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Reportaje:

El escándalo de la corrupción política cerca a Lula

El presidente brasileño impulsa cambios drásticos en el Gobierno y se distancia de su partido para tratar de esquivar la crisis

Jorge Marirrodriga

Los policías que acababan de detener en el aeropuerto de Brasilia al diputado federal João Batista Ramos da Silva no daban crédito a lo que veían. Tampoco les creían sus mandos cuando solicitaron dos máquinas contadoras de billetes para tratar de saber cuanto antes qué valor transportaban las siete maletas grandes de viaje repletas de dinero que acababan de intervenirle al congresista del Partido del Frente Liberal (PFL). La noticia, acaecida el pasado lunes, apenas tuvo una vigencia de 24 horas en los medios, ya que no representaba más que un eslabón en una larga cadena de escándalos de financiación ilegal y sobornos, de la que prácticamente a diario se conocen nuevos datos. "El show de la maletas", "los calzoncillos millonarios", "el escándalo del mensualazo"... A la prensa brasileña se le acaban los titulares y, mientras, la clase política trata de capear como puede la tempestad que ha estallado cuando todos miraban ya a las elecciones presidenciales del año próximo.

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Con un ojo pendiente de los sondeos de opinión y otro de las sesiones de las varias comisiones de investigación abiertas en el Congreso, el presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, ha apostado, siguiendo el consejo de sus asesores, por hacer drásticos cambios en su Gabinete, aunque eso suponga sacrificar a viejos colaboradores y amigos. Al mismo tiempo, ha intensificado sus acciones en política exterior para alejarse, al menos en cuanto imagen, de su propia formación, el Partido de los Trabajadores (PT), protagonista principal de los sobornos y las irregularidades financieras por valor de miles de millones de euros.

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Según las últimas encuestas, aparecidas el pasado miércoles en plena tormenta de escándalos, el 45,7% de los brasileños cree que el presidente no tenía conocimiento de lo que ocurría, mientras que un 33,6% sostiene que sí. Las cifras, facilitadas por el instituto de sondeos Sensus, son todavía más favorables a Lula en cuanto a su gestión, apoyada por casi el 60% de la población. La imagen de Lula es ahora más positiva que, por ejemplo, en mayo.

"Claro que Lula sabía lo que pasaba. Es imposible que no estuviera al tanto. Estamos hablando de gente con la que llevaba conviviendo 30 años", asegura Agripino Maia, líder en el Senado brasileño del Partido del Frente Liberal (PFL), el partido del diputado sorprendido en Brasilia con los maletones de dinero. Maia, una de las principales voces que en su partido han exigido -y conseguido- la expulsión del senador de las siete maletas, es partidario de investigar hasta el final, consciente de que se presenta una oportunidad única para atacar a Lula antes de las elecciones gracias al desprestigio en el que se ha hundido el PT. "Para salvar a las instituciones es fundamental que se respalde a las comisiones de investigación que están abiertas y que su trabajo sea eficaz", subraya.

Sin embargo, Lula resiste en gran medida porque en la sociedad brasileña existe la percepción de que la crisis de corrupción actual no es un problema del Gobierno, sino del Estado. Y eso ocurre porque desde la llegada del PT al poder se verifica una confusión entre lo que forma parte del Estado y lo que responde al partido en el poder.

"El actual Gobierno ha hecho una especie de ocupación del Estado, ya que en el PT había una tendencia a una mexicanización del país y le ocurría lo mismo que en México al PRI: se confunde lo que es el partido con lo que es el Estado", explica Marcos Fernandes da Silva, coordinador de la Escuela de Economía de São Paulo, organismo que ha realizado diversos trabajos de campo sobre la percepción de la corrupción en Brasil.

Esta superposición de cargos ha forzado a Lula a renovar nada menos que ocho ministerios de los 25 que componen su Gobierno y a reestructurar cinco de las ocho secretarías especiales -dos han desaparecido y otras dos han perdido el rango de ministerio-, cuyos titulares también se sientan en el Consejo de Ministros. De las 30 personas que a día de hoy forman parte del Ejecutivo, 14 pertenecen al PT, 10 a otros partidos y 5 ministros son independientes. Una plaza está pendiente de designación.

El Partido de los Trabajadores, por tanto, tiene minoría en el propio Gobierno cuando hace apenas tres semanas gozaba en las discusiones de una amplia mayoría con 20 ministros. Y aunque la última palabra en las decisiones del Ejecutivo siempre sea del presidente, el mandatario está obligado ahora a mantener la paz en un Gabinete donde hay siete partidos que representan a casi todo el arco político.

Sin embargo, esta política de intentar contentar a todos puede tener precisamente el efecto contrario, comenzando por las propias bases del partido. "El que se ponga orden en el PT no sirve para restaurar la imagen de una izquierda que sufre las consecuencias de la crisis del partido y de la trayectoria adoptada por el partido de Lula", advierte el sociólogo Emir Sader. "Lula debe aliarse con todas las fuerzas de izquierda, con los movimientos sociales y los intelectuales críticos que se oponen al neoliberalismo", añade.

