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Crónica:FUERA DE CASA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Anglófilos, afrancesados, españoles todos

El palacio estaba lleno de republicanos convictos, confesos, oportunistas, peseteros, ilustrados y alucinados. Gracias a Juan Gelman, en un día de abril, se produjo una toma pacífica, dialogante, ecléctica e intelectual de palacio. Republicanos españoles que, como el aristócrata Vauvernages, creen "que un príncipe es grande y amable cuando tiene las virtudes de un rey y las debilidades de un particular". También comía, bebía y ¡fumaba! en palacio una pequeña resistencia de monárquicos. Exóticos especimenes del mundo cultural, "pobres enriquecidos por la mendicidad", llamaba Chamfort a los cortesanos.

En nuestras curiosas tribus culturales la mayoría es republicana. Un peculiar rebaño ilustrado que se deja pastorear, mesta real que hace parada y fonda en el palacio de Oriente -nuestra Bastilla parcamente tomada y perdida, ay-, que una vez al año come y bebe aquí donde se cruzan los caminos, donde Cervantes no comerá, donde premiados como Gelman recuerdan y nos hacen recordar. Pongamos que hablo de Madrid, doscientos años después de "vivan las cadenas". En tiempos contrarrevolucionarios donde el pueblo sueña con un futuro refugio en Telefónica.

Gracias a Juan Gelman se produjo una toma pacífica, dialogante, ecléctica e intelectual de palacio

Había muchas ausencias, entre otras la de uno que había crecido en una familia habituada a reflexionar sobre España y su ser problemático e invertebrado: Javier Marías, un español anglófilo. Marías, republicano con su propio reino y corte, no acude a las comidas de palacio. A otro anglófilo, amigo y maestro, ingeniero, novelista y seductor, Juan Benet -que estos días le recuerdan amantes de la ingeniería, los trasvases y la buena letra-, tampoco le gustaban los bailes en palacio. Durante años recorrió caminos, monumentos, casas de comida y burdeles de la España profunda y nocturna. Quijotesco de aspecto, tenorio de aficiones.

Benet, tan español y tan inglés, sí hubiera acompañado complacido a la charla entre el anglófilo Vicente Molina Foix con Jacobo Stuart, casi inglés, editor y conde de Siruela y Laura García Lorca, neoyorquina y de Granada. Fueron el último bastión de la república de las letras en abandonar el palacio. Cruzaban la educada vigilancia de los alabarderos sin aquella música de "pompa y circunstancias" que tantas noches les acompañó cuando, a la del alba, en tiempo de la movida y sin nobles escaleras, se retiraban de aquél sótano, nocturno garito, superviviente bar llamado El Sol.

No sólo anglófilos llenaban los salones reales. Una legión de afrancesados, desde comuneros a utópicos soñadores del Mayo del 68. Soñaron con que debajo de los adoquines estaba el mar. Y cuando se despertaron debajo estaba el Arroyo Abroñigal, pero seco. La España de los trasvases es así.

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