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ANÁLISIS
Columna
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Cocción a fuego lento

EL TRASLADO por Ibarretxe al Parlamento de Vitoria de la propuesta de un estatuto político destinado a sustituir el Estatuto de Gernika mediante la vía de su drástica reforma total no podía sorprender a nadie: esbozado el contenido básico del proyecto ante la Cámara vasca hace ya 13 meses, el lehendakari adelantó el 27 de septiembre su paradójico propósito de hacer coincidir ese envío con el 24º aniversario de la aprobación por referéndum del texto que ahora pretende vaciar y derogar. Desde un punto de vista sustantivo, los argumentos jurídicos, históricos y políticos esgrimidos en favor de la supuesta adecuación del nuevo Estatuto al marco constitucional español y europeo carecen del más mínimo fundamento: sólo los dictámenes de parte solicitados por el Gobierno vasco niegan la evidencia de que el proyecto implica la demolición del Estado de las autonomías, rompe la unidad estatal e impone la revisión unilateral de la Constitución de 1978.

El pausado calendario de la tramitación parlamentaria de la propuesta de estatuto político para la comunidad de Euskadi le permitirá al 'lehendakari' manejar los tiempos políticos a su conveniencia

La invitación dirigida por los nacionalistas a los vascos discrepantes (la mayoría de los alaveses y casi la mitad de los vizcaínos y guipuzcoanos) y a las fuerzas democráticas del resto de España para abrir un amplio debate sobre la propuesta, capaz de modificar hipotéticamente hasta la última coma de su texto, es una añagaza táctica. El principal objetivo de esa farisaica oferta de diálogo sin condiciones es que la opinión pública se vaya familiarizando por impregnación con el vocabulario, las metas y los caminos de un proyecto formalmente confederal y virtualmente independentista: al igual que las controversias bizantinas en torno al sexo de los ángeles, el debate sobre la propuesta de Ibarretxe aspira a equiparar entre sí todas las tesis enfrentadas en la polémica, abstracción hecha de su coherencia lógica, fundamentación teórica y soporte empírico.

En el supuesto más favorable, el calendario del lehendakari para poner en marcha -sin prisa, pero sin pausa- su propuesta llevaría la discusión parlamentaria -previa al referéndum- hasta mediados de 2005; las eventuales resoluciones suspensivas de la jurisdicción contencioso-administrativa o del Tribunal Constitucional dilatarían indefinidamente el proceso. El debate en torno al método parlamentario adecuado para tramitar la propuesta llevaría varias semanas o meses; los trabajos en ponencia y comisión durarían hasta el verano de 2004 y la votación por el Pleno no se produciría hasta el otoño. Una vez aprobado por la Cámara vasca, el proyecto de nuevo Estatuto iría a las Cortes Generales para su aceptación o rechazo, como paso previo del referéndum -legal o alegal- de su texto.

Esa cocción a fuego lento de la propuesta permitirá al lehendakari aguardar los resultados de las elecciones catalanas del próximo 16-N y de las legislativas de marzo de 2004. También le dará un respiro para negociar el apoyo de los siete diputados de Batasuna, necesario para superar el listón de la mayoría absoluta; un compromiso con ETA -las condiciones para una tregua o la promesa de una eventual disolución de la banda a largo plazo- exigiría igualmente tiempo. Asimismo, ese calendario apuesta a favor de que el clima electoral de los próximos meses encone los desencuentros entre PP y PSOE sobre el País Vasco; también favorece la posibilidad de que los nacionalistas catalanes y gallegos se sientan concernidos por el desarrollo del conflicto y presten apoyo a las tesis de Ibarretxe. Tal vez algunos políticos en paro o descolocados -de la derecha, del centro o de la izquierda- sientan durante ese periodo la tentación de volver a la palestra encabezando disidencias dentro de sus partidos o emprendiendo proyectos propios bajo la bandera de un entendimiento transaccional con el nacionalismo. Finalmente, los siempre temidos errores del Gobierno y de otras instituciones del Estado en su réplica al desafío de Ibarretxe podrían producir el tipo de efectos perversos con que las buenas intenciones equivocadas suelen empedrar demasiadas veces el suelo del infierno.

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