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Berlusconi se enfrenta con su vicepresidente por la propuesta de dar el voto a los inmigrantes en Italia

Enric González

Gianfranco Fini, líder del partido ex fascista Alianza Nacional y vicepresidente del Gobierno de Silvio Berlusconi, ha dado una nueva vuelta al caleidoscopio de la política italiana y ha conmocionado al resto de la coalición conservadora con una propuesta propia de la izquierda: que los inmigrantes puedan votar. Fini parece decidido a imitar el populismo derechista del presidente francés, Jacques Chirac, y a romper fronteras ideológicas, preparándose para el día en que se apague la estrella de Berlusconi.

El primer ministro intentó ayer calmar los ánimos dentro de la coalición y dijo que era "posible" hablar del voto de los inmigrantes. Pero marcó límites a las maniobras de Fini: si el líder de la Alianza hiciera caer al Gobierno, Berlusconi se negaría a recomponer el mosaico y convocaría elecciones anticipadas.

Silvio Berlusconi está habituado a las crisis. Umberto Bossi y su Liga Norte amenazan con frecuencia con romper el pacto de Gobierno. Berlusconi, sin embargo, tiene con Bossi una peculiar relación personal y sabe además que la Liga Norte está limitada a una zona concreta del país y a un electorado visceral y movedizo. Fini, en cambio, podría ser un rival peligroso en el futuro. Por otro lado, sin los votos de Fini, todas las televisiones y todo el dinero serían tal vez insuficientes para que Berlusconi se mantuviera en el poder.

"Simple sentido común"

Gianfranco Fini, impasible, se declara leal a Berlusconi y argumenta que conceder el voto a los inmigrantes legales sería una forma inteligente de demostrar que la represión contra los sin papeles no procede de ningún racismo, sino del respeto a la ley y del "simple sentido común". La izquierda, atrapada en la maniobra, no puede sino aplaudir la propuesta del hombre que sólo unos años atrás consideraba a Benito Mussolini "el estadista más importante del siglo XX".

Fini no niega su admiración por el presidente francés, Jacques Chirac. Y pone a José María Aznar como ejemplo a seguir cuando expone sus planes para "modernizar a la derecha". Lo que no está claro es que los votantes y los parlamentarios de Alianza Nacional quieran modernizarse. Alessandra Mussolini, la nieta del dictador, calificó el miércoles de "marroquí" a su jefe de filas, y la viuda de Giorgio Almirante, duce del neofascismo y tutor político del joven Fini, lo desprecia abiertamente.

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La jugada es de gran riesgo. Cuando Fini insiste en presentar ante el Parlamento la ley sobre el voto de los inmigrantes y sugiere que "existe una mayoría para aprobarla", no hace sino sumar a la izquierda los votos de Alianza Nacional. "Fini ha traicionado las raíces mismas del Polo de las Libertades y se ha pasado con armas y bagajes al bando contrario", manifestó el ministro de Justicia, Roberto Castelli. El heredero del neofascismo busca aproximarse a los fragmentos democristianos que se adhirieron al experimento centroizquierdista del Olivo y, a partir de ahí, hace concebible un nuevo equilibrio de coaliciones, más allá de la teórica división izquierda / derecha creada por el primer ministro Berlusconi.

Podría ocurrir que Fini acabara en ninguna parte: rechazado por la derecha, ignorado por la nebulosa de la izquierda y detestado por las bases de su partido. Aún tiene tiempo para maniobrar. El Gobierno de Silvio Berlusconi resistirá, al menos hasta que a finales de diciembre concluya la presidencia italiana de la Unión Europea, y quizá bastante más allá.

En cuanto a su propio partido, se declara tranquilo: "Es normal que ciertas propuestas sean discutidas, y está muy bien que en un partido se debata libremente sobre política, y no sobre cargos y prebendas", señala.

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