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Reportaje:

El 'niño jinete' que nunca regresó

Relato de la vida de tres hermanos de Mauritania esclavizados en carreras de camellos en los Emiratos - Dos de ellos fueron repatriados - El más pequeño murió en un accidente

Ana Alfageme

Los niños siempre se plantan delante al ver una cámara de fotos. Los ojos muy abiertos, la sonrisa blanca, llena de dientes. Ocurre en cualquier rincón de Mauritania. Luego estallan en una carcajada al reconocerse en la pantalla de cristal líquido. Los dos hermanos Doua, no. Nunca sonríen. Posan dócilmente, en la oscuridad enmarcada por las paredes mugrientas de su casa, en la que reina un silencio extraño. O en el ínfimo patio donde vive una cabra flaca que no conoce más horizonte que este mísero suburbio de Nuakchot. Sujetan el retrato de un crío ataviado con una túnica. Es su hermano pequeño. Los tres viajaron a los Emiratos Árabes Unidos -primero el mayor, luego los dos pequeños- acompañados por el hombre que ofreció una salida a las estrecheces de una familia con 10 hijos. Iban a pastorear camellos. "Algo natural en Mauritania, con una gran tradición de convivencia con estos animales", explica Mohamed Lemine, el responsable de protección de la delegación mauritana de Unicef, la agencia de las Naciones Unidas que vela por los niños. "Pero no fue así. Ocurrió algo muy distinto".

Estos dos críos descalzos pasaron sus primeros años atados con correas a los camellos
"Algunos habían sufrido maltrato, y abusos sexuales", dice un informe oficial

Mohamed, el padre, un ex profesor sin empleo fijo y muchas bocas que alimentar, recibiría el equivalente a 100 euros mensuales. Viste una túnica sucia y se queja. Mucho. "Somos pobres y nos ofrecieron un dinero mensual. Nos garantizaron que los chicos tendrían comida y educación".

La realidad es que estos dos niños descalzos, desnudos de cualquier rastro de júbilo, pasaron sus primeros años de vida a lomos de un camello. Atados con correas o con velcro a las sillas sobre animales que corren a 50 kilómetros por hora. Las carreras de camellos eran ya, hace una década, un próspero negocio en los prósperos Emiratos Árabes Unidos. Cuanto más ligero sea el jinete y más suave el castigo, más corre el animal. Es decir, que un crío que grite y le sacuda con una fusta era el yóquey ideal. Un cuerpecito de 20 kilos sobre un animal de 400.

Los tres hermanos Doua formaron parte de un pequeño ejército de 3.000 niños jinetes, siempre de familias paupérrimas, que viajaron desde Bangladesh, Sudán, Pakistán y Mauritania, según estimaciones de Unicef. Acompañados por supuestos tíos que, en realidad, hurtaban parte del dinero que debía recibir la familia.

Algunas familias, animadas por Motley Rice, una de las firmas de abogados más potentes de Estados Unidos, han demandado ante un tribunal de Florida al emir de Dubai, el jeque Mohamad ben Rached Al Maktum, y a varios familiares, que poseen propiedades en ese Estado y en Kentucky. La vista sobre la admisión a trámite empezó esta semana.

Los hermanos Doua no hablan nunca de aquello, dice el padre. De levantarse antes de salir el sol y, sin comer apenas (no podían sobrepasar los 22 kilos, en ese momento eran jubilados), subirse al enorme rumiante durante horas. Sin colegio. Por tanto, prácticamente todos los niños, según Unicef, olvidaban su lengua materna y aprendían urdu, el dialecto de los cuidadores de camellos.

Quizá compitieron en la misma carrera que Saleem, un paquistaní que se ha quedado cojo para siempre. O de Yacoub, un mauritano de 11 años con la cabeza llena de cicatrices que ha perdido casi la visión y que sólo conoce el colegio desde hace dos, cuando fue repatriado por Unicef. Tampoco se sabe si vieron cómo su hermano pequeño, el niño de la fotografía, cayó y fue pateado por los otros camellos.

Mohamed está muy enfadado. "Nos contaron que Alí murió, pero no hemos recuperado el cuerpo. Nos prometieron una indemnización, pero no ha sido suficiente". Los niños sin sonrisa regresaron, después de que Unicef firmara un acuerdo con los Emiratos, que pagarían ocho millones de euros para repatriar a los chavales. Ocurrió hace dos años, cuando los jeques prohibieron correr a los menores de 18 años y sustituyeron a los niños jinetes por robots con altavoces y fusta.

En ese momento, se inició un proceso durísimo: localizar a los críos. Habían entrado con nombres falsos, explica Lemine. Los Emiratos anunciaron a todo el país que los niños jinetes debían ingresar en albergues, para identificarles y repatriarles.

Los dos hermanos fueron llevados a un colegio habilitado como asilo en Abu Dabi. Por allí llegaron a pasar más de 1.000 niños. Los responsables del centro acogieron una avalancha desoladora. Un informe de Unicef señala que muchos niños, la inmensa mayoría menores de 10 años, sufrían tuberculosis, hepatitis B y C, sarna y otras enfermedades de la piel. "Estaban desnutridos y más de un 60% tenía una estatura más baja de la que correspondía a su edad". Los críos sólo podían dormir en el suelo, iban descalzos, no sabían cómo lavarse o usar el váter. "Algunos habían sufrido maltrato y sevicias sexuales, a cargo de sus compañeros. Su agresividad, depresión e hiperactividad reflejaban el trauma que habían vivido", reza el informe.

Un día, los dos críos recuperaron su nombre, como otros 30 mauritanos. Volvieron a casa. El más pequeño no quería subir al avión. No sin su hermano. El niño jinete que nunca regresó.

Tres de los hermanos Doua, fotografiados en su casa de Nuakchot. Los dos mayores, que sujetan la foto, vivieron esclavizados como jinetes de camellos.
Tres de los hermanos Doua, fotografiados en su casa de Nuakchot. Los dos mayores, que sujetan la foto, vivieron esclavizados como jinetes de camellos.A. A.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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