Guardiola ha vuelto y juega en Boca
Guardiola ha vuelto. Tiene 19 años. Viste la casaca de Boca. Es un clon inesperado. Se llama Fernando Gago. Le espera un futuro contradictorio. Unos le amarán. Otros le detestarán. Porque a nadie dejará indiferente. En Gago se aprecia toda la radicalidad que hizo un símbolo de Guardiola. Por supuesto, juega de medio centro. No un medio centro cualquiera. No un medio centro al uso en estos tiempos. No es Mascherano, por ejemplo. No es la roca defensiva sobre la que se construyen casi todos los equipos del mundo. Es tan singular que cuesta creer que juegue en Boca, el equipo que hace bandera del combate. El equipo de los Serna y Battaglia, nacidos para proteger a la estrella que tradicionalmente ilumina a Boca: a Riquelme, a Tévez, a Maradona, a Sanabria. Qué equipo curioso. Siempre asociado al vigor y la pelea, pero siempre coronado por algún futbolista poético.
Si las cosas fueran como pretenden la tradición, Mascherano debería jugar en Boca y Gago en River. ¿O no es River el equipo de los jugadores exquisitos? Pero no. Gago juega en Boca, en una posición que no le permitirá las licencias de Riquelme, Tévez, Maradona y Sanabria. Como medio centro, Gago tiene demasiadas obligaciones como para desentenderse de todas las facetas del juego que no suelen interesar a los que llevan el 10 a la espalda. Gago es el cinco de toda la vida. Todavía no le han dado ese número sagrado. Es tan joven que no ha disputado 20 partidos en Primera División. Pero ya es el líder de su equipo. No importa que sea joven, que no tenga experiencia, que no se parezca a los viejos caudillos de Boca, que sea flaco, que no cabecee, que no sea rápido, que pierda en el choque, que hasta en eso recuerde a Guardiola, al primer y al último Guardiola, al muchacho que Cruyff se sacó de la manga para dirigir un equipo inolvidable.
Un vistazo es suficiente para asombrarse de este milagro del fútbol: un caso de mimetismo inconcebible. Gago nunca vio a Guardiola, pero es su inesperada prolongación en el tiempo. Y una rareza, además. Quizá sólo hay tres jugadores en el mundo que defienden la bandera del ex capitán del Barça: uno es Xabi Alonso, otro Gago, quizá Pirlo en el Milán, si se fuerza la idea. Pudo serlo Xavi, pero su puesto no era el medio centro. Eso lo hemos aprendido esta temporada. Todos ellos forman parte de una especie en extinción. Son jugadores que condicionan absolutamente el estilo de sus equipos. Si juegan ellos, ellos definen el fútbol, sin ninguna concesión. Lo hacen a partir de su tremenda autoridad en la administración de la pelota y de unas carencias defensivas que generalmente no logran disimular con el esfuerzo.
Gago recuerda a Guardiola en todo, pero principalmente porque vive y muere por definir el fútbol de su equipo. Es tanta su urgencia, su ansiedad, por disponer del balón, que finalmente todos a su alrededor terminan por aceptarlo. Se lo dan para que él diga cómo se tiene que jugar. Gago tiene el partido en la cabeza. Es una cabeza que piensa muy rápido, una cabeza cartesiana que elige indefectiblemente el minimalismo. Juega a un toque porque dos le parecen excesivos. Juega para atravesar líneas con sus pases sencillos pero invisibles para sus rivales. Juega para proclamar la autoridad de su equipo con el balón. No hay nada retórico en su fútbol. Todo es hueso. Todo es fiebre, como si en cada jugada pretendiera enviar un mensaje capital: así se juega. Y es cierto, así se juega. Es tanta su personalidad que Boca no le entiende. Es un equipo acostumbrado a otra cosa. Pero ahora tendrá que acostumbrarse a otra. Porque Gago, como Guardiola, impone su estilo. De lo contrario estos jugadores no sirven. En su radical idea del fútbol fracasan cuando no encuentran la complicidad de sus compañeros, o el sistema que les privilegie. Son ellos o nada. Por eso se les ama. Por eso muchos les detestan. Gago lo aprenderá muy pronto.
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