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¿Y ahora qué?

Antón Costas

Con la sencillez conmovedora que les caracteriza, los economistas y algunos estrategas electorales piensan que lo que determina el resultado de las elecciones es el bolsillo. En los oídos de muchos aún resuena el lema que permitió a Bill Clinton vencer a George Bush padre, que venía de ganar una guerra en Irak: ¡es la economía estúpidos, es la economía! Según esta máxima, si la economía va mal los electores tienden a cambiar al Gobierno; pero si va bien, no arriesgan. Sin embargo, los resultados de las elecciones españolas del pasado 14-M parecen haber quebrado esa regla de oro electoral.

Podría pensarse que en este caso esa regla no ha funcionado porque la conmoción originada por el atentado terrorista de Atocha perjudicó al Gobierno. Pero hay otra regla electoral que establece que en caso de grave amenaza social los ciudadanos tienden a cerrar filas alrededor de soluciones conservadoras. El voto del miedo debería haber beneficiado al PP. Pero tampoco funcionó. Aún nos podemos acoger a otra explicación. Lo que ha ocurrido es que se ha producido un voto de castigo al Gobierno por la gestión de la información sobre los autores del atentado, con el fondo del rechazo a la guerra de Irak. Zapatero no habría ganado por méritos propios. Es posible, pero también cabe otra interpretación donde la economía vuelve a desempeñar un papel importante.

Aparentemente la economía está en un buen momento. El crecimiento se mantiene elevado; mal que bien, el empleo continúa dando satisfacciones; la inflación tiende a reducirse; los ingresos fiscales funcionan; las cuentas de la seguridad social permiten mantener la estabilidad presupuestaria; el precio del dinero sigue en mínimos y tirando fuerte del consumo, especialmente la compra de vivienda y de automóviles. Sólo la inversión y la productividad de las empresas parecen presagiar tiempos peores.

Pero una cosa es que la economía esté bien y otra es que vaya bien. Me ha llamado la atención el hecho de que la caída del voto del PP haya sido significativamente mayor en aquellas provincias en las que el precio de la vivienda es más alto y en las que los índices sociales de bienestar (educación, vivienda, bienestar individual) son más bajos. ¿No es esto economía? Las últimas encuestas del CIS, elaboradas antes del atentado, señalaban ya una caída espectacular en la valoración global que los españoles hacían de la gestión y de las políticas del Gobierno de Aznar. El cambio se estaba incubando. Posiblemente recibió un empuje inesperado. Pero la existencia de una alternativa creíble ha debido desempeñar su papel. No cambiamos de chaqueta sólo por que esté usada, sino cuando vemos la posibilidad de comprar otra nueva. Quizá la economía y las propuestas políticas y credibilidad de Zapatero han tenido más influencia en el cambio de lo que en principio hemos pensado.

Pero, en cualquier caso, ¿y ahora qué?, ¿pondrá Zapatero en peligro el crecimiento y la estabilidad económica y presupuestaria lograda por Aznar?, ¿cuáles pueden ser las consecuencias en Europa de la amenaza de nuevas acciones terroristas? Tiempo habrá en las próximas semanas para ir abordando estas cuestiones. Pero, a bote pronto, no cabe esperar grandes efectos, ni aún para el turismo, la actividad económica más sensible al miedo a viajar. Los conservadores intentarán utilizar el tópico de que la izquierda es manirrota y echará por la borda la estabilidad presupuestaria. Pero Zapatero ya ha anunciado que uno de los principios de su política económica será la estabilidad presupuestaria y, por otro lado, la gente que le rodea en el área económica, como Miguel Sebastián y Pedro Solbes, son más bien frugales con el gasto público. Puestos a señalar algún temor, apuntaría el riesgo de que el nuevo Gobierno comience bloqueando muchos de los programas de inversión pública en marcha, causando un retraimiento de la demanda. Pero la decisión de Pasqual Maragall de seguir con el túnel de Bracons apunta a que es poco probable que se produzca ese freno a la inversión, aun cuando haya que armonizarla mejor con el medio ambiente.

Tampoco veo efectos recesivos sobre la economía europea, siempre y cuando los gobiernos de la UE sepan dar una respuesta coordinada a la amenaza terrorista. Podremos tener episodios concretos, pero no tienen por qué afectar a la confianza de consumidores y empresarios, que es la variable básica de la reactivación europea. Sí temo, sin embargo, los efectos sobre las libertades, y en particular sobre la libertad de movimientos. Recuerdo con temor una descripción de Stefan Zweig que puede volver a hacerse realidad: "Tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible caída que sufrió el mundo a partir de la I Guerra Mundial como la limitación de la libertad de movimientos del hombre y la reducción de su derecho a la libertad. Antes de 1914 (...) todo el mundo iba a donde quería y permanecía allí el tiempo que quería. La gente subía y bajaba de los trenes sin preguntar ni ser preguntada. No existían salvaconductos ni visados ni ninguno de esos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich" (El mundo de ayer. Memorias de un europeo). Quiera Dios que el nuevo Gobierno de Rodríguez Zapatero sepa conjugar en España, y contribuya a hacerlo en Europa, un adecuado equilibrio entre seguridad frente a la amenaza real del terrorismo y el mantenimiento de las libertades.

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Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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