La población de Alhucemas huye por miedo a las réplicas del terremoto
El rey Mohamed VI aplaza su visita a la provincia, donde los muertos se elevan casi a 600
Nadie quiere vivir en Imzuren. Ni en Ait Kamara. Ni en tantos pueblos y ciudades de la provincia de Alhucemas, en el norte de Marruecos, golpeada el martes por un terremoto y sacudida ayer por sus réplicas. La gente huye en coches y camiones. Sólo aquellos que lo han perdido todo se han quedado en las chabolas que han improvisado para sustituir sus viviendas. En los pueblos grandes ya hay tiendas de la Media Luna Roja y del Gobierno. En el campo, nada. Fuentes humanitarias afirman que puede haber 600 muertos.
El último parte oficial eleva a 564 el número de víctimas mortales, pero ayer por la tarde las autoridades no actualizaron ese balance, pese a que nuevos cadáveres fueron rescatados de los escombros cuando las réplicas del temblor no impedían trabajar.
En contra de lo anunciado por la agencia de prensa oficial MAP, el rey Mohamed VI no se desplazó ayer a Alhucemas. Permaneció en Tánger, adonde se había trasladado el martes "para estar más cerca de sus súbditos y seguir las operaciones de rescate". En esa ciudad presidió ayer una reunión dedicada a evaluar los daños causados por la catástrofe.
Rabie Achehbar, de 27 años, vecino de Imzuren, resume la situación: "La casa que no se ha caído tiene unas grietas enormes. No se puede vivir ahí. La única solución es demolerlas todas y empezar de cero. Si hay que construir casas más bajas o con mejores materiales, que nos enseñen, que nos lo expliquen, no somos expertos".
Achehbar prepara sus maletas ante un Mercedes que no pasaría la ITV y que va hasta los topes de bultos y de gente. Por la carretera que sale del pueblo circulan camiones cargados con muebles.
Imzuren es un gran pueblo, con cerca de 20.000 habitantes, con casas de tres y hasta cuatro pisos de ladrillo y pintadas con colores que van desde el rosa al verde. Muy pocas calles están asfaltadas. Las casas caídas o semiderrumbadas dan al pueblo el aspecto de haber sufrido un bombardeo.
El miedo crece con cada una de las réplicas del gran seísmo. La noche del martes al miércoles, al menos cinco sacudidas fueron perceptibles en la zona. Dos edificios ya deteriorados se desmoronaron. El día anterior las dueñas de la casa, de tres plantas, mostraban, entre tímidas y sonrientes y tocadas con un pañuelo, las grietas que cruzaban de lado a lado la fachada. Hoy es imposible localizarlas. Un vecino afirma que se han marchado. Otros edificios con peor aspecto han resistido las réplicas. Casi todas las casas muestran grietas enormes. Los dueños sólo entran fugazmente en ellas para recoger sus cosas.
Ayer por la tarde, una nueva réplica de 5,4 grados en la escala de Richter originó una estampida monumental, aunque sólo duró unos segundos. Cada sacudida, cada pequeño temblor, se convierte ahora en una improvisada huida hacia la calle. La gente evita dormir bajo techo.
Alhucemas parecía anoche una ciudad en fiestas, e Imzuren, una población fantasma. En el primero, que no ha sufrido más daños que unas pocas grietas, hombres, mujeres y niños paseaban por la plaza del pueblo. Nadie quería estar bajo techo. Algunos improvisaron tiendas de campaña. El lunes, la gente durmió en la calle o en el garaje con la puerta abierta para salir corriendo cuando fuera necesario. Sólo los forasteros, periodistas y cooperantes, durmieron bajo techo. Las tiendas en la calle siguieron abiertas durante todo el día.
En Imzuren, el aspecto era muy distinto. El pueblo dormía en un campamento improvisado a tan sólo una decena de metros de los edificios derruidos. Algunos durmieron bajo un paraguas clavado en la tierra y resguardados con un plástico. No había luz ni nadie por la calle.
A mediodía llegó la ayuda. La gente se abalanzó sobre el camión en el que llegaban las tiendas de Gobierno. El desbarajuste fue tan grande que el conductor arrancó con ciudadanos a bordo. Se bajaron como pudieron con las tiendas debajo del brazo. La Media Luna Roja organizó un hospital de campaña.
Donde no llegó la ayuda fue a las zonas rurales. Allí la mayoría de las casas, de piedra y adobe, están derruidas. Sus habitantes se sienten abandonados. Acaban de enterrar a sus muertos (200 sólo en Ait Kamara, según la Media Luna Roja). En la zona poco se mueve. "No hemos empezado a construir las casas porque no hemos terminado de rezar", afirma un campesino.
El Ejército se ha desplegado en algunas carreteras rurales con el propósito de impedir saqueos.
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