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Reportaje:

Un Estado a medio hacer

La República Democrática de Congo, con cientos de tribus y 250 lenguas, trata de alejarse de la pobreza y la corrupción

Francisco Peregil

El viajero llega al aeropuerto de Kinshasa, capital de la República Democrática de Congo, y tarda poco en descubrir que en el país no hay taxis. Ningún color que los distinga, ningún cartel, nada. Cualquier automóvil se puede convertir en taxi y es preferible negociar la tarifa antes de entrar. La moneda es el franco congolés, pero en cualquier sitio se acepta el dólar (un dólar equivale a 400 francos).

Si se pretende viajar de una ciudad a otra, en un país más extenso que España, Francia, Portugal, Alemania, Italia y el Reino Unido juntos, con sólo 500 kilómetros de carreteras asfaltadas, ha de valerse de helicópteros y aviones. Pero las condiciones de seguridad no son las idóneas. La ONG Médicos sin Fronteras prohíbe a sus miembros desplazarse por el interior en avión. Si han de ir de una ciudad a otra por el aire, primero salen del país y después regresan al punto de destino embarcados en una compañía extranjera. Y trabajo no les falta. "El 60% de la población no tiene acceso a una red sanitaria ni al agua potable", indica Federico Barroeta, delegado de la organización en Kinshasa.

Si la maleta del viajero se ha perdido por el camino, al cabo de varios días suele aparecer. Y si cuando vaya a recuperarla el encargado de abrir el almacén no se encuentra en su puesto y no ha dejado copia de las llaves, su jefe lo llamará por teléfono y le dirá que regrese ahora mismo desde donde se encuentre, aunque se haya ido a su casa. El empleado no vendrá. Así que tras una hora y media de espera no quedará más remedio que romper la puerta. Pero el viajero se marchará con su maleta. A la salida, habrá toda una ristra de gente esperando su propina. Si el viajero gesticula para explicarle a un chaval de 12 años que no le va a dar más propina, en un momento dado, el niño se llevará las manos a la cara creyendo que el blanco le va a pegar. Olvidar la cara del niño asustado llevará un tiempo.

Pasear por Kinshasa, entre árboles gigantescos, avenidas amplias y ordenadas, estercoleros, miles de mujeres con tacones y pantalones vaqueros ceñidos, música por todas partes, camisetas del Barça y patrullas de los soldados de la ONU, deja la sensación de que uno se encuentra en un Estado a medio hacer, un país que puede por fin engancharse al vagón del desarrollo o seguir estancado en la corrupción y la pobreza.

"El problema del congolés es lo imprevisible que es", explica Diur Tchamlesso, de 65 años, de los que pasó 40 en Cuba. Tchamlesso fue ministro de Defensa durante ocho meses desde 2000 a 2001, con Laurent Kabila y ahora es miembro del gabinete de Joseph Kabila, actual presidente. "No hay quien pueda hacer cálculos con nosotros".

Los blancos y los negros siguen perteneciendo en la República Democrática de Congo a mundos muy distintos. Existen cientos de tribus en el país y más de 250 lenguas, pero ninguna representa más del 5% de la población total. Con lo cual, contar con sondeos electorales fiables roza la ciencia ficción. "Una cosa es el voto en Kinshasa que ha estado muy controlado y otra lo que pueda ocurrir en las provincias", señala Geraldine Dufort, miembro de la sección de Economía y Derechos Humanos de la delegación europea en Kinshasa. "En este país todo el mundo sabe a qué tribu pertenece y hay una jerarquía muy clara en todas partes. Por eso no sabemos hasta qué punto los candidatos con más dinero pueden comprar a los líderes de ciertas tribus. Esos códigos se nos escapan a los occidentales por mucho tiempo que llevemos aquí".

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Funcionarios congoleños ordenan papeletas en un colegio electoral de Kinshasa.
Funcionarios congoleños ordenan papeletas en un colegio electoral de Kinshasa.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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