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Columna
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Apoteosis ideológica (2)

Además de los think-tanks a que me refería en mi columna anterior, la estrategia de penetración de la ideología integrista recurre al lanzamiento de consorcios o grupos ad hoc para propósitos específicos. Así, en relación con la justificación de las intervenciones bélicas y el aumento de los presupuestos militares, uno de los más relevantes ha sido el Proyecto para un nuevo siglo americano, promovido en 1997 por William Kristol, redactor jefe del Weekly Standard, que reúne a los representantes más notables, intelectuales y personalidades políticas del clan Bush. Entre ellos, Elliott Abrams (condenado por su participación en el asunto de la Contra nicaragüense y nombrado por Bush Jr., en 2001, miembro del Consejo Nacional de Seguridad de EE UU; Jeb Bush, gobernador de Florida; Dick Cheney; el millonario Steve Forbes; Richard Perle; Paul Wolfovitz; Norman Podhoretz, director de la revista Comentary; Robert Kagan; Donald Rumsfeld; Lewis Libby; James Woolsey, antiguo director de la CIA, y a Jeanne Kirkpatrick, colaboradora de Reagan y Bush senior, cuya acción fue decisiva en la creación del Comité para la Liberación de Irak y en la legitimación de la invasión de dicho país. La coordinadora mediática de la operación, Eleana Benador, propietaria y directora de la agencia de relaciones publicas que lleva su nombre, incorporó a su equipo a organizaciones tan influyentes como el Center for Strategic and International Studies (CSIS), el Washington Institute for Near East Policy (WINEP), el Middle East Forum, así como al conjunto de la prensa ultraconservadora, con diarios y periodistas como Max Boot, redactor jefe de The Wall Street Journal, y Arnaud de Borchgrave, de The Washington Times, e incluso a colaboradores permanentes de periódicos de referencia como Judith Miller, de The New York Times, y Charles Krauthammer, de The Washington Post.

Esta estructura, que sigue, evidentemente, activa y es decisiva para la difusión y dominación del integrismo ideológico (vid. Sheldon Rampton y John Stauber: Weapons of mass deception, 2003) ha dispuesto de la connivencia legitimadora de los grandes cenáculos político-patronales. Y así, el Grupo Bilderweg, que aparece en 1954; la Comisión Trilateral, en 1973, el Foro de Davos en los años noventa, etcétera, constituyen un directorio de la clase dirigente mundial, donde conviven los principales representantes del poder económico y político, que van desde la derecha extrema al centro-derecha (por ejemplo, en la Trilateral, desde Dick Cheney y Donald Rumsfeld hasta Jimmy Carter, Raymond Barre, Zbigniew Brzezinski y David Rockefeller, su fundador), que actúan siguiendo las pautas y mecanismos tan brillantemente descritos por Göran Therborn (What does the ruling class do when it rules, NLB, London 978) y Jean Meynaud, Les groupes de pression internatonaux, ESP, Lausanne, 1961).

La pátina de respetabilidad que esta connivencia supone no ha templado en modo alguno el radicalismo reaccionario. La editora de The Wall Street Journal ha escrito: "No somos conservadores, sino radicales, es decir, revolucionarios". Es más, su táctica política permanente ha consistido en descalificar a sus compañeros de partido y de ideología por considerarlos demasiado blandos, contaminados de centrismo y de izquierdismo. Los ataques de Barry Goldwater contra Eisenhower y su vicepresidente, Richard Nixon; las agresiones en el Reino Unido de Enoch Powell contra el líder de los tories y jefe de Gobierno, Harold MacMillan; la ruptura de Reagan con Nixon y Gerald Ford; la agresiva hostilidad de Margaret Thatcher hacia Howard Heath, responden a la consigna de "siempre más a la derecha". Deriva que, unida a la propagación del fundamentalismo religioso en Norteamérica, lleva a unos contenidos ideológicos muy próximos al franquismo y a unos usos como cuando uno escucha y ve en la radio y televisión USA las "exhortaciones a ayunar y rezar por el presidente", o cuando se dirigen a él como el "líder de la guerra santa contra el mal" y como "el escogido por Dios para acabar con el terrorismo", nos creeríamos en la España de los años cuarenta y cincuenta con la reivindicación de la cruzada y con "Franco, caudillo de España por la gracia de Dios". Estas prácticas ideológicas, al incorporarse a un universo económico gobernado por el oligopolio financiero, refuerzan aún más la condición autoritaria de nuestro sistema global.

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