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Obama promete una revolución política

El senador demócrata lanza su candidatura a la presidencia de Estados Unidos y pide la retirada de Irak en 2008

Antonio Caño

Barack Obama, senador demócrata por Illinois, anunció ayer oficialmente su candidatura a la presidencia en las elecciones de noviembre de 2008, y lo hizo simbólicamente desde el lugar en que Abraham Lincoln pronunció un famoso discurso apelando a la unidad de la patria. Obama prometió revolucionar la vida política de EE UU, una revolución centrista, moderada en el discurso y ambiciosa en el objetivo, más social que política y más preocupada por cambiar la forma de hacer las cosas que por la ideología o el sistema. Su oposición a la guerra de Irak le llevó ayer a señalar que para que EE UU pueda ser una nación pacífica y fuerte es preciso que las tropas de Irak "vuelvan a casa para marzo de 2008".

Obama tiene profundas creencias religiosas y se opone al matrimonio entre homosexuales
Llegó sin dinero a Chicago en 1985 y en diez años consiguió un escaño en el Senado

¿Presidente Obama? Suena extraño todavía, pero ayer se consumó un paso más para que algún día pueda ser una realidad. Barack Obama, el primer negro en la historia de Estados Unidos capaz de conquistar el voto de los blancos, anunció oficialmente su candidatura a la presidencia con la promesa de revolucionar la vida política de este país, enterrar sus prejuicios, recuperar sus mejores valores y extender sus horizontes.

En un escenario de enorme resonancia histórica -el edificio del capitolio de Illinois, donde Abraham Lincoln pronunció un célebre discurso apelando a la unidad de la patria-, Barack Obama quiso remarcar las proporciones, también históricas, de su misión: "Seamos la generación que transforme esta nación".

Comparó este momento con otras épocas decisivas de la historia norteamericana -la independencia, la guerra civil, la gran depresión- y alentó a los norteamericanos a llevarlo hasta la presidencia para encabezar el cambio que Obama vislumbra: acabar con la pobreza, universalizar la asistencia sanitaria, revitalizar el sistema educativo. Y propuso hacerlo mediante un relevo generacional y desde las bases del trabajo colectivo y la confianza en el futuro.

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"En cada época, una nueva generación ha crecido y ha hecho lo que le tocaba hacer", dijo, ante un público casi unánimemente blanco. "Hoy es el momento de que nuestra generación responda a esa llamada". "Sé que no están aquí por mí", afirmó. "Están aquí porque creen que éste puede ser un país de paz, un país de esperanza, una sola nación".

Hermosa oratoria, emotivas palabras; todo de acuerdo con el guión previsto y a las cualidades ya antes exhibidas por Barack Obama. Si es candidato presidencial con sólo 46 años y una experiencia de dos años en el Senado, es precisamente porque se ganó el corazón de millones de norteamericanos y la atención de la prensa en un memorable discurso pronunciado en la convención demócrata de 2004 en Boston.

Desde ese momento, el hijo de un padre keniano y una madre de Kansas ha tratado de demostrar que no sólo es un atractivo cartel publicitario, ha emprendido diversas iniciativas legislativas y ha dejado ver sus ideas: profundas convicciones religiosas, partidario de la reforma de la seguridad social, contrario al matrimonio entre homosexuales, pero también a incluir esa prohibición en la Constitución, partidario de reformar el sistema de financiación política, promotor de novedosas iniciativas para ayudar a los millones de pobres, partidario del muro de separación con México.

Hoy por hoy, su punto de vista más noticioso es su oposición a la guerra de Irak. Ayer mismo, Obama señaló que para que Estados Unidos pueda ser la nación pacífica y fuerte con la que sueña "es necesario que las tropas de Irak vuelvan a casa para marzo de 2008".

No son, sin embargo, sus posiciones políticas las que han puesto a Barack Obama en el primer plano de atención; es su juventud, su frescura, la aparente marginalidad de su posición respecto al establecimiento político.

