_
_
_
_
_
Reportaje:

Resistencia a todos los fuegos

El caserío colombiano de San José de Apartadó rechaza la presencia del Ejército, los paramilitares y la guerrilla

Cuando los cuarenta policías llegaron a comienzos de este mes a San José de Apartadó, en la región bananera de Urabá, al noroeste de Colombia, sólo encontraron un pueblo semivacío de casas con candado. La mayoría de sus habitantes se mudaron a San Josesito, un nuevo asentamiento que se construye con madera, zinc y plástico y que se ubica 15 minutos carretera abajo, sin asfaltar, que los une con Apartadó. Allí piensan continuar con su proyecto de "comunidad de paz", o "resistencia", como prefieren llamarlo ahora.

Desplazarse hacia el nuevo pueblo era una decisión pensada desde hace meses, cuando el Gobierno, con el argumento de que no puede haber territorio vedado a la presencia de la fuerza pública, plantó un puesto de policía en esta población que se declaró neutral en 1997 y que juró no aceptar ni apoyar con información a nadie con armas, llámense Fuerzas Armadas, paramilitares o guerrilla. Para los campesinos, la presencia de los uniformados supone situarlos en el punto de mira de la guerrilla, que se disputa con los paramilitares esta rica región. No niegan que por los caminos pasan miembros de todas las organizaciones armadas. "Los caminos son libres; lo que queremos es que no entren en los caseríos y nos dejen trabajar", aseguran.

Además, para los lugareños no hay diferencia entre fuerza pública y paramilitares: "Actúan revueltos". Una idea que expresan viejos y jóvenes: "¿Para qué voy a negar que siento mucho miedo a esa gente? ¡No quiero verlos!", le dijo a este periódico una mujer de 76 años, en medio de un camino. "¡Nos han aporreado tanto! Hemos vivido cosas incomparables".

Desde varios sectores se había pedido al Gobierno que al menos aplazara su decisión hasta aclarar la matanza de dos líderes de la comunidad y sus familias, entre ellos niños de 11, seis y un año, ocurrida el pasado 21 de febrero. Los mataron de manera salvaje, con machete y garrote, en la más apartada zona rural de esta población, en lo alto de la Serranía de Abibe, un emplazamiento estratégico para los grupos armados. Para la comunidad no hay duda: los mató el Ejército. El Ejército culpa a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Y atribuyen a Luis Eduardo Guerra, una de las víctimas, que a sus 35 años era líder histórico de esta comunidad y querido por todos, haber sido miliciano de las FARC, la guerrilla más antigua y poderosa del país. Los testimonios de las personas que fueron en busca de los cadáveres -entre ellos un reconocido fotógrafo y miembros de ONG internacionales- evocan serias dudas sobre la actuación del Ejército. Cuentan que encontraron a los campesinos atemorizados, intimidados por un operativo militar que llevaba varios días. Una mujer contó que a su casa llegaron los soldados en compañía de Melaza, un paramilitar. El Ejército niega esta versión. Asegura que la tropa sólo llegó dos días después de la matanza.

Lidia, quien perdió a su hija y dos nietos -uno apenas empezaba a caminar- no hace señalamientos: "Me da miedo; Dios sabe quién fue, y un día se sabrá", comentó a este periódico. Su dolor es tanto que cuando habla del tema se quiebra su cintura y busca apoyo en una silla mientras las lágrimas reemplazan a las palabras. "Y esos niños... No alcanzaron a ser conscientes ni de que existían", agrega, sin dirigirse a nadie, en el salón de su casa; una casa de apenas un cuarto y un salón donde amontona el maíz.

Desde el otro bando, la desconfianza y los señalamientos hacia este grupo de campesinos, organizados y regidos por un consejo interno de ocho personas, es también gigante. "Algunos de los líderes, patrocinadores o defensores" de la comunidad están "seriamente acusados" de auxiliar a las FARC, dijo el 20 de marzo el presidente colombiano, Álvaro Uribe. El año pasado declaró que esa zona constituía un "corredor de las FARC". Dos labriegos detenidos en marzo de 2004, y puestos pronto en libertad -entre otras razones por la presión de la comunidad-, y que reconocieron luego ser guerrilleros, son hoy, una vez reinsertados, los testigos más relevantes del Ejército. Ambos aseguran que la población está manipulada por las FARC.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Lo que no admite duda es que la lista de muertos de esta "comunidad de paz" suma más de 130 víctimas. "Venimos sufriendo hace mucho tiempo" es una frase repetida. Desplazamientos, quema de casas, bloqueos, retenes, miedo a bajar a Apartadó -en esta localidad los lugareños de San José son señalados como guerrilleros, y en San José ven a los habitantes de Apartadó como cómplices de los paramilitares- han sido cotidianos para estos campesinos empeñados en no olvidar.

