la zona del Naviglia, donde se encontraban los antiguos canales que servían para abastecer a la ciudad. En las orillas hay bares, restaurantes y tenderetes, y mucha animación los fines de semana. A las 22.00 podemos cenar en un restaurante de los canales. Recomendamos Casa Borella (14) (Naviglio Grande, 8), donde sirven buenas pastas a precio razonable. Al salir, los noctámbulos deben recordar que Milán no es la mejor ciudad para las copas. Los bares vecinos son un buen lugar para tomar una cerveza, pero no hay mucho más. Para quienes se niegan a retirarse pronto, en la cercana Piazza 24 de Maggio
(15) hay dos locales con música disco, Lato B y Le Trotoir. Pero recuerden que Milán es una ciudad para vivir de día.
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