Próxima estación, Berlín centro
Un viaje en tren de oeste a este, atravesando el nuevo corazón de la capital alemana
Alguien grita: "Zurück-bleiben, bitte!". No se inmute. Tampoco intente una traducción literal. Es el conductor del S-Bahn (una suerte de tren de cercanías) de Berlín, que le pide, por favor, que se contenga y no ejecute esa acción que todo español que se precie tiene en sus genes: acelerar ante el semáforo en naranja o, en este caso, correr esos últimos metros a toda velocidad para atravesar las puertas del vagón cuando ya todo parecía perdido; adiós tren y adiós destino. Las mismas puertas que, justo ahora, se cierran en la línea S7, estación de inicio: Wannsee, suroeste de Berlín. Es éste un trayecto que cruza la ciudad y la despliega ante quien quiera contemplarla. La S7 se dirige a Ahrensfelde, pero no hace falta ir tan lejos. Basta llegar hasta Ostkreuz para respirar el Este casi puro aún hoy, año 15 de la desaparición del famoso muro.
El ritmo machacón de las órdenes aussteigen (bajen) y einsteigen (suban) va marcando el camino... Si alguien grabase un día el conjunto de sonidos que atesora el Berlín actual, el de sus estaciones sería el estribillo de la canción de ruidos cotidianos. A saber: chirridos de tranvías avejentados, en el Este; cláxones de las bicis llamando la atención a los que ignoran el carril-bici, en el Oeste; estruendo de los aviones que aterrizan en Tegel, Tempelhof o Schönefeld mientras se arma el gran aeropuerto Berlin Brandenburg International, que, al fin, se construirá en Schönefeld y estará listo, afirman, en 2010. Y no sólo esto. En Berlín también susurran los árboles del Britzer Park, rugen los leones en el zoológico del Este (Tierpark); gritan los niños en los spielplätze, esos paraísos del juego con tirolinas, inmensos toboganes, puentes de madera, arena y agua para amasar, animales y trenes para encaramarse... "Próxima estación, Nikolassee", se oye en el S7, como una cantinela. Los alemanes aman los trenes. Su vida, su literatura y su historia está ligada a ellos.
-¿Conoces ya Berlín?
-No.
-Uf, te va a sorprender. En Berlín hay casas modernas de cien pisos de alto, con tejados que se deben atar al cielo para que no escapen.
(Emil, en un tren dirección Berlín, en el libro Emil y los detectives, de Erich Kästner, 1929).
La capital alemana fue en el siglo XIX ejemplo de planificación ferroviaria, con sus estaciones en anillo (Potsdamer, Görlitzer, Anhalter, Frankfurter, Hamburger...), muchas de ellas hoy desaparecidas o convertidas en parques y museos; una tela de araña tejida antes de las guerras, destejida en bombardeos y vuelta a tejer, ahora con forma "de seta", según dice la DB (empresa de ferrocarriles alemanes). En esta nueva red que se construye hay túneles bajo el centro de cuatro kilómetros. En dos años, para los mundiales de fútbol, estrenarán eso que Berlín nunca tuvo, una estación central, la Lehrter Hauptbahnhof. Allí, desde hace dos años, bajo una cúpula inmensa, levantada cristal tras cristal, se detienen ya los cercanías, como hará este S7 en unos minutos tras abandonar Wannsee, el gran lago, la playa de Berlín, donde el río Havel se deshace en gigantescos charcos.
En Wannsee casi todo lo occidental sigue siendo estándar adinerado. De lo oriental, ya poco queda que no sea el armazón de las villas y palacetes crecidos al calor de la señorial Potsdam (en la línea S1, allí se construyó el primer tramo ferroviario en 1838). Y hasta eso se habría borrado del recuerdo si no fuera por las indicaciones de los guías en los barcos turísticos. Aquí habitó fulanito; allí, menganito. El tirón de los viejos estudios de cine Babelsberg, convertidos en parque temático y recuperados de su modorra, vuelve a arrastrar la mitología del celuloide a sus orillas. "Ahí Tom Cruise ha alquilado tres villas para rodar Misión imposible III", escupen los altavoces. O también: "Miren dónde se reunieron aliados y rusos tras la II Guerra Mundial para repartirse el Berlín bombardeado".
