Imre Kertész, un escriba contra la desolación
El Nobel húngaro presenta su novela 'Liquidación', la historia de un hombre nacido en Auschwitz
Otra vuelta de tuerca. Eso es lo que hace Imre Kertész (Budapest, 1929) en su nueva novela, Liquidación, un relato seco y amargo (pero vital y optimista a la vez) que cuenta la "incontable y kitsch" historia de Bé, un "escriba" nacido en Auschwitz que fue bautizado con la letra B y un número tatuados en el muslo. Bé se suicida poco después de la caída del comunismo en Hungría, en 1990, y su amigo Keserú, editor, trata de narrar su vida mientras busca su novela inédita. En 150 páginas, el Nobel 2002 describe la tortura de escribir sobre el horror y, pese a todo, defiende el poder del amor, la literatura y la memoria para superar Auschwitz. Kertész se definió ayer como un tipo con suerte: "Yo recojo los horrores y los expulso en forma literaria. Otros, mejores, sufren más".
"Algunos dicen que el libro es oscuro y un poco macabro, pero a mí me parece optimista"
Liquidación se publica simultáneamente en Alfaguara, Círculo de Lectores (traducción de Adan Kovacsics) y Edicions 62 (en catalán, Liquidació, traducción de Eloi Castelló), así que Imre Kertész tuvo ayer un día duro. Por la mañana, conferencia de prensa en el Circulo de Bellas Artes con masiva asistencia de estudiantes de periodismo y ovación final; a mediodía, comida (jamón, paella, vino tinto) con sus editores y unos cuantos periodistas, y, por la tarde, un diálogo con Juan Cruz en el auditorio del Círculo de Lectores, donde el actor Carlos Hipólito leyó un fragmento del libro. Hoy, en Barcelona, también en Círculo de Lectores, conversará con Mihály Dés y leerá el actor Josep Maria Pou.
Sin perder la amabilidad ni la socarronería, acompañado por Kovacsics y su enamorada Magda, Kertész respondió a un aluvión de preguntas sobre lo humano y lo divino, lo literario y lo político, lo frívolo y lo jondo. Es una de las servidumbres del Nobel ("no es fácil sobrevivir a ese premio, incluso para alguien que ha sobrevivido al nazismo y el stalinismo", bromeó), aunque Kertész sabe que el éxito cambia sólo algunas cosas: "No soy un vate, y el Nobel no me ha hecho más sabio ni más inteligente", advirtió cuando le preguntaron por las democracias que avasallan países en nombre de la libertad. "Y además esa pregunta sólo tiene una respuesta posible: no me gustan las democracias que aplastan a otros países".
Por contraste, su novela, una mezcla "fragmentaria" de distintos géneros -teatro, memorias, ensayo, poesía...: "esa situación, esa materia, no se puede resolver de una forma lineal"-, tiene respuestas (pero sobre todo preguntas) para casi todo. Liquidación interpela sobre el pasado y el presente (los sin techo que pueblan las calles de Budapest), el horror y la belleza, la vida y la muerte, la depresión y la esperanza, la maldición de ser judío y la incapacidad de sentirse judío.
Kertész plantea con finura y valentía ("soy conocido por no censurarme") muchas de las contradicciones que acosan al hombre desde que el holocausto sancionara la capacidad del poder político para institucionalizar el mal, y de paso, como dijo Hanna Arendt, banalizarlo.
La célebre pregunta de Adorno (¿se puede escribir poesía después de Auschwitz?) planea, como en todas sus obras anteriores, por todo el libro. Incluso desde la cita que lo precede, las últimas frases del Molloy, de Beckett -"uno de mis libros preferidos"-, que dicen: "Entonces entré en casa y escribí: 'Es medianoche. La lluvia azota los cristales'. No era medianoche. No llovía".
Dentro, Keserú afirma: "El hombre vive como un gusano, pero escribe como los dioses".
Y luego llega el turno de Bé: "La vida es un gran campo de concentración / instalado por Dios en la tierra para los hombres, / y éstos lo desarrollaron para convertirlo en campo de exterminio para los hombres. / Suicidarse es tanto como / engañar a los vigilantes".
"Sí, el libro tiene muchas lecturas posibles, pero yo no puedo elegir ninguna", dice Kertész sonriendo. "Algunos dicen que es oscuro y un poco macabro, pero a mí me parece bastante optimista y abierto, creo que nunca en mi vida he escrito de forma tan lúdica. ¡Nos vamos cantando a la muerte!".