Por de pronto, el sector moderado del PT, el mayoritario y al que pertenece Lula, ha visto cómo era descabezada la cúpula del partido en medio del descrédito. El presidente, José Genoino; el secretario general, Silvio Pereira, y el tesorero, Delubio Soares, han perdido sus puestos en 10 días, mientras sus nombres aparecían en documentos que les relacionaban con oscuras prácticas financieras. Algunos de sus asesores próximos eran detenidos -cómo no, en un aeropuerto- con miles de dólares escondidos.

"Desgraciadamente, lo que está sucediendo no es ninguna novedad", asegura Fernandes da Silva, quien opina que además se está dando una fuerte competencia entre los medios de comunicación en estos momentos, lo que beneficia el surgimiento de nuevas revelaciones. "Necesitamos algunas reformas urgentes para garantizar la transparencia del sistema: una nueva ley de financiación de partidos donde existan límites a las cantidades aportadas y a los orígenes de éstas, y unos reglamentos claros en los partidos que permitan el control de sus militantes", subraya el experto, que apunta al crecimiento descontrolado del PT entre las razones que han llevado a la corrupción política tan extensa.

Aunque desde el PT y desde el Gobierno se insiste en que la intención de Lula es presentarse a la reelección -"tendrán que ganarme en las urnas", ha insistido el mandatario-, los asesores del presidente trabajan también sobre la hipótesis de que el nivel de los escándalos le aconsejan no someterse al veredicto popular para evitar una derrota.

Por ello, un sector del PT ya ha comenzado a hablar abiertamente de reformar la Constitución para impedir la reelección. A cambio, el nuevo presidente vería ampliado su mandato hasta los cinco años. "Nunca debería haberse implantado la reelección", ha subrayado en público Humberto Costa, secretario de Comunicación del PT y ex ministro de Sanidad, quien añade: "Por culpa de la reelección, todo el mundo es candidato a ella desde el día en que entra en el Gobierno y además la oposición convierte su labor en un anticipo del debate electoral".

Foto distribuida por la policía brasileña en la que se muestran los 10 millones de reales requisados a un diputado.
Foto distribuida por la policía brasileña en la que se muestran los 10 millones de reales requisados a un diputado.AP

La máquina de hacer dinero

La sede del PT en São Paulo, situada en una estrecha calle del centro de la ciudad y con un austero interior, está en el punto de mira tanto parlamentario como judicial ante la sospecha de que era una auténtica máquina de hacer dinero y que servía para alimentar el engranaje de corrupción política descubierto ahora.

Según lo revelado, el dinero llegaba a São Paulo por dos vías. Cuando era en metálico procedía de cajas B establecidas en otros organismos e instituciones, como la Federación de Industrias del Estado de São Paulo, a la que las empresas que querían evitar al fisco hacían aportaciones. También de sobornos pagados por aspirantes a una licencia en un concurso público o del sobreprecio en operaciones de compra de material o servicios. Sólo en Correos, de 69 grandes contratos revisados se han descubierto 18 con graves irregularidades, según ha informado el Organismo Auditor General del Estado.

Desde São Paulo, y mediante mensajeros -mulas- que podían viajar por carretera para evitar los controles aeroportuarios, el dinero llegaba a su destino. La Fiscalía brasileña cree que en la sede del PT existe una caja con al menos 20 millones de reales en metálico que aún están bajo control del ex tesorero del partido, Delubio Soáres.

De ahí vendrían los 100.000 dólares hallados en los calzones de un asesor próximo al ex presidente José Genoino. La nueva dirección del PT asegura desconocer el hecho y aguarda una orden judicial que ordene un registro.

De los bancos se ocupaba el publicista Marcos Valerio, amigo del tesorero del PT y cuyas empresas experimentaron un espectacular crecimiento desde la llegada de Lula al poder, gracias a la obtención de contratos públicos y publicidad gubernamental. Su patrimonio personal pasó de 3.900 millones de reales en 2002 a 18.500 millones (unos 5.700 millones de euros) en 2005. Valerio no ha podido justificar el origen de gran parte del dinero. Ni las transferencias bancarias de miles de dólares a altos funcionarios, entre otros a inspectores de Hacienda. Sólo en el área de comunicación del Gobierno, el dinero desviado rondaría los 2.000 millones de reales (unos 620 millones de euros).

Valerio está acusado de ser quien entregaba los 30.000 reales mensuales con los que el PT compraba la voluntad de algunos diputados. Está probado documentalmente que además realizaba préstamos al PT y luego él mismo se hacía cargo de algunos de los pagos de devolución del préstamo. La situación de Valerio es tan complicada que se ha ofrecido a colaborar con los fiscales a cambio de protección.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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