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Crónica:Ciencia recreativa
Crónica
Texto informativo con interpretación

La hipótesis de Whorf

El lingüista nortamericano Benjamin Lee Whorf (1897-1941) pensaba que la estructura del lenguaje que habla una persona condiciona su forma de pensar. Por ejemplo, la percepción que uno tenga del tiempo y la puntualidad depende de cuántos tiempos verbales distinga su lengua materna. En casos extremos como la lengua hopi, hablada por algunos indios de Arizona, no hay tiempos verbales y, por tanto, pensaba el lingüista, esos indios carecen de concepto de tiempo. Es lo que se conoce como hipótesis de Whorf: las ideas humanas están moldeadas por la gramática. Desde la primera mitad del siglo XX los lingüistas se pueden dividir en whorfistas y antiwhorfistas. Los primeros creen que el lenguaje da forma a la cultura. Los segundos creen que la cultura da forma al lenguaje. No es precisamente una diferencia de matiz.

Peter Gordon, un psicolingüista de la Universidad de Columbia, en Nueva York, ha encontrado una situación ideal para someter a prueba experimental esas viejas ideas (Science, 19 de agosto). El resultado, les avanzo sin más dilación, es que Gordon ha confirmado la hipótesis de Whorf. Pero lo más interesante son los detalles del experimento. Vamos a verlos.

Todos los lenguajes tienen palabras que significan números. Las nuestras están basadas en el sistema decimal: llegamos a diez, ponemos una marca y volvemos a empezar desde uno ("once" no es un buen ejemplo, pero sí lo son "diecisiete" o "veintiuno"). El sistema decimal es un eco de los dedos de las manos, pero hay otras culturas que, tras llegar a diez, siguen usando otras partes del cuerpo para seguir contando hasta 20 o 30 (seguir así hasta 200 precisaría un detallado conocimiento de la anatomía humana). También hay culturas, como los nativos gumulgal de los mares del Sur que, en vez de nuestro sistema decimal, utilizan un sistema binario: llegan a "dos", ponen una marca y vuelven a empezar. Esto resulta en algo así como 1 (uno), 2 (dos), 2-1 (tres), 2-2 (cuatro), 2-2-1 (cinco), etcétera. Si cambiáramos "1 y 2" por "0 y 1" obtendríamos el lenguaje-máquina típico de los ordenadores.

Pero los indios piraha del río Maici, en la Amazonia brasileña, son un caso excepcional. Sus únicas palabras numéricas son "hói" (uno), "hoí" (dos) y "aibai" (muchos). Sólo quedan unos 200 piraha y, pese a vivir rodeados por millones de hablantes de la lengua portuguesa, son casi estrictamente monolingües. Para sus escasos intercambios con el mundo exterior utilizan un "pidgin", un deficiente híbrido de piraha y portugués que no incluye las palabras numéricas portuguesas. No usan dinero, y tasan sus trueques a ojo.

Gordon ha hecho tres viajes al río Maici en compañía de Keren y Daniel Everett, dos lingüistas que han vivido 20 años entre los piraha, y ha tenido ocasión de organizar unos cuantos experimentos. Por ejemplo, Gordon se sienta enfrente de un piraha y pone un bastón en medio. A su lado del bastón coloca cinco frutas, y le pide al piraha que responda poniendo a su lado del bastón tantas nueces como frutas hay en el otro lado. En todos los experimentos la conclusión es la misma: los piraha resuelven bien el problema cuando sólo hay uno, dos o tres objetos, pero fallan estrepitosamente de cuatro para arriba.

Los piraha no muestran el menor signo de insuficiencia cognitiva. Son gente inteligente y sensible por cualquier criterio psicológico que se les mida. Lo que les ocurre, simplemente, es que su lenguaje carece de palabras que signifiquen números más allá del dos, y eso les impide contar incluso colecciones de cuatro o cinco objetos, no digamos ya de 15 o 20. La hipótesis de Whorf ha sido demostrada, al menos en el caso extremo de los piraha. Y si hay una lección directa es que la aritmética no es una facultad innata del ser humano. Aplíquense con las "mates", niños.

LUIS F. SANZ

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