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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sindicato caprichoso

La desconvocatoria de la huelga de pilotos de Iberia, decidida ayer por el sindicato SEPLA, confirma que su convocatoria fue un despropósito, cuyos únicos resultados han sido sembrar el caos en los aeropuertos y perjudicar a los viajeros. El acuerdo firmado apenas contiene variaciones sobre las propuestas de garantía de mantenimiento del empleo que ofrecía la compañía; quizá el compromiso arrancado a la empresa de que no dejará de operar en vuelos de radio corto y medio.

No parece que la privilegiada situación de los pilotos dentro de Iberia estuviera amenazada por peligro alguno antes de la firma, ni en lo que se refiere a empleo ni en lo que toca a sus -para muchos- exorbitantes emolumentos. Hay que suponer, pues, que los pilotos buscaban otros objetivos con la huelga, que ha perjudicado a más de 200.000 viajeros y le ha costado a la empresa buena parte de sus beneficios anuales previstos. Han pretendido exhibir de nuevo su poder frente a los responsables de la aerolínea, interfiriendo en las decisiones de los gestores de crear una compañía de bajo coste, y han forzado al Gobierno a intervenir en la mediación de acuerdos que conciernen a una compañía privada.

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El displicente manejo de la huelga que ha exhibido el SEPLA empieza a parecerse mucho a un problema grave para la economía española. Una compañía aérea no puede gestionarse bajo la amenaza permanente de las ocurrencias intempestivas de un grupo de trabajadores de élite dispuesto a ejecutar cualquier acción sin motivo aparente. Véase a este respecto la declaración de ayer de Comisiones Obreras en la que se asegura que el acuerdo firmado y la propuesta hecha por Iberia la semana pasada "no difieren prácticamente en nada". La lectura comparada no desmiente la práctica identidad de la propuesta y el acuerdo final, así que la huelga carecía de motivo real. Los accionistas de Iberia tendrían derecho a pedir explicaciones judiciales a los pilotos por los daños causados. Póngase además en el debe de los caprichos del SEPLA el coste implícito por el desorden sembrado en el transporte de viajeros. Para los turistas, una huelga como ésta y el caos subsiguiente son tan disuasorios como la falta de comodidades en los alojamientos o la inseguridad en los países de destino.

En la medida de lo posible, la legislación que regula el derecho a la huelga debería modificarse para limitar ejemplos de arbitrariedad tan humillantes como el del SEPLA; antes de eso, el Gobierno debería intentar no avalar con su presencia los abusivos pactos que firman los pilotos sobre las espaldas de los viajeros. Muchos ciudadanos están hartos de un sindicato que muchas veces tiene comportamientos caprichosos y siempre perjudiciales para todos.

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