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LIBROS | Perfil

Un mundo casi diabólico

José Andrés Rojo

Descomposición. Decadencia. Copias de copias. Simulacro. Vacío de sentido. Sociedad impúdica. Cualquiera de estos términos serviría para definir el mundo que Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) levanta en Derrumbe (Seix Barral), su última novela. "Hay en el libro una vocación de contemporaneidad absoluta", dice. Su anterior obra, La ofensa, que sirvió para darle visibilidad, contaba de la Segunda Guerra Mundial: un tiempo lejano, unos personajes de otras latitudes, el horror propio de un conflicto devastador. Hay pues un enorme salto. De la marcha del 19º Cuerpo Blindado del 6º Ejército, cuando los nazis avanzan sobre Francia, a Promenadia, una ciudad imaginaria al lado del mar, en la que un asesino en serie causa estragos y donde vuela por los aires un inmenso parque temático.

"Lo que admiro de Kafka es que cuando lo lees no puedes salir de los márgenes de la página"

Hay, sin embargo, muchos paralelismos entre ambas novelas. Uno de ellos es la escritura. Cuidada hasta la exasperación, como pulida durante largas horas de trabajo artesanal. "Soy escritor a jornada completa, estoy en esto las 24 horas del día", explica Menéndez Salmón. "Pero el acto físico de escribir es ocasional, puedo pasar mucho tiempo sin hacerlo. La escritura me deja exhausto. Trabajo cada página, cada párrafo, cada frase. Como si fuera una pieza musical, estoy muy pendiente del sonido de cada palabra y de la composición general".

Son ya muchos los años que Menéndez Salmón lleva dedicando la jornada completa a la literatura. A las palabras y a las ideas. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, en su primera novela, La filosofía en invierno (KRK, 1999), ya ensayaba la fórmula de mezclar sus dos grandes vocaciones, y lo hacía adentrándose en la vida de Baruch Spinoza. "Los libros que me interesan tienen que estar llenos de misterio y de ideas, de imaginación y belleza", comenta. Su trayectoria no tiene mucho que ver con la de otros narradores de su generación. Con una sofisticada cultura, no sólo es amigo de elaborar mucho su escritura sino que tampoco tiene inconveniente alguno en reconstruir la Amsterdam que habitaba Spinoza o la Toscana en la que convivieron Botticelli, Perugino o Leonardo, o localizar a Nietzsche en un café de Génova durante los aciagos días de su locura. Es un tipo que lleva con naturalidad sus aires centroeuropeos por los valles de Asturias.

"Para esta nueva novela he trabajado mucho los diálogos", cuenta Menéndez Salmón. "No los había frecuentado mucho en mis anteriores novelas y quería que fueran tan rotundos como los que hace Cormac McCarthy. Así que he vuelto a leerlo con mucha atención. Nadie habla en la vida real como hablan sus personajes. Lo que me importaba, de todas formas, era su verosimilitud: que fueran coherentes en el contexto de la novela. Pasa también con Faulkner. Ningún tonto habla en la calle como hablan los tontos de Faulkner".

Hay paralelismos en sus dos últimas novelas en la meticulosa construcción de las frases, pero también sus estructuras se parecen mucho. "He trabajado con una estructura ternaria. Tres partes, cada una distinta de la otra, y un narrador omnisciente. Lo que admiro de Kafka es que cuando lo lees no puedes salir de los márgenes de la página. El mundo real queda abolido, y puedes abandonarte a la lectura". Ricardo Menéndez Salmón trabaja cada libro como si fuera "un artefacto". Cuida cada situación, la elabora minuciosamente, la coloca en un punto específico. "Soy heredero en ese sentido de la novela negra", admite, "sé muchas cosas que el lector no sabe". Por eso ese afán de disponer cuidadosamente las piezas para atrapar al lector, y meterlo en la vorágine de unas imágenes que muchas veces incomodan por su brutalidad.

"En Derrumbe he querido construir un mundo casi diabólico. Y me interesaba entrar en la primera parte de manera directa, ir muy rápido, que no hubiera puntos muertos. Y mostrar las dos caras del espejo. De un lado, el asesino; del otro, sus víctimas y sus perseguidores". Ahí está Mortenblau, con su extrema frialdad y su locura por los zapatos de sus víctimas y sus espantosos crímenes. Están los perseguidores desalentados y una extraña historia de amor.

"En la segunda parte la escritura se remansa", explica Menéndez Salmón, "y es mucho más reflexiva". El protagonismo se desplaza de Mortenblau a una banda de jóvenes terroristas. "Ahí quise contar qué era lo que los movilizaba. Transmitir su hartazgo ante una sociedad de la náusea, esta especie de nueva Bizancio. Me aterra la violencia como respuesta. Como ejercicio de purismo. Lo llevan tan lejos, en su caso, que al enfrentarse al mundo quieren borrarlo y no les importa, en el camino, borrarse también ellos mismos".

La tercera parte de la novela es la más emocional. Cuenta la relación de un padre con su hija, con sus correspondientes episodios descarnados, llenos de una sexualidad mecánica y perversa. "En una novela salen también los miedos más personales", confiesa Ricardo Menéndez Salmón. Durante la escritura de Derrumbe esperaba el nacimiento de su hija, que terminó llamándose Vera, como la chica del libro, la que se queda sin ese novio que cae cuando desencadena con sus amigos la voladura del inmenso parque temático de Promenadia.

"Me llama la atención que vivamos en un mundo en el que los padres han perdido a los hijos. La otra situación nos resultaba más familiar: la de los niños que al perder a sus padres crecen en orfanatos o tienen que buscarse la vida como pueden. Lo que ocurre ahora es distinto: llega un momento en que la comunicación se rompe y unos y otros se convierten en extraños. Ya no hablan la misma lengua". Ricardo Menéndez Salmón también lo cuenta en Derrumbe. La pesadilla del padre que asiste perplejo e impotente al abismo infranqueable que súbitamente se abre entre él y su hija.

El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón, fotografiado  en Madrid.
El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón, fotografiado en Madrid.LUIS SEVILLANO

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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