"Auschwitz no se puede contar", añade luego cogiendo un trozo de jamón (y este simple gesto explica en un segundo el drama de haber sobrevivido para contarlo). "Es imposible contarlo del todo. Ninguno de nosotros estuvimos en las cámaras de gas. Ningún escritor ha vivido esa experiencia. Algunos han detallado mucho la antesala de las cámaras, como Claude Lanzmann en la película Shoah. Y hubo un médico húngaro, el doctor Nyiszli, que pasó los últimos meses del nazismo con Mengele y relató sus experimentos con gemelos, enanos... Su libro no es literario, pero es más importante que muchas obras literarias".
¿Y conoce casos reales de bebés nacidos en Auschwitz que sobrevivieran? "Sí, varias personas. He leído el Diario Oficial de las SS en los campos y allí estaba todo apuntado, vi hasta el transporte en el que me llevaron a mí. Y había también un registro de nacimientos, con la letra y los números que le daban a cada niño. Son gente a la que le cuesta contar su historia, pero he conocido a algunas personas en lecturas de la novela. Se acercaban y me contaban su historia".
Contar el horror ayuda mucho a superar el trauma ("si lo elaboras ya es tuyo"), aunque escritores como Primo Levi, Jean Améry, Celan o Tadeusz Borowski se suicidaron después de escribir obras magníficas. Como Bé. "Sabían perfectamente la carga que llevaban encima". Quizá porque "la angustia es tanto más fuerte cuanto más apasionadamente quiere uno a la vida. Las dos cosas se alimentan: la pasión y la angustia".
Una cosa es segura: "Todo el mundo debe ajustar cuentas con su pasado. Primero ajustar cuentas y luego empezar la liquidación, que no es otra cosa que mirar de frente a lo que hemos sido. La naturaleza de las dictaduras es poner a la gente en situaciones absurdas que uno no elegiría nunca, de manera que la vida se convierte en alienación, y uno no reconoce sus propios actos, la unidad de la vida se deshace, y la verdadera libertad sólo empieza al tratar de hacer nuestra esa esencia alienada".
Claro que no es fácil: "Implica juzgarnos a nosotros mismos, pero si nos asumimos, nos liberamos mucho de nuestras angustias. Yo tuve que convertir mis experiencias del nazismo y el comunismo, todas muy negativas, en experiencias creativas. Por eso es muy importante que los pueblos hagan esa liquidación, si no es muy fácil que surjan enfermedades como el nacionalismo, posturas rígidas y extremistas que sólo se pueden resolver con un debate social que desemboque en una sociedad abierta. Ésa es la base de toda democracia".
"La autodisección es el comienzo de la creatividad"
Kertész es un hombre sencillo y simpático al que le da alergia sentar cátedra. Su sabiduría no empuja con certezas ni absolutos, todo lo que dice parece dicho en tono de interrogación y nunca se olvida de corregir con una ironía o un toque de humor negro una frase demasiado directa o sentenciosa. Cuando ayer le preguntaron por el combate entre la dignidad humana y la historia, dijo: "Yo he tratado de recuperar mi dignidad sin romper mi biografía. He tratado de identificarme conmigo mismo existencialmente rescatando mi vida de la historia y sin sentirme víctima con un conformismo seductor, manteniéndome como individuo tal y como nací. Es una palabra muy bonita dignidad, pero tiene un significado muy difícil de definir. Sólo sacándola de la realidad es posible entenderla".
Un concepto tan nebuloso como el de pueblo judío: "¿De qué pueblo hablamos?".
La escritura, en cambio, sí le llegó como una certeza, casi como una obligación, cuando dio lugar a Sin destino
(1975), su primera y más célebre novela. "El punto de inflexión fue cuando volví de Auschwitz y pensé: '¿qué pasó cuando me llevaron?, ¿era una víctima impotente o un partícipe activo de esa maquinaria de muerte?'. Un examen así es muy productivo, esa autodisección es el comienzo de la creatividad. Y uno puede llegar muy lejos con ella, eso sólo depende de cuánto le interese uno a uno mismo".
Hace unas semanas, se ha publicado en España Diario de la galera (El Acantilado), el dietario íntimo de Kertész, que servirá a sus lectores para conocer mejor el pensamiento y las lecturas de este personaje fascinante y contradictorio, periodista, traductor, dramaturgo y guionista de radio, capaz de escribir cosas como éstas:
"El suicidio más apropiado para mí es, por lo visto, la vida".
"La belleza es el sueño irrealizable del deseo. Por eso, el estado más puro del hombre ante la belleza es siempre el dolor".
"Caín y Abel: el momento culminante es, qué duda cabe, el diálogo entre Caín y el Señor. Primero la advertencia casi provocadora, luego el sordo silencio de Dios hasta que se produce el acto. A continuación pone la mano protectora sobre el asesino. ¡Qué mercadeo psíquico! Como un dictador".
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