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Reportaje:ESCAPADAS | Riberas de Castronuño

La Gran Florida del Duero

Alamedas, encinares y 183 especies de aves maravillan a quien pasea por esta reserva natural de Valladolid

El último alcaide del castillo de Castronuño fue aquel infame don Pedro de Mendaña, que traía frita con sus pillajes a media Castilla, a tal extremo que ciudades como Medina, Valladolid, Burgos, Salamanca y Ávila, con tal de no sufrirle, le pagaban tributo. Mendaña, para rematar la jugada, se sumó al bando anti-isabelino en las disputas sucesorias por el trono castellano, y al verse cercado en noviembre de 1476 por las huestes de los futuros Reyes Católicos, decidió vender cara su derrota: en concreto, recibió 7.000 florines de oro y puso pies en polvorosa.

Los vecinos de Castronuño, viendo para lo que había servido la fortaleza, la derribaron. Cayó el castillo, pero quedó la iglesia que los sanjuanistas habían construido en su interior a finales del siglo XII, una de las más bellas de Valladolid, en la que un incipiente gótico de influjo cisterciense aflora sobre el sustrato del más hondo románico zamorano. Chiquita, con potentes muros de sillarejo y prismáticos contrafuertes, Santa María del Castillo semeja un fortín, rodeada como está de bodegas-cueva en lo alto del cerro de la Muela, atalayando el curvazo que describe el río 60 metros más abajo y los sotos que explican el poético nombre con que se conoce a Castronuño desde los tiempos de la reconquista: la Gran Florida del Duero.

Los pasajeros desavisados se frotan los ojos al descubrir este paraíso acuático

Desde este soberbio mirador, obtendremos una visión casi completa de la Reserva Natural de las Riberas de Castronuño, un espacio protegido de 8.400 hectáreas que surca el Duero en el lejano oeste de Valladolid, entre Tordesillas y Castronuño, y donde bullen 183 especies de aves, algunas tan amenazadas como la garza imperial, el martinete o el aguilucho lagunero.

El embalse de San José, al pie mismo de Castronuño, es su refugio favorito: una masa estable de agua y vegetación palustre en una provincia que lleva siglos trocando sus lagunas por panes. Y es que Valladolid tendrá mucha historia, pero enclaves naturales relevantes, sólo éste. Para ver más de cerca este oasis, bajaremos en coche hasta la presa y, ya a pie, la cruzaremos siguiendo la carretera de San Román de Hornija.

Construida en 1945 -huelga decir quién la inauguró- para poner en regadío 11.600 hectáreas del valle del Duero, la presa de San José nos ofrecerá la primera oportunidad de observar un buen número de aves: las fochas que pescan en el río revuelto de los aliviaderos, las cigüeñas que rebuscan en los depósitos cenagosos y las garcetas que, con su blanco perfil interrogante, parecen preguntarse qué pinta un bípedo implume en estas soledades.

Poco más adelante, justo donde la carretera traza una curva a la izquierda, abandonaremos el asfalto para continuar de frente por una pista señalizada con trazos de pintura blanca y roja. Es un hermoso camino bordado de pinos piñoneros, en cuya blanda arena aparecen impresas las huellas de mil aves, comparadas con las cuales, nuestras botas dejan un rastro tan insólito y profundo como los lobos que, de tarde en tarde, se dejan caer por estos lares. En media hora, nos plantaremos en una chopera junto a la que se alinean las plataformas de madera de 45 puestos de pesca, camufladas entre carrizales donde pulular suelen los ánades reales.

Muy cerca, a tiro de caña, queda el puente del ferrocarril Medina-Zamora, donde los pasajeros desavisados se frotan los ojos al descubrir este paraíso acuático a medio camino entre la nada y la nada. Cruzando la vía del tren, avanzaremos aguas arriba entre una finca vallada y un bellísimo sector del embalse en el que afloran viejos tocones, de buena querencia de los cormoranes grandes.

En otra media hora, rebasaremos un caserío agrícola que domina un gran meandro del Duero y, sin perder de vista las señales, nos sumergiremos en un encinar de ejemplares mastodónticos, el más valioso de Valladolid, para llegar al palacio de Cubillas tras dos horas de paseo. La vuelta la haremos, en otro tanto, por el mismo camino.

Llano, fácil y bien señalizado

- Cómo ir. Castronuño (Valladolid) dista 193 kilómetros de Madrid. Se va por la A-6 hasta Medina del Campo y después por la C-112, pasando Villaverde de Medina, Nava del Rey y Alaejos.

- Datos de la ruta. Duración / longitud: 4 horas / 14 kilómetros (incluida la vuelta). Desnivel: nulo. Dificultad: muy baja. Tipo de camino: pista de tierra señalizada con marcas de pintura blanca y roja correspondientes al sendero de gran recorrido GR-14. Cartografía: hoja 14-16 (Castronuño) del Servicio Geográfico del Ejército.

- Alrededores. Alaejos (a 10 kilómetros): conjunto histórico-artístico, con más de cien casas blasonadas. En Toro (a 20 km): colegiata de Santa María la Mayor. En Tordesillas (a 26 km): real monasterio de Santa Clara. En Medina del Campo (a 37 km): castillo de la Mota.

- Comer. Pepe (tel. 983 86 61 76): el único restaurante de Castronu-ño ofrece platos caseros y buenos solomillos y chuletones de ternera; precio medio, 10-15 euros. Los Bocoyes (Toro; tel. 980 69 03 00): cocina tradicional bien elaborada; 25 euros. Valderrey (Tordesillas; tel. 983 77 11 72): tabla de ibéricos, asados y gallo de corral; 20 euros. El Torreón (Tordesillas; tel. 983 77 01 23): carnes a la brasa, foie de la casa y carpaccio de buey; de 40 a 45 euros.

- Dormir. El Bahuero (Toro; teléfono: 646 04 10 44): cuatro casas rurales bien equipadas, con capacidad para dos, cuatro, cinco y seis personas; 55-130 euros. María de Molina (Toro; tel. 980 69 14 14): hotel moderno, cómodo y muy económico; doble, 47 euros. Juan II (Toro; teléfono, 980 69 03 00): junto a la colegiata, con jardín y vistas al Duero; 63 euros. Parador de Tordesillas (Tordesillas; tel. 983 77 00 51): de estilo castellano, rodeado por un frondoso pinar; 74 euros.

- Más información. Oficina de Turismo de Castronuño (Real, 80; tel. 983 86 60 95): de 10.00 a 13.30 y de 17.00 a 19.30, excepto lunes y martes por la mañana. En Internet: www.castronuno.com

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