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Reportaje:La pacificación del País Vasco

1.000 días sin muertos de ETA

La banda terrorista no ha asesinado desde el 30 de mayo de 2003, aunque lo ha intentado en ocasiones, pero ha colocado 100 bombas

Jorge A. Rodríguez

Julián Embid Luna y Bonifacio Martín Hernando eran agentes del Cuerpo Nacional de Policía. Julián tenía 53 años. Bonifacio, 56. El 30 de mayo de 2003, a las 12.30, se montaron con su compañero Ramón Rodríguez Fernández en un Citroën ZX policial que habían dejado aparcado en la plaza de Santo Domingo, en Sangüesa (Navarra). Al arrancar el coche, una bomba lapa con tres kilos de dinamita Titadine explotaba bajo el vehículo, que se elevó cuatro metros. Ramón sufrió heridas graves. Julián y Bonifacio murieron en el acto. Se convertían en las víctimas mortales 816 y 817 de ETA, según el recuento del Ministerio del Interior desde 1968. Son los últimos asesinados hasta ahora, aunque sólo la fortuna evitó que hubiera víctimas mortales en otros tres atentados. Las fuerzas de seguridad aseguran que el verdadero parón de ETA lo provocó el horror del 11-M y que no ha vuelto a matar porque no ha querido. Hoy se cumplen 1.000 días sin asesinatos de ETA, pero con 100 bombas y decenas de heridos, casi todos leves.

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Tanto Julián, natural de Sabiñán (Zaragoza), como Bonifacio, de Sanchorrera (Ávila), estaban casados, y tenían dos hijos cada uno. Pertenecían a las Unidades de Documentación y Extranjería y a Seguridad Ciudadana. Acudían una vez cada dos meses a Sangüesa para facilitar la renovación del DNI en la Casa de la Cultura del pueblo navarro. Los terroristas sabían el día y conocían las costumbres de los agentes. Tampoco éstos tomaron las precauciones habituales, tras 110 días sin asesinatos de ETA, desde el de Joxeba Pagazaurtundua, sargento de la Policía Municipal de Andoain (Guipúzcoa), el 8 de febrero.

La cifra de muertos de la banda está desde entonces estabilizada en 817. Pero, a la vista de los atentados cometidos desde ese 30 de mayo de 2003, el que no hubiera más muertos fue, al principio, gracias a la fortuna; luego, por decisión propia de ETA tras el 11-M. Más tarde, porque los comandos, a pesar de las órdenes recibidas, no las acataron al pensar que se estaba negociando con el Gobierno. Ahora, porque un muerto mataría las expectativas de paz.

La fortuna quiso que el 14 de septiembre de 2003, dos ertzainas salvaran la vida en una emboscada que le tendió un comando en el puerto de Herrera, en Lagrán (Álava). Allí fueron recibidos a tiros de escopeta. Resultaron heridos. Sólo murió el terrorista Arkaitz Otazua, de 24 años. También la fortuna y grandes dosis de pericia hicieron que en julio y octubre de ese año se detectaran sendas trampas que había tendido ETA. Una, en un coche bomba colocado en Bilbao el 1 de julio, en el que los etarras habían dejado visible un temporizador, que no estaba desactivado, y bajo éste habían ocultado una ampolla de mercurio para que explotase por movimiento. "Ésta os la coméis vosotros", decía un cartel pegado a la bomba. Algo similar ocurrió el 18 de octubre. La banda había colocado una bomba-trampa bajo una furgoneta desde la que había lanzado una granada al cuartel en Azoain. Cuando ETA reivindicó estos y otros atentados, advirtió de que seguiría atacando a uniformados.

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Pero el 11-M paralizó a ETA. La brutalidad del atentado (191 muertos y casi 2.000 heridos) enfrentó a la banda a su horror. Irritada porque se le culpase de la matanza y afectada por el desmantelamiento de sus sucesivas jefaturas militares, ETA no volvió a atentar hasta el 7 de agosto de 2004. De hecho, suspendió un atentado en Madrid que iba a perpetrar en junio con cuatro coches bomba. Desde entonces, los ataques han sido avisando. Los avisos no deben malinterpretarse. ETA, según los expertos antiterroristas, demuestra que puede pero no quiere matar.

ETA se sacudió el síndrome del 11-M, pero antes tuvo que ver cómo su histórico jefe político, Mikel Antza, y su pareja, Soledad Iparragirre, jefa de los comandos legales y gestora del llamado impuesto revolucionario, eran detenidos el 3 de octubre de 2004. Los documentos incautados revelaron que Antza tenía un plan para el abandono de las armas y un proceso de diálogo. Para abrirlo, el paso previo era declarar en 2005 un alto el fuego temporal para luego exigir, en 2006, el del derecho de autodeterminación. Nada de eso hay por ahora.

Lo que hubo fue un cambio a peor. La Guardia Civil se incautó en febrero de 2005 de un documento, datado en enero, en el que el jefe de los pistoleros, Garikoitz Azpiazu, Txeroki, escribía: "Quedamos en que si no cogíais nada gordo, les daríais a los uniformados, y teniendo en cuenta la situación política, las hostias que nos han dado y que íbamos a hacer un año sin tirar a nadie, una ekintza [acción, atentado] nos vendría muy bien".

La orden era atentar antes del referéndum de la Constitución Europea, el 20 de febrero, e intentar matar "a un enemigo uniformado, da lo mismo qué uniforme y dónde". Pero los terroristas, ante las dificultades de comunicación con sus jefes, no obedecieron, pensando que se estaba negociando. "No hay nada y tenemos que poner muertos sobre la mesa cuanto antes", les aclaró Txeroki. Pese a todo, pese al atentado de Getxo (Vizcaya, el 18 de enero de 2005), que a punto estuvo de matar con la metralla que llevaba, ETA no ha vuelto a matar. Ha colocado 100 bombas (contando la de ayer). El consejero vasco de Interior, Javier Balza, ha subrayado que esos atentados sin víctimas quizás pretendan reacostumbrar a la población, primero a las bombas y luego a los muertos. Cada día que pasa son menos en el mundo que rodea a ETA los que tolerarían un nuevo atentado mortal. Así lo creen quienes combaten a los terroristas.

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Sobre la firma

Jorge A. Rodríguez
Redactor jefe digital en España y profesor de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Debutó en el Diario Sur de Málaga, siguió en RNE, pasó a la agencia OTR Press (Grupo Z) y llegó a EL PAÍS. Ha cubierto íntegros casos como el 11-M, el final de ETA, Arny, el naufragio del 'Prestige', los disturbios del Ejido... y muchos crímenes (jorgear@elpais.es)

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