Franco en clave de ficción
Cineastas y escritores se vengaron del padre castrador con diversas ficciones que, con un amplio registro, oscilaron entre el docudrama y la farsa caricaturesca. Antes de su muerte Max Aub publicó, desde su refugio mexicano, el oxímoron La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos (1960), una pieza clave en su fresco de "falsos", que acopia también su biografía del pintor Jusep Torres Campalans y su discurso de ingreso en la Real Academia. En España, el cine se adelantó a la literatura con Caudillo (1976), primera entrega de un díptico documental incompleto que Basilio Martín Patino montó bajo la advocación celebrativa que pretendía que Franco fue un "enviado de Dios". A caballo entre el documental y la ficción, en cambio, el general fue evocado luego por su parlanchina hermana Pilar en la autopsia de Raza que llevó a cabo Gonzalo Herralde en Raza, el espíritu de Franco (1977), explorando el imaginario épico y mendaz del aprendiz de guionista, que plasmó José Luis Sáenz de Heredia en imágenes retóricas en la pantalla, como modelo para los panegiristas de la Cruzada, aunque este filme fue mutilado por la censura en su reestreno de 1951, retitulado cautamente Espíritu de una raza (las puyas contra Estados Unidos resultaban impertinentes en el nuevo contexto histórico).
Le siguió en la década si-
guiente, en el aniversario del inicio de la Guerra Civil, Dragon Rapide (1986), realización de Jaime Camino y con Juan Diego encarnando al general en su pax canaria y en vísperas de la sublevación militar, con una almohadilla colocada bajo el uniforme para dibujar la incipiente curva de su vientre. Antonio Mercero le dio muy poco después el rostro argentino de Pepe Soriano en la comedia Espérame en el cielo (1987), fantasía acerca del dictador y su doble, que le sobrevivió y fue a parar al Valle de los Caídos, encarnando Sazatornil un trasunto de Ernesto Giménez Caballero; mientras Francisco Regueiro en Madregilda (1993) lo representó, con Juan Echanove, con un perfil netamente esperpéntico y vengativo en la época más siniestra de su dictadura. El ciclo cinematográfico se ha cerrado por el momento con la farsa Buen viaje, excelencia (2003), dirigido por Albert Boadella y con el actor todoterreno Ramón Fontseré encarnando aquí al dictador (en vísperas de asumir la identidad de Rafael Sánchez Mazas), en un estilo que delata la matriz teatral de sus autores. Con estas siete películas se edificó una nueva iconografía del dictador, que constituyó el reverso de los fastos celebrativos y halagadores que poblaron cuarenta años de apología del régimen, a los que contribuyó muy activamente el ministro Manuel Fraga Iribarne con motivo de los llamados XXV Años de Paz.
En vísperas de la aparición
de Madregilda, Manuel Vázquez Montalbán presentó su voluminosa Autobiografía del general Franco (1992), a base de un monólogo coloquial del caudillo relatando su carrera contrapunteado por documentadas y aceradas réplicas del autor, un texto que tuvo su complemento en Los demonios familiares de Franco, del mismo autor y que entra propiamente en el apartado del ensayo. Juan Luis Cebrián, por su parte, noveló con vigor literario el desenlace de su régimen en la trilogía El miedo y la fuerza (2001-2004), pendiente de la tercera entrega. Este ambicioso retablo retrató con perspicacia los años decisivos de la putrefacción del régimen, iniciado con La agonía del dragón (2001), y culminó en Francomoribundia (2004), que recreó el agitado paisaje político y humano de la transición a la democracia que terminó con el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
Las ficciones en torno al dictador se han erigido como un complemento colorista de los relatos y ensayos históricos y de corte académico, aportando una savia imaginativa y una iconografía impactante que con frecuencia está ausente en los textos de los historiadores y de los politólogos.
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