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Columna
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Desapego

Enrique Gil Calvo

Ante el empate técnico entre PSOE y PP que predice el CIS como tendencia, Cataluña va a resultar una vez más decisiva. Es lo que tanto satisfacía a Pujol, cuando ante la oportunidad de arbitrar el bipartidismo español proclamaba: "Ahora decidiremos". Y en efecto, la suerte de las próximas elecciones generales la decidirán los catalanes. Esto es así porque el tamaño importa, ya que la catalana es la segunda comunidad demográfica en orden de magnitud. Recordemos en trazo grueso las cifras que encabezan el ranking: ocho millones de andaluces, siete de catalanes, seis de madrileños y cinco de valencianos (entre los cuatro, el 60% de España). Pero el voto de andaluces, madrileños y valencianos ya está prácticamente asegurado de antemano: el primero para el PSOE y los otros dos para el PP. Mientras que, en cambio, el voto de los catalanes es incierto, sin que pueda saberse cómo se repartirá ni cuántos votarán.

Ante el empate entre PSOE y PP que predice el CIS, Cataluña va a resultar una vez más decisiva

En las elecciones locales de Cataluña el triunfo suele favorecer al socialismo catalán (PSC), en las autonómicas al nacionalismo y en las generales al socialismo español (PSOE). Y también la participación electoral difiere mucho de unas elecciones a otras en Cataluña, con récord de abstención en las últimas autonómicas y sobre todo en el referéndum del nuevo Estatuto catalán, donde no llegó a votar la mitad del censo. Por eso no se sabe qué pasará el 9 de marzo. A juzgar por los precedentes, en Cataluña debería darse una amplia victoria del PSOE. Pero dado todo lo que ha pasado en esta legislatura (debate del Estatut, defenestración de Maragall, gran apagón de agosto, obras del AVE, cierre de cercanías...), los catalanes podrían pasar factura a los socialistas. Y no necesariamente votando a sus rivales catalanes sino quizás absteniéndose, lo que por defecto favorecería al PP.

Todo depende del humor de los catalanes, que en este momento no es optimista ni entusiasta, precisamente. El president Montilla ha bautizado ese humor hace poco con la etiqueta de "desapego", pero podrían ponerse otras: desafecto, desencaje, renuencia, reticencia..., todo ello con respecto a España, naturalmente, a la que se culpa como única responsable del actual malestar catalán. Y razones para ello no faltan, desde luego. Ya he repasado antes el rosario de quejas victimistas, hoy agudizadas por la debacle ferroviaria personificada en la figura de la ministra de Fomento contra la que el Parlament catalán acaba de aprobar su reprobación formal. Pero en la lista de agravios comparativos hay más pruebas de cargo: catalanofobia, déficit de inversiones en infraestructuras, ocultación de las balanzas tributarias, el llamado expolio fiscal... Pues bien, es verdad, reconozcámoslo: el malestar catalán se debe al maltrato o la desatención de los españoles. Pero no es su única causa, pues aún hay otra, que me parece más significativa.

Y es el declive relativo que ha experimentado la posición ocupada por los catalanes en el concierto español. Hace quince años, esa posición era de dominio indiscutible, pues Cataluña estaba situada en solitario a la cabeza de todas las vanguardias económicas y sociales, por lo que se sentía envidiada por las demás regiones como prima inter pares. Y hoy ya no es así. Ahora Madrid y Valencia han alcanzado a Cataluña, y en muchos aspectos la están sobrepasando si es que no lo han hecho ya. En consecuencia, Cataluña se siente destronada y desdeñada al ver que ya no puede ser envidiada por los demás, quedando incluida en el mismo pelotón del café para todos. De ahí el malestar catalán respecto a su encaje en el marco español, análogo al que experimentaban los franceses antes de Sarkozy respecto al marco europeo. Un deprimente malestar que se traduce en un sentimiento colectivo de declive y decadencia, de pesimismo y ensimismamiento.

Este clima de agobio, marasmo y melancolía que aqueja a los catalanes es el que va a ser explotado por Artur Mas, aspirante a erigirse en el Sarkozy catalán capaz de reactivar a su país para volver a colocarlo a la cabeza de España. Pero, a diferencia del presidente francés, que es un híbrido de Aznar y Blair, Artur Mas ha elegido como modelo a emular otra fuente de inspiración, también basada en el presidencialismo plebiscitario: es el modelo Ibarretxe que propugna la autodeterminación de Euskadi. Y aquí es donde Artur Mas se equivoca de medio a medio. Lo que para Euskadi tiene algún sentido, pues su pequeño tamaño la sitúa en la escala de islotes autosuficientes como Luxemburgo, Gibraltar o Andorra, para Cataluña no tendría ningún sentido, pues su gran peso demográfico la destina a ser la locomotora de los demás (como Alemania para Europa), y no un simple furgón de cola (como si fuera la Suiza de España). Por eso, su apuesta por el "derecho a decidir" demuestra que Artur Mas no es Sarkozy.

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