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Tres años de ocupación en Irak
Columna
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El cuarto oscuro

Lluís Bassets

En Camp Nama, una instalación militar junto al aeropuerto de Bagdad, había en las paredes unos curiosos letreros. "No blood, no foul", rezaban. Sin sangre, no hay falta. Camp Nama había sido una base militar de Sadam Husein y en 2004 se convirtió en uno de los centros de detención más importantes de las tropas americanas en Irak. En un cuartucho del tamaño de un garaje, sin ventanas y pintado de negro, los soldados americanos se dedicaron durante una larga temporada a prácticas prohibidas por cualquier legislación civilizada y ahora justificadas incluso por abogados al servicio de la Administración americana, en virtud de la guerra contra el terror y la perversa teoría de la bomba de relojería. ¿Qué haría usted si tuviera en sus manos a un terrorista que ha colocado en un lugar indeterminado una bomba que puede matar a su hijo?

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La historia del cuarto oscuro donde se tortura sin sangre viene a sumarse al rosario de pésimas noticias para los derechos humanos y para la imagen y el prestigio de EE UU que han sucedido a aquella declaración de la guerra contra el terror después del 11-S. Y se conoció el pasado domingo, coincidiendo con un infeliz aniversario, el de la entrada en guerra de las tropas americanas en Irak. Se trataba de una instalación más de la red de mazmorras secretas, organizadas por EE UU en todo el mundo, que desmienten la teoría del mal comportamiento de unos pocos interrogadores, pillados in fraganti gracias a las fotos y vídeos de Abu Ghraib. Camp Nama pertenecía a un universo de espacios de excepción, de chupaderos donde los seres humanos no están sometidos a legalidad alguna. Como Guantánamo, en una de cuyas jaulas vivió durante dos años Abdul Salam Zaif, la cara más presentable de los talibanes. Este ex embajador de Afganistán en Islamabad ha contribuido a que ampliáramos al conocimiento del horror con la narración, recogida por la periodista de EL PAÍS Georgina Higueras, de las torturas que sufrió en manos norteamericanas.

Con el tercer aniversario de la guerra hemos conocido también dos recientes matanzas de civiles iraquíes -11 personas en Ishaqi y 15 en Haditha-, ahora investigadas por el Pentágono, que constituyen pequeños remakes de My Lai, el aniquilamiento de una aldea vietnamita que acarreó un enorme desprestigio para Washington. Y la sangre contabilizada con el aniversario, las dos cuentas de víctimas americanas -2.300 soldados muertos y 17.000 heridos- e iraquíes -entre 33.000 y 38.000 muertos-, que se añaden a la sangre invisible y sin cuentas, esa que no se quiere ver ni comporta responsabilidad y castigo, y que esconde la tortura y los malos tratos en el cuarto oscuro, donde se difumina el perfil de los objetos y se altera el nombre exacto de las cosas.

Era una guerra global contra el terror. La de Irak se ha dado por acabada en varias ocasiones. Y ahora se rechaza que pueda hablarse allí de guerra civil. Al error de la guerra se añade así el error del cuarto oscuro del disimulo y de la propaganda. Nada sería peor que coronar una mala conducción política y diplomática de la guerra con una partida precipitada y disfrazada de una pacificación propagandística e irreal. Irak podría encenderse por los cuatro costados. Pero en vez de atender a su responsabilidad para intentar paliar en algo el sangriento embrollo, Bush ha invertido el orden del razonamiento para darse la razón y jugar con la idea del éxito: "Si no creyera que tenemos un plan para la victoria, no dejaría que nuestra gente se arriesgara como lo hace". ¿Conoce alguien este plan? Si atendemos a los hechos, e incluso al reciente documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional, la superpotencia única se halla sumida en una situación de confusión y de falta de orientación alarmantes, en la que brilla por su ausencia la estrategia, sustituida por la palabrería y la propaganda.

Algunos han empezado a salir del cuarto oscuro. Francis Fukuyama, el pensador conservador que acuñó la idea del final de la historia, ha dictaminado con precisión que "reparar la credibilidad americana no será una cuestión de hacer mejor las relaciones públicas, sino que requerirá un nuevo equipo y nuevas políticas". Y él mismo responde cuáles serán: "Una de las consecuencias del evidente fracaso en Irak será el descrédito de la entera agenda neoconservadora y la restauración de la autoridad de la política exterior realista". En algún momento se abrirán las ventanas y entrarán el aire y la luz en ese cuarto oscuro donde se disimula la sangre y se diluyen las responsabilidades.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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