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Columna
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La economía política del disimulo

"Somos los peces pequeños, no sabemos qué está ocurriendo tras las puertas". Con tal desconsuelo se expresaba uno de los cientos de clientes que trataban de retirar sus depósitos del banco Northern Rock, a mediados de septiembre.

La recesión, la explosión de la burbuja inmobiliaria, la crisis financiera, la quiebra de los bancos, el descenso de confianza del consumidor, la retracción de las ventas, el desempleo, la privación, el caos. Toda esta fatídica secuencia discurre por una cadena de nódulos que uno a otro se infectan en una ruidosa concatenación que se procura silenciar.

Los bancos se resisten a prestarse dinero entre sí y no sólo por miedo a necesitar esos fondos más tarde sino acaso, también, para no obviar la oportunidad de perjudicar al rival. Efectivamente, se vieron largas colas ante las oficinas del Northern Rock pero ¿quién asegura que esos clientes no fueron primados por otros bancos para hundir al Rock? O también: ¿cómo no sospechar que se tratara de figurantes que, tras agotar los 4.400 millones de libras subsidiados oficialmente a la entidad, volvieran a reintegrar sus ahorros al día siguiente?

En la Economía Política del Disimulo, lo decisivo reside, ante todo, en el perfeccionamiento del disfraz y no ya en la compleja fórmula de resoluciones efectivas e incluso imposibles. Sin duda, las masivas inyecciones de liquidez dispuestas por los Bancos Centrales atenúan la dificultad pero, especialmente, la disimulan.

El arte de la cosmética que ha invadido territorios insólitos en la medicina, en la arquitectura o en la narración -histórica o no- alcanza de pleno al corazón de la economía. Ni regresión, ni depresión, ni recesión, el nombre del producto es "corrección".

¿Transparencia? La transparencia sería el terror y en su maquillaje se afanan las autoridades económicas, los presidentes de los bancos y de los partidos que tienen cerca la convocatoria electoral. No será posible afirmar que no pasa nada de nada, pero a ningún poder conviene aceptar que esta adversidad sea otra cosa que "turbulencias". Turbulencias al estilo de los viajes aéreos, que no matan, no destrozan ni generan pérdidas.

Este jueves, durante la Conferencia Anual de Banca 2007 de Merrill Lynch, el BBVA, el Popular y el Banesto airearon sus recursos disponibles ante el déficit de liquidez ambiental. Quienes no hicieron esto, sin embargo, han pasado a estigmatizarse como sospechosos.

Moody's, una de las más respetadas agencias de rating, manifestó esta semana que, en España, cinco cajas de ahorro regionales estaban sufriendo apuros, pero se negó galantemente a decir sus nombres. Los peces grandes temen ser asaltados por los peces pequeños y, gracias a su elegante complicidad, siguen flotando sobre la plataforma de la Economía Política del Disimulo (EPE).

De 6 a 18 meses, calcula Brady Dougan, un consejero delegado del Credit Suisse, que durará esta crisis. ¿Verdad? ¿Mentira? Lo característico de la EPE radica en que la concentración de la información ha alcanzado tal punto que ya las coyunturas económicas van dejando de ser ciclos naturales entregados para hacerse patrimonio de los núcleos duros.

Si las coyunturas se acortan o se alargan, se agravan o se alivian, depende de la interacción de aquellos grandes peces en juego, peces que huelen a fondos de inversión, intereses políticos o pestilencias especulativas de variada cimentación. ¿La autoridad gubernamental? ¿Su defensa de la ciudadanía, su deber clarificador?

Cada elemento de poder compone un fragmento de la cortina que encubre el panorama. En esta fase del capitalismo de ficción, donde todo se produce artificialmente, sería imposible imaginar un impertinente trozo natural luciendo en el horizonte del sistema. De modo que basta observar la cara del presidente Zapatero, del señor Trichet, de Botín o de Fernández Ordóñez. Todos mienten y saben que mienten. Incluso nos sorprenderían mucho si, agotados por la contractura del masetero, dejaran de disimular.

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