Ayer reconoció que "hay una cierta presuntuosidad, una cierta audacia" en ser candidato presidencial con tan escaso bagaje de experiencia política. Pero añadió que ha pasado en Washington "el tiempo suficiente como para saber la forma en que hay que cambiarlo".

La revolución que promete Obama no es, por cierto, un retorno a los valores que tiempo atrás representó ese concepto. Obama es fruto de la lucha por los derechos civiles -licenciado en Columbia y Harvard, donde llegó a ser el primer negro que presidió la escuela de leyes-, pero no es ya un símbolo de aquel movimiento. Respeta a símbolos políticos afroamericanos, como Jesse Jackson o Al Sharpton, pero está muy lejos del radicalismo que en su día representaban éstos.

La revolución de Obama es una revolución centrista, moderada en el discurso y ambiciosa en el objetivo, una revolución más social que política, más preocupada por cambiar la forma de hacer las cosas que por la ideología o el sistema. Una revolución, en suma, aceptable por la mayoría blanca, tan descontenta como Obama con el modelo actual, y, por tanto, una revolución viable.

Barack Obama puede capitalizar ese descontento, no sólo por su juventud y su audacia, sino porque es la prueba viva de que el sistema puede ser reformado desde dentro. Nacido en Honolulú, Obama llegó a Chicago en 1985, como dijo ayer, "sin dinero y sin conocer a nadie", y en diez años se hizo dueño de un escaño del Senado del Estado de Illinois.

Ayer hizo su apuesta política más alta: se colocó en el escaparate, sometido al feroz juicio de la prensa, de sus rivales y del público. Ayer se le veía como un hombre feliz al lado de su mujer, Michelle, y de sus dos hijas. Desprendía energía y optimismo. Con toda seguridad, en el cuartel general de Hillary Clinton observaban esas imágenes con temor y buscando el más mínimo resquicio de vulnerabilidad.

El senador Barack Obama saluda a sus seguidores con su esposa, Michelle, y sus hijas Sasha (izquierda) y Malia.
El senador Barack Obama saluda a sus seguidores con su esposa, Michelle, y sus hijas Sasha (izquierda) y Malia.REUTERS

¿Es el momento para un presidente negro?

Los asesores de Barack Obama aseguran que el senador ha meditado mucho el paso dado ayer y ha llegado a la conclusión de que, en política, las oportunidades hay que cogerlas cuando llegan porque nunca sabes si se te volverán a presentar. Quizá el flamante candidato tenía en mente al último político negro con aspiraciones presidenciales, Colin Powell, que deshojó la margarita de su candidatura durante años para acabar como fracasado secretario de Estado de George Bush.

¿Cuánto hay de Colin Powell a Obama? ¿Es éste el momento para un negro en la Casa Blanca? Evidentemente, nadie puede tener la respuesta exacta hasta noviembre de 2008, cuando los norteamericanos acudan a votar. Pero, si éste no es el mejor momento para un político negro, al menos no es el peor. La minoría negra, que representa ya por debajo del 14% de la población estadounidense, está en pleno retroceso respecto a la creciente población hispana. Ya hay un candidato de ese origen en la carrera electoral, el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, y muy pronto las posibilidades de un hispano de llegar a la Casa Blanca serán mayores que las de un negro.

Obama, no obstante, no juega la carta del voto negro como principal baza electoral. Casi al contrario. Las encuestas recientes demuestran que, por ahora, Hillary Clinton gana el voto negro con gran amplitud sobre Obama. La realidad es que la ex primera dama tiene todavía una amplia ventaja -entre 20 y 30 puntos- sobre Obama en las encuestas que miden la intención de voto entre los demócratas. Pero es ésa una ventaja engañosa. El público no ha tenido todavía oportunidad de examinar en profundidad a Obama, no ha descubierto todavía los puntos flacos de Clinton y, sobre todo, no ha podido aún ver al uno frente al otro.

En los próximos meses sobrarán ocasiones de hacerlo. Esta campaña, que se presenta tan larga como apasionante, no ha hecho más que empezar, faltan aún 11 meses para las elecciones primarias.

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