Un monumento hecho en piedra y cemento tiene escritos los nombres de todos sus muertos, 20 de ellos asesinados por las FARC. El resto, dicen, lo fueron por la alianza entre el Ejército y los paramilitares. Hace exactamente un mes, llevaron en procesión ocho piedras con los nombres de las últimas víctimas al nuevo asentamiento. Un acto lleno de símbolos: allí, en un territorio donde tienen cultivos comunitarios de cacao y plátano, van a seguir construyendo la memoria, para que no caiga en el olvido lo que los habitantes de San José califican de "exterminio" por parte del Estado.

"Una forma de empezar a arreglar las cosas es que se condene a todos los responsables de las muertes, a los militares y los financiadores de los paramilitares", dice un líder de la comunidad. Para los pobladores, la desmovilización del bloque bananero -señalado como el mayor culpable de los atropellos contra ellos y mostrado como un éxito por el Gobierno- es una "farsa". La mayoría de los paras están libres, cobijados por el proyecto de reinserción que les ofrece el Gobierno. "Para los victimarios hay premios. ¿Para nosotros, las víctimas, qué?", comentan con rabia.

La hermana Bertha, franciscana de María Auxiliadora, que vive en el caserío de La Unión, otra "comunidad en resistencia" algo distante de San José, cree que devolver la confianza al campesinado será un proceso lento: "Les han hecho demasiado daño; eso no se puede reparar de un día para otro".

Habitantes de San José de Apartadó, en un acto para conmemorar la matanza de dos líderes campesinos y sus familias en febrero.
Habitantes de San José de Apartadó, en un acto para conmemorar la matanza de dos líderes campesinos y sus familias en febrero.NICOLE KARSIN

"Estoy cansada de correr"

La población se ha negado a dar información sobre la masacre del 21 de febrero. "¿Para qué, si nunca nos creen?". Sólo confían en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que, hace dos años, conminó al Estado a protegerlos. La primera comisión de fiscales que viajó a la zona fue atacada a balazos. Para los paramilitares la impunidad es casi total. No obstante, en los 32 casos que lleva la fiscalía hay algunos paras detenidos y dictadas varias órdenes de captura.

Ahora, ante lo que llaman "declaración de guerra" oficial, han decidido "guardar silencio ante las instancias del Estado". No volverán a las reuniones que mantenían con la vicepresidencia para concertar las medidas de protección.

Dos caseríos, La Unión Y La Arenosa, anidados en la Serranía de Abibe y a tres horas de camino desde San José -en medio de quebradas y cascadas-, son también comunidades en resistencia. Muchas noches, cuando hay individuos armados en los filos de las montañas, la población se turna en vigilia "esperando el golpe". La resistencia, explica una campesina de 80 años, consiste en no desplazarse, como han hecho ya tantas veces: "Estoy cansada de correr. Si hay combates cierro mi puerta; me quedo como un ratón, quietecita, escuchando tronar afuera". En 2000 mataron allí a seis campesinos. Llegaron encapuchados y armados preguntando: "¿Quién es el líder?". "Todos", fue la respuesta. Apartaron a los hombres, y cuando las mujeres caminaban calle arriba, escucharon las ráfagas.

La piedra en el zapato de los 'paras'

Para algunos, San José de Apartadó es una piedra en el zapato, pues es el único rincón de Urabá que no logró controlar el paramilitarismo después de la limpieza que realizaron a mediados de los años noventa.

En esta población, como en gran parte de Urabá, fue fuerte el Partido Comunista y la Unión Patriótica -grupo político que nació de la negociación de paz con las Fuerzas Armadas revolucionarias de Colombia (FARC) en 1984-. Nadie hizo nada por detener la sevicia de la acción paramilitar. Desde el comienzo se habló de acción u omisión del Ejército frente a los grupos paramilitares. "A la guerrilla la sacaron de Urabá el Ejército y los paramilitares, de la mano. ¡Era descarado, según cuentan!", dijo a este periódico el obispo Germán García.

Al principio, esta comunidad, como todas en la zona, contó con el apoyo de la diócesis. Hoy están alejados. Germán García cree que hay intereses políticos para atacar al Estado por parte de personas que acompañan el proceso de San José. "Pelear contra el Estado en momentos de tanta polarización en el país es un juego peligroso".

Con el inicio de la desmovilización de los grupos paramilitares muchos ven hoy a San José de Apartadó como el sitio de "preparación para la reconquista de Urabá" por parte de las FARC. Aunque las atrocidades de la guerrilla contra la población civil han sido también aterradoras.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_