Y los viajeros visualizan entonces esas ruinas, quizá tal y como las describe Anthony Beevor en Berlín. La caída: 1945: "La destruccion del 95% del sistema de tranvías y el que aún hubiese una buena parte de los sistemas del U-Bahn y el S-Bahn anegada... Casi todos... habían de dedicar la mayor parte de sus energías a buscar comida. Recibían el nombre de hámsteres, mientras que los trenes se conocían como expresos hámster". Un millón de personas viaja a diario a bordo de los cercanías. Y con buen tiempo, este tramo del S-Bahn es especialmente concurrido; se llena de amantes de la vela y bañistas que acaban desperdigados entre los mil lagos.
Los paseantes prefieren detenerse en Grunewald, el lugar donde Berlín se hace bosque. Abundan en sus senderos los perros con dueños, los atletas que entrenan, los jubilados que caminan, algunos imbiss con salchichas al curry, residencias diplomáticas... Parece que nada exterior existiera. Ni guerras anteriores, ni actuales; ni crisis en esta ciudad hiperarruinada (50.000 millones de euros de deudas, 17% de paro), que aún así no para de invertir en ocio y cultura.
Pero baje, ande unos metros, busque la vía número 17 de Grunewald y recuperará de golpe el sentido de la realidad. El horror. El terrible papel jugado por el ferrocarril durante el Tercer Reich. En el andén 17 no circula ya ningún tren. Ya lo hicieron muchos entre 1941 y 1945, exactamente 186, cargados de berlineses que nunca regresaron. El monumento, de Hirsch, Lorch y Wandel, es tan simple como impresionante. Vías cortadas llenas de piedras, la hierba creciendo, unas placas con fecha, número de viajeros y destino: los campos de deportación. Es todo. Al lado de la Puerta de Brandeburgo se termina ya el memorial del Holocausto del arquitecto Peter Eisenmann. Se inaugurará en 2005, con centro de documentación subterráneo incluido. Pero difícilmente será más desasosegante que esta vía en la que sólo queda aire, un espacio vacío.
Nuevas paradas. Westkreuz, Charlottenburg, Savignyplatz, territorio de bohemios desahogados. En Kantstrasse se alza la vela inmensa del Kant-Dreieck, edificio de tres esquinas, de Josef Paul Kleihues, uno de los culpables de que Berlín y la arquitectura mantengan una relación amorosa. Acaba de morir a los 71 años dejando huérfanos proyectos y discusiones en las que ya no participará: el palacio prusiano, la reconstrucción de la Bauakademie del maestro Schinkel, Berlín aún por acabar...
En Zoologischer Garten todo es bullicio. Durante décadas funcionó como centro geográfico occidental. Sigue siendo punto de encuentro, de compras o visitas al Kudamm, al mercado del 17 de Junio o al Zoo. El S7 cruza un paisaje de agua y masas verdes en Tiergarten. A lo lejos se alza la Siegessäule, en la avenida del 17 de Junio, este año un tanto desolada (o quizá aliviada) porque se quedó sin esa orgía del tecno llamada Love Parade. La arteria sigue y sigue hasta la puerta de Brandeburgo, ya limpia, liberada del trasiego de coches y de esas lonas publicitarias que la ocultaron largo tiempo.
"Estación Bellevue", anuncia otra vez la voz. Y a través de los cristales, un muestrario de primorosos edificios gubernamentales o residencias de funcionarios con marca de arquitecto internacional. Los arboles en explanadas antes inertes han ido creciendo acunados por el trato y costumbres de los berlineses. Si luce el sol, en el parque Tiergarten, y en otros, huele a carne asada. Miles de ciudadanos multiculti sacan utensilios y sillas de cámping y celebran así, con pic-nic, bodas, aniversarios, nacimientos... "Mañana, barbacoa", es la consigna comunitaria. A lo lejos, los rascacielos de la Potsdamerplatz (antes centro histórico, en la S1) y la cúpula de Norman Forster, el Reichstag, el símbolo. El S7 deja atrás ya la cancillería.
