El gentilicio como arma
Los estudiosos del lenguaje mediático han hecho esfuerzos por analizar el vocabulario político que se usa en las levantiscas provincias del paisito, como si fuera el fruto de una premeditada y minuciosa planificación urdida hace décadas (casi desde el célebre paseo de Sabino Arana con su hermano, y su consiguiente y paulina caída del caballo) para subvertir la realidad. Nunca he entendido los fines de ese enredo. Ciertamente, el lenguaje político es en sí mismo alambicado, abstracto y eufemístico. Pero en eso poco se diferencian los políticos vascos del resto de los políticos. Es más, si algo caracteriza a la vertiente más rústica de nuestra clase política es precisamente lo contrario: la frase baturra, el comentario tabernario, el juicio insano, sumario y de mal gusto, ese lenguaje pródigo en demostrativos de connotación peyorativa (éste no sabe, esos no dicen, un tal Blázquez...) y perogrulladas de taxista (hay que estar donde hay que estar, en esos no hay cabeza, nosotros vamos a lo que vamos, cuando se tiene lo que hay que tener...). Se trata de una retórica llena de grumos de puré o tropiezos de paella, que bien podríamos calificar, en recuerdo de su máximo exponente, como arzalluzista, y que sería deseable no encontrara nuevos y rudos practicantes.
Pero, puestos a emprender investigaciones lingüísticas, no estaría de más hacer un análisis de las construcciones con que se nos obsequia desde lejos, donde lo vasco se esgrime con intenciones que bordean el racismo puro y duro, aunque ello no conmueva en lo más mínimo las delicadas fibras constitucionales de los analistas del lenguaje. Cuando un conocido grupo empresarial de este paisito compró uno de los diarios más emblemáticos de la capital del reino, el diario rival no pudo resistirse a dar la noticia mediante varios impagables párrafos en que la palabra "vasco" se repetía, con ánimo perverso, hasta la cacofonía. En efecto, era un grupo de prensa vasco, que tenía su sede en el País Vasco, el que había comprado el periódico madrileño. El grupo vasco de origen vasco, con capital vasco, que estaba lleno de vascos, y que residía en el País Vasco, iba a integrar en su cadena vasca de periódicos vascos al diario madrileño, previsiblemente para llenarlo de periodistas vascos y a lo mejor hasta de opiniones vascas. La xenófoba perla aún sobrevivirá en ese santuario que es toda buena hemeroteca.
Más recientemente, la derecha sigue empecinada en establecer con los atentados del 11-M en Madrid una vinculación entre Al Qaeda y ETA, forzando las elucubraciones más variopintas. Según se denunciaba recientemente, algunos de los islamistas implicados pasaron dos días en Oiartzun (en serio, tal era la pieza de escándalo), lo cual parece una minucia ante el hecho verdaderamente grave (y sin embargo no desvelado por la prensa) de que incluso pasearon por La Concha. Claro que cierto diario ofrecía una revelación más concluyente: un "marroquí de origen vasco" era el jefe del grupo terrorista que reivindicó el 11-M. Tras el titular, no se volvía a aludir a la condición nacional del terrorista. Se le llama Abu Fatima y se le apoda, curiosamente, El magrebí. Quizás no parecía necesario insistir en su vasquidad cuando el titular ya había tirado de ella hasta iluminar las conciencias de todos los lectores.
Tendríamos que preguntarnos qué se esconde bajo el binomio "un marroquí de origen vasco". ¿Cómo ostenta, si tal es su origen, un nombre tan exótico? ¿Hablamos de un improbable vasco que emigrara a los montes del Atlas? ¿O de un marroquí que ha vivido en el País Vasco? ¿Será esto último? ¿Será un gentilicio de ida y vuelta? Sea cual sea el Rh de Abu Fatima, lo importante era su denunciable vasquidad. A partir de ahora puede que haya ecuatoguineanos de origen vasco, colombianos de origen vasco o senegaleses de origen vasco. Bastará para imputarles tal procedencia que hayan hecho algo malo (preferiblemente un delito) y que pueda constatarse que pasaron una tarde de domingo paseando por la calle Dato o por los recovecos, siempre misteriosos, siempre clandestinos, de un Oiartzun que se va revelando como epicentro de todas las conspiraciones del mundo mundial.
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