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¿Hacia dónde va Rusia después de Beslán?

Hemos visto una Rusia angustiada y desgarrada, llorando a estos niños y a su destino. Yo estuve en Moscú durante la toma de rehenes y pude observar hasta dónde llegaba el duelo, profundo y sincero, de toda la nación. Ahora, aunque los hechos no se borran aún de la memoria, llega el momento de la reacción y la reflexión. ¿Se podía haber evitado una tragedia semejante y qué hay que hacer para que no se repita? ¿Hacia dónde va la Rusia de hoy, y ha tomado un buen camino? Estas preguntas se plantearon mucho antes de Beslán y seguirán planteándose con insistencia.

La herencia de la Unión Soviética pesa sobre la historia de Rusia. Hasta Putin, a pesar de todas sus reticencias evasivas, ha tenido que confesarlo: "Vivimos en un país en el que se han agravado los conflictos y las divergencias étnicas duramente reprimidas antaño por la ideología dominante... Hemos dado muestras de debilidad. Y los débiles son vencidos". Esto lleva a la conclusión de que al final hay que dar muestras de fuerza. La cuestión es saber de qué manera se puede hacer y qué precio hay que pagar. En un país en el que la sociedad civil consigue emerger a duras penas y en el que un pasado de los más dolorosos se refleja constantemente en el futuro, sería un error fatal establecer la seguridad en detrimento de la democracia, y con más razón de una democracia aún adolescente, que acaba de cumplir 14 años desde el fracaso de la perestroika. Al haber perdido la palabra los antiguos disidentes, algunas voces críticas nuevas, que de vez en cuando se dejan oír, se pronuncian sobre el tema y nos ponen en guardia: "Actualmente, en Rusia, la democracia no ha muerto, pero está en un ataúd", ha declarado estos días Serguéi Kovaliev, presidente de la Asociación Rusa de Defensa de los Derechos Humanos Memorial. Nosotros acabamos de observar una vez más la prohibición que impide a algunos periodistas libres acudir al lugar de la tragedia para informar a la opinión pública. Una televisión controlada por los servicios del Estado ha ofrecido una imagen de los hechos en gran parte alterada o tendenciosa.

Un contexto más general en el que se desarrolla toda esta historia es muy sintomático: más de diez años de transición poscomunista y de privatización neocapitalista han debilitado la economía y sacudido a la sociedad; el abandono inevitable de una "economía planificada" ha creado problemas casi insuperables; los modestos privilegios que el antiguo régimen soviético dejaba a los jubilados acaban de ser abolidos este verano, creando un descontento desesperado en el seno de las clases más indefensas; una inflación galopante que no consiguen frenar y que perturba los precios, los mercados y la forma de vida; la ofensiva contra la nueva clase de empresarios y sus monstruosos enriquecimientos, seguida por la desconfianza en los inversores extranjeros, han tenido graves consecuencias; por último, la seguridad ciudadana, prometida tantas veces, está aún lejos de dar los resultados esperados.

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La popularidad de Putin había bajado, antes de Beslán, cerca de 20 puntos. La tarea de devolver a Rusia el lugar que tenía la Unión Soviética se presenta ardua, si no ilusoria. Chechenia no es, seguramente, la razón de todos estos inconvenientes. En un contexto semejante, se acaba de poner en tela de juicio la voluntad de asegurar "la vía del petróleo" que atraviesa los territorios turbulentos en torno al Cáucaso, y hacer que la exportación rusa avance durante una crisis mundial de carburante. Occidente ha estado dispuesto a "comprender" y perdonar muchas cosas a la política rusa con el fin de encontrar algún beneficio en una mala coyuntura. El abuso de autoridad de Putin frente a las instituciones federales y su vuelta al centralismo de siempre han acabado por suscitar críticas tanto en el país como en el extranjero: se han alzado algunas voces contra "una democracia dirigida", a la que hace más de diez años yo llamaba democratura en un libro titulado Le Monde ex.

Putin, a pesar de todo, tiene en cuenta la imagen del país que dirige, hasta el punto de que las críticas expresadas por Occidente no son ni superfluas ni desdeñables. Otra cuestión es cuánto pueden influir en su política. Solzhenitsin dijo en más de una ocasión que Rusia no podría salir del asunto sin pasar por un periodo de "mano dura". Hace más de una década, Sájarov expresó una opinión que sigue pareciendo extraordinariamente actual: "Rusia necesita a la vez apoyo y estar sometida a presión". A Putin le gustaría un apoyo sin presión. No se sabe hasta qué punto Occidente estaría dispuesto, después de todo, a concedérselo, a cerrar los ojos ante lo que intenta hacer. Juega muy hábilmente con el carácter internacional del terrorismo, pero varios incidentes cada vez más preocupantes no dejan de contradecirle: no hay más que terrorismo.

Entretanto, Rusia se ve enfrentada a sus propias alternativas, que parecen cambiar de marco o proporción sin modificar realmente el peso o el contenido. En el momento en que la perestroika hizo que nacieran promesas que no podía cumplir, intenté definir algunos de estos interrogantes. ¿Qué será de hecho la Rusia de mañana? ¿Tradicional y conservadora como antes, o bien liberal y modernizada? ¿Mística y mesiánica como en el pasado, o laica y secular en el sentido estricto de los términos? ¿Más blanca que roja, o viceversa? ¿Tan europea como asiática? ¿Colectivista, o populista a su manera? ¿Santa o profana, ortodoxa o cismática? ¿Más bien una "Rusia que la razón no podría abrazar y en la que sólo se puede creer" (como decía el poeta Tiutchov en el siglo XIX), o la "robusta y con un gran culo" (tolstozadïia), que cantó Alexander Blok durante la revolución misma? ¿Con "el Cristo" o "sin la cruz?". ¿Simplemente "rusa" (ruskaïa), o todavía "de todas las Rusias" (vserosiskaïa)? Y para repetirlo una vez más: ¿una auténtica democracia o una vulgar democratura?

Se convierta en lo que se convierta, deberá contar con todo lo que le deja la antigua Unión Soviética, y con todo aquello de lo que la ha privado, quizá para siempre. Rusia no podrá pensar su propia historia si descuida o subestima estos interrogantes.

Predrag Matvejevic es escritor y profesor de estudios eslavos en la Universidad de Roma, de origen ruso-croata, emigrado de la antigua Yugoslavia. Traducción de News Clips.

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