La batalla de la tersura de la piel
Hay gravísimos problemas en el mundo, pero no todos de vida o muerte. La mayoría de la población desarrollada se afana en encarnizada batalla contra la fatalidad de envejecer. Mientras dos tercios de la humanidad buscan desesperadamente su supervivencia, unos 500 millones luchan por salvar su piel. Nunca como en estos últimos cuatro o cinco años se vivió tan exacerbadamente la preocupación por el cutis, piel, arrugas, rojeces, angiomas, la acometida del tono mate. El asunto afecta a casi un 90% de la población femenina en Occidente, pero, sabiendo que para 2020 el 32% de la población estará compuesto por mujeres mayores de 45 años, los laboratorios de cosméticos promueven las investigaciones más audaces. Así, hasta el famoso Túnel Climático Jules Verne de Nantes, centro de ensayo de la industria automovilística y aeroespacial, ha sido alquilado por Chanel para probar un preparado hidratante, Hidrama +, extracto de Lavandula stoechas y Chrithmum maritimum, dos plantas que viven en condiciones extremas.
Es decir, a la extremosidad de la situación sólo convienen soluciones exacerbadas. Helena Rubinstein, por ejemplo, recurre a las profundidades marinas en busca de perlas negras para el Life Pearl, que se compone tanto de la misma perla micronizada como de un jugo vegetal precioso extraído de un helecho neozelandés. El gran reto es atajar la sequedad. Bucear en los océanos parece una decisión cabal, pero otra pesquisa de líquido se realiza entre las conocidas plantas que almacenan agua. El preparado Hydra Complete (según explica Marie Claire) tiene cuatro ingredientes, entre ellos la flor de cactus y la yuca mojave. Por añadidura, la presencia complementaria del ácido hialurónico atrae a la superficie del cuerpo el agua interior, la piel se hincha y la arruga se allana.
El mal de la arruga, la maldita flacidez, las marcas gestuales preocupan incluso a Claudia Schiffer, que actualmente se esfuerza a través de L'Oréal diciendo: "No dejes que tus expresiones se conviertan en arrugas". ¿No hay que reír? ¿No hay que llorar, ni manifestar desagrado o júbilo alguno? El bótox, la toxina botulínica, que se aprobó en febrero en España para uso cosmético, se ha convertido en la reina de los remedios. Un detalle que denota la vejez de un rostro es la disminución de la distancia entre párpado y ceja, más la acentuación del entrecejo, según el doctor Ruiz, en Marie Claire. Contra estos estigmas, la inyección de bótox deja la superficie indemne. Su efecto no dura siempre, pero cuanto más se aplica, más efecto hace. En suma, se trata de eliminar el rastro de la edad como se elimina un residuo vírico y por un antídoto venenoso. Se mata la huella de la edad paralizando su garra, siempre antes de que intervenga demasiado. Porque nada puede hacerse cuando la piel ha sido vencida y definitivamente la vejez ha creado su escrupulosa geografía del rostro.
De hecho, día a día, millones de personas se pierden en la travesía hacia la conformación de una coreografía de ancianos de primera, segunda o tercera clase. La cosmética, en efecto, no es un saber de la física, capaz de controlar las infames leyes del tiempo, pero la palabra cosmética proviene de cosmos, y su papel es generar un mundo nuevo, una realidad paralela: adecuar o mejorar la vista de lo real para aplazar la visión de la muerte. No habrá, pues, que sospechar, a estas alturas, de la vanidad o la superficialidad de esta actividad verdaderamente trágica. La apariencia, reflejada sobre todo en la buena salud de las caras, constituye en el imperio de las sensaciones un aporte primordial de bienestar. Nada más profundo que la piel, decía Paul Valéry, y sin duda por ello los productos anti-age se obtienen del subsuelo, y no sólo marino. Lo último de Lancaster es Revolcanic, elaborado con minerales y oligoelementos del mismísimo centro de la Tierra.
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