Vieja frontera y nueva ciudad
Parada en Lehrter Bahnhof, la que será corazón de la ciudad futura y estación más grande de Europa. Antaño todo aquí era descampado, costurón pegado al muro, zona agujereada bajo tierra, como otras muchas por las que circulaba el metro en estaciones fantasma. Aquí, los trenes daban la vuelta y regresaban al rico Oeste. Hoy se construye sin pausa en busca de ese centro soñado de gran metrópoli. Grúas, vallas, operarios... Elementos cotidianos de tres lustros. En la Lehrter, el cielo es cristal; el suelo, un túnel, donde antes corría agua, para 800 trenes diarios de todas las velocidades y distancias posibles. Al norte, Moabit y Wedding, barrios un tanto olvidados; al sur, el esplendor de la arquitectura del poder y hasta la imaginación de los berlineses materializada en esa playa artificial junto al puente de Calatrava, donde se han tostado muchos en verano; donde hubo fiestas, conciertos y campeonatos de voleiplaya.
La Hamburger Bahnhof, al lado, hoy museo de arte contemporáneo, cobija ya la polémica Colección Flick. ¿Es menos arte un cuadro de procedencia dudosa? ¿Deben segundas o terceras generaciones pagar culpas de las primeras? Discusión servida. La prensa y la calle no paran. Y la colección, con 2.000 piezas, se podrá contemplar entera en rotaciones. Un tema a añadir a otros de temporada, como la película El hundimiento, de la que todos hablan; que si el actor Bruno Ganz borda a Hitler, que si lo humaniza, que si los hijos envenenados de Goebbels... Y, sobre todo, dos polémicas arquitectónicas: la demolición del Palacio de la Republica, ex Parlamento de la RDA (portada sentimental de la revista Zitty: "Dejadlo estar"), y la reconstrucción del castillo imperial. Pregunta: "¿Así que edificamos un monumento prusiano que no existe y derribamos otro, aún en pie, símbolo de una época?".
Mitte era Este y ahora es barrio de moda. Un ambiente nuevo y caro se cuece alrededor de Friedrichstrasse y Hackescher Markt. En los bajos del S-Bahn hay bullicio de tiendas de marca, restaurantes, peluquerías... Alrededor de Gendarmenmarkt se cuadran ya los círculos de las plazas. La Hausvogteiplatz se ha remozado y en sus edificios, aún vacíos, impecables, lucen como banderas los nombres de famosas firmas inmobiliarias. A los ya turísticos patios Hackesche Höfe les han crecido tentáculos como los Rosenthaler Höfe... Todo crece, cambia y se llena de visitantes animados por los vuelos cada vez más baratos. Lo que estaba oculto ya se ve. Las lonas que quedan anuncian viajes ganga para escapar lejos...
Quien no suele ir más allá es ese 5% de pasajeros que, según datos oficiales, viajan sin pagar en los transportes públicos de Berlín. No hay controles para subir, pero sí sorpresas: un ejército de vigilantes, uniformados o no. El S7 enmudece. Ahora mismo han aparecido en Alexanderplatz, espacio deconstruido, plaza de referencias literarias y arquitectura socialista. Se enseñan los billetes mientras el pirulí distrae la vista.
Donde perdura el rostro del Este
En Jannowitzbrücke, Ostbahnhof y Warschauerstrasse es donde perduran rastros de puro Berlín Este. Un horizonte deteriorado, tejados doblemente empobrecidos en contraste con los renovados, masas de bloques de pisos en fotocopia... Por el Spree se apelotonan barcos henchidos de visitantes. Y de nuevo, altavoces: "Ahí, la Eastside Gallery, el trozo más grande de muro conservado; enfrente se construye un centro comercial". El denso paisaje de vías en Warschauerstrasse es en sí una clase de triste historia. No hay color de óxido más negro ni desangelado. Todo por hacer, aunque algunos edificios hayan mutado en elegantes oficinas con restaurante al canal. Una avenida, la Stralauer, lleva hasta una pequeña península que antes fue puerto industrial y ahora es residencial. Hay casas novísimas, acristaladas. Te plantas en el salón, miras y sólo ves agua.
El S7 atraca en Ostkreutz, un nudo ferroviario que sigue hacia el Este profundo y desengañado. Suena de nuevo el imperativo zurückbleiben, un tratado de filosofía. Algo así como: "¡no sea loco!, ¡quédese quieto!, ¡retráigase!". La voz metálica, oída una y otra vez, transporta al viajero a esos días de infancia, del Un, dos, tres, el escondite inglés. Y si gira la cabeza hacia el arcén verá cómo los demás también conocen bien el juego. Todos permanecen congelados mientras el S7 se pierde en la distancia.
