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Columna
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Tierra de diseño

Minutos después de que Pasqual Maragall sea investido presidente de la Generalitat, salgo a la calle a ver si hay tanques y hordas de incontrolados tirando pianos por los balcones. Todo parece en calma. Al llegar a La Pedrera, no obstante, veo a un grupo de personas entrando en el edificio en fila india. "Ya ha empezado el racionamiento", sospecho, y me pongo en la cola. Siguiendo a los demás, desemboco en una sala en la que está a punto de iniciarse una conferencia titulada: Disseny català, seny i rauxa, organizada por la Fundació Caixa de Catalunya. El enunciado me parece de lo más oportuno, así que me quedo. El diseño celebra su año, pero lleva décadas abriéndose paso. La prueba: las luces navideñas del paseo de Gràcia son de Mariscal. El orador resulta ser Juli Capella, arquitecto y proselitista del diseño como camino de perfección, al que tenía visto de cuando él llevaba el pelo pincho y de colores, allá por el cuaternario preolímpico.

En la primera fila, una señora combina momentos de tos con fugaces cabezaditas. El conferenciante lleva un ordenador con el que controla las distintas imágenes que ilustran su discurso. "El seny y la rauxa son nuestro yin y yang", afirma. ¿Y si el yin y el yang hubieran sido superados por el tripartidismo?, me pregunto. Vuelvo a la conferencia. "Confieso que hemos exagerado un poco con eso del diseño", admite Capella. Es una buena actitud: admitir errores inicialmente y luego volver a la carga. De imagen en imagen, seguimos las huellas de precursores, visionarios y artesanos. El arte aplicado a los objetos cotidianos tiene una reconfortante grandeza. Capella parece disfrutar contando esta historia de intuiciones y hallazgos. Primero Gaudí, al que define como protodiseñador, capaz de compaginar misticismo arquitectónico con baldosas fabricadas en serie. "Los catalanes llegamos siempre tarde pero a tiempo", dice Capella refiriéndose a que los diseñadores locales supieron no dejar escapar este tren aunque tuvieran que correr para atraparlo. Llega el momento de la definición. "¿Qué es diseñar?", se pregunta. El interrogante se eleva por el gaudiniano espacio y regresa en busca de una respuesta que él mismo formula: "Pensar antes que hacer". Es lo que le decía Cruyff a Stoichkov cuando al búlgaro se le cruzaban los cables: "Piensa, Hristo" (ergo: Cruyff era diseñador; Stoichkov, el fabricante, y el fútbol, el producto). La saga prosigue. De Gaudí a Fortuny y de Dalí a Miró. Son los cracks mediáticos del diseño, pero los que aguantan la industria son otros, más perseverantes y terrenales. En primer lugar, los arquitectos, responsables de construir el puente entre el GATPAC, decapitado por la guerra, y el ADIFAD, un caso de abordaje de una institución carca tolerada por el franquismo y que se convirtió en refugio de talentosos, ociosos, progresistas e inadaptados. Bohigas, De Moragas, Sert, Coderch, Torres Clavé, los nombres se suceden como en las alineaciones de fútbol. Capella domina todos los cromos y, a través de mil anécdotas, relaciona a los precursores con sus herederos. "El diseño catalán es un diseño del ingenio, con una parte de chispa y otra de racionalidad. Al no tener ni la industria de los italianos, ni la tecnología alemana, lo hemos suplido con ingenio", dice. La definición podría aplicarse a otros ámbitos de nuestro país. A la política, por ejemplo, donde van a ser necesarias toneladas de ingenio para conseguir que formas aparentemente extravagantes acaben siendo cotidianas.

Los años sesenta consagraron el diseño como un arte capaz de combinar la funcionalidad y la diversión. Miguel Milá y su obsesión por el Servicio Estación y otra ristra de apellidos gloriosos: Riart, Sanz, Tusquets, Massana, Puig, Casadesús, Bigas, Benedito, Lievore, Bonet, Clotet, Vilanova, Tremoleda, Pensi, Lluscà, Cortés, Teixidor, Blanch, Roqueta, Marquina, Ricard... En la práctica, tanto esfuerzo desemboca en un cenicero, un sillón orejero, una escalera, una moto, un frasco de colonia..., pero ahí está la gracia del invento, y también en morirse de risa intentando bautizar un producto. Capella elude la era más polémica del diseño: "Hoy no hablaremos de bares". Se refiere al lado oscuro de los ochenta, unos años en los que, con la coartada de la frescura, se abusó de la patilla y de unos retretes en los que, en nombre de la modernidad, acababas meándote encima. El viaje continúa y llega a los jóvenes: Torres, Claret, Guixé, Mir, Padrós... Por acumulación, te vas dando cuenta de que detrás de lo simple hay, casi siempre, un gran trabajo de eliminación, depuración y comprobación. Es la lección de humildad del diseño: descubrir que las cosas no son así porque sí. Ni siquiera el seny. Ni siquiera la rauxa. Y que de la diferencia entre hacer las cosas bien o mal depende nuestra calidad de vida.

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