CUATRO VISITAS EN TORNO AL MURO
1 Museo del Muro Checkpoint Charlie
Coches con compartimentos ocultos, artilugios voladores caseros, un avión ultraligero... En este museo, abierto desde 1962 junto al paso fronterizo Checkpoint Charlie, se cuentan las historias de quienes intentaron (con y sin éxito) pasar de la antigua RDA a Berlín Occidental. La historia del muro (1961-1989), ilustrada con objetos, textos, vídeos, fotos...
- Friedrichstrasse, 43-45. Metro: Checkpoint Charlie / Kochstrasse. Información (prefijo, 0049 30): 253 72 50; www.mauermuseum.de. Precio: 9,50 euros. Horario: diario, de 9.00 a 22.00.
2 East Side Gallery
Una enorme galería al aire libre y tienda de souvenirs. Tras la caída del muro, este tramo de la frontera -1,3 kilómetros del lado oriental, situados entre el puente de Oberbaum y Ostbahnhof- fue pintado por 118 artistas venidos de 21 países.
- Berlin Friedrichshain. Metro: Warschauerstrasse. Información: 251 71 59; www.eastsidegallery.com.
3 En bici por la vieja frontera
El camino del muro sigue el trazado de la antigua frontera. Ideal para recorrerlo en bicicleta, está documentado por Michael Cramer en el libro Berliner Mauer-Radweg (El camino ciclista del muro de Berlín, editorial Elsterbauer). La ruta se divide en 17 etapas, y las más interesantes para el visitante son la primera (siete kilómetros, entre Potsdamerplatz y Warschauerstrasse) y las dos últimas (12 kilómetros, desde Bornholmerstrasse hasta Potsdamerplatz, pasando por Nordbahnhof).
- Alquiler de bicicletas: Fahrradstationen (28 38 48 48), en Hackesche Höfe y la estación de Friedrichstrasse, entre otros. Pedal Power (78 99 19 39), en Grossbeerenstrasse, 53.
4 Centro de Documentación del Muro
Un museo situado en una de las calles
que fueron divididas completamente por él. Vídeos, grabaciones sonoras de la época y mucha documentación sobre la historia del Berlín dividido.
- Bernauerstrasse, 111. Metro: Bernauerstrasse. Información: 464 10 30; www.berliner-mauer-dokumentationszentrum.de. Horario: de miércoles a domingo, de 10.00 a 17.00. Precio: entrada libre.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos
- Prefijo: 00 49 30. Población: Berlín tiene 3,5 millones de habitantes.
Cómo ir
- Iberia (902 400 500; www.iberia.com) vuela directo a Berlín desde Madrid, ida y vuelta en octubre, desde 200 euros más tasas. Ofertas de última hora en la web, a partir de 168 euros más tasas.
- Easyjet (www.easyjet.com; 902 29 99 92) conecta con vuelo directo Barcelona y Palma de Mallorca con Berlín, desde 21,49 más tasas por trayecto. A partir del 31 de octubre también volará directo a Berlín desde Madrid, desde 19,95 euros más tasas por trayecto.
- Air Berlin (www.airberlin.com; 901 116
402 ) vuela a Berlín, vía Palma de Mallorca, desde 19 aeropuertos españoles. En octubre, desde la Península, a partir de 89 euros, siempre por trayecto. En noviembre, desde la Península, a partir de 39; desde las islas Baleares, a partir de 49, y desde Canarias, a partir de 139 euros; por trayecto.
- La mayorista Politours (en agencias) tienes paquetes de vuelos más dos noches (ampliables) de hotel de cuatro estrellas, desde 420 euros más tasas por persona en habitación doble.
- Vivatours (en agencias) ofrece viajes combinados a Berlín con vuelos más dos noches (ampliables) a partir de 399 euros más tasas por persona en habitación doble.
Información
- www.berlin.de ofrece información turística, además de una base de datos de hoteles de Berlín.
- www.berlin-tourist-information.de incluye igualmente información y hoteles berlineses.
- Teléfono de información y reservas hoteleras de la oficina de turismo de Berlín: 25 